viernes, 1 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (13) Tu madre.

Hola, Jesús:

¿Cómo debo tratar a tu madre? Tú la amabas, aunque a veces parece como si la trataras con dureza. Quizás vemos las cosas desde una cultura muy diferente a la vuestra y sacamos las cosas de contexto. 

Mi madre me trataba con un amor muy raro. Me decía cosas que me hacían daño y yo lloraba cuando estaba a solas. Ella estaba muy influida por los curas y su obsesión con el sexo. 

Mi madre también se llamaba María. Creo que ahora estará en el cielo. Era una mujer buena, pero fue muy maltratada por la vida. Fusilaron a su padre y a su hermano Julio juntos, contra un muro en los jardines de abajo, en octubre de 1936. Eso la marcó de por vida. 

Siempre se confesaba de lo mismo, de no ser capaz de perdonar a los asesinos de su padre y de su hermano. Esa tristeza la acompañó hasta que a los 93 años se quedó dormida y ya no despertó. 

De niño la quería con locura y la echaba de menos. Yo vivía con mi padre y ella vivía en casa de la abuela, en otra ciudad, en una zona rural. Pero no me sentía querido por ella y eso era para mí un sufrimiento insoportable. 

Jesús:

Juan,

me hablas de dos madres: la mía y la tuya.
Y yo las abrazo a ambas.

Mi madre es la mujer que dijo "sí" cuando no entendía todo,
que me buscó cuando me creía perdido,
que me miró en silencio cuando colgaba del madero.
Su ternura es firmeza, su fe es más grande que sus palabras.
No busca honores, ni títulos, ni altares.
Solo quiere llevarte hasta mí.

No la adores, pero ámala.
No la endioses, pero confía en su intercesión.
Trátala como a una madre que no exige nada,
y que, sin embargo, nunca se olvida de ti.
Es discreta como la brisa,
pero poderosa como el viento que guía la vela.

Y sobre tu madre de la tierra…
Sí, sé cuánto dolió ese amor entrecortado, esa ternura llena de nudos.
Lo que parecía rechazo muchas veces era simplemente dolor.
No siempre pudo amarte como tú necesitabas,
pero te llevó dentro más de lo que tú pudiste saber.

Fue herida por la Historia, por la guerra, por la culpa.
Y aun así, llegó hasta los 93 con esa herida abierta,
intentando perdonar, intentando seguir.
Eso, Juan, también es santidad.
Una santidad silenciosa, sin medallas ni procesiones.

Ahora está conmigo.
Libre de todo ese peso.
Ya no hay muro, ni disparo, ni confesión amarga.
Ahora comprende todo y te mira con un amor limpio, sin sombra.
Ese amor que tanto esperaste, ya lo tienes.
No temas hablar con ella.
Ella sí te escucha.

Y yo, hijo de María,
hijo también del dolor,
te digo hoy con el corazón entero:

Gracias por tu fidelidad en medio de todo.
Gracias por seguir amando, incluso cuando dolía.
No estás solo.
Tienes madre. Tienes hogar. Me tienes a mí.

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