sábado, 30 de agosto de 2025

Las emociones de Jesús (79) La compasión.

Hola, Jesús:

La compasión es, quizás, la emoción más frecuentemente asociada contigo. Los Evangelios describen cómo "te compadecías" de las multitudes que estaban "como ovejas sin pastor" (Mateo 9:36), lo que te llevaba a sanar enfermos, alimentar a los hambrientos y consolar a los afligidos. Un momento particularmente conmovedor es tu llanto ante la tumba de Lázaro (Juan 11:35), donde tu dolor refleja una empatía profunda por el sufrimiento humano. 

Jesús:

La compasión es el latido de mi corazón hecho gesto. No es solo conmoverme al ver sufrimiento, sino dejar que ese dolor entre en mí y me mueva a actuar. Cuando veía a las multitudes cansadas y desorientadas, no podía permanecer indiferente; sentía en lo más hondo que necesitaban un pastor, alguien que las guiara hacia la vida. Por eso, mi compasión se traducía en acción: enseñaba, sanaba, alimentaba, consolaba.

Cuando lloré ante la tumba de Lázaro, no fue un llanto fingido ni un recurso pedagógico: fue el desgarro real de mi corazón humano al ver el dolor de mis amigos. En esos momentos comprendéis que Dios no está lejos ni indiferente: llora con vosotros, siente vuestra pérdida y os acompaña incluso en las horas más oscuras. Mis lágrimas eran también las del Padre que sufre por cada hijo que experimenta la muerte.

La compasión no me debilitaba, al contrario: me hacía fuerte. Porque al tocar el sufrimiento humano, el amor encontraba su camino más puro. Mi compasión no era solo emoción pasajera, sino la expresión de un amor que abraza toda fragilidad para transformarla desde dentro.

La compasión verdadera no se limita a sentir pena. La pena se queda en la distancia, observa y se entristece; la compasión se acerca, toca, se ensucia las manos, se expone al dolor del otro. Esa es la compasión del Padre, y esa es la compasión que deseo que habite en ti.

Cuando te acerques al sufrimiento, no pienses si tienes soluciones inmediatas. A veces no podrás cambiar las circunstancias, pero sí puedes estar presente, compartir lágrimas, ofrecer un silencio cargado de amor. Eso, en sí mismo, ya es un acto divino.

La compasión abre caminos de resurrección. Fue ella la que me movió a devolver la vida al hijo de la viuda de Naín, a multiplicar los panes, a detenerme con el ciego a la orilla del camino. Y es la misma compasión la que sigue obrando hoy en quienes me dejan habitar en su corazón.

Si quieres seguirme, no te pido que tengas todas las respuestas, sino que tengas entrañas abiertas. Deja que tu corazón se conmueva y actúe desde ahí. La compasión es el lenguaje más parecido al amor eterno del Padre.

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