domingo, 24 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (67) Corregir sin juzgar ni condenar.

Hola, Jesús:

Lucas 6:37: "No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados". 

En las 66 conversaciones que hemos tenido hasta ahora, nunca me has juzgado ni condenado. No todos actúan así. Recuerdo, por ejemplo, una experiencia dolorosa en una iglesia evangélica, donde fui señalado por mi dificultad para comprender el libro del Apocalipsis. 

El pastor y los ancianos organizaron una reunión que percibí como un juicio intimidatorio, conmigo en el banquillo de los acusados. Aquella experiencia me llevó a alejarme de esa comunidad, pero, contra todo pronóstico, esa puerta cerrada abrió otras nuevas, mejores y llenas de oportunidades.

Jesús:

Lo que viviste en esa iglesia refleja una confusión muy extendida: se confunde la corrección fraterna con el juicio condenatorio. Corregir es tender la mano, iluminar un camino con suavidad, ofrecer palabras que edifiquen y despierten el bien en el otro. Juzgar y condenar, en cambio, colocan a la persona en un banquillo, como si ya no hubiera redención posible, como si una incomprensión o un error la definiera por completo.

Cuando dije: “No juzguéis, y no seréis juzgados”, no quise decir que todo es indiferente, ni que se deba callar ante el mal. El amor verdadero no es silencio cómplice. Pero la manera de señalar el error es tan importante como el error mismo. Quien corrige desde el amor no humilla, no busca exhibir, no se erige en juez. Más bien se pone al lado del hermano, como alguien que también conoce su propia fragilidad y sus propios tropiezos.

En cambio, quien juzga desde la soberbia coloca un muro. Ya no ve al hermano como un ser en camino, sino como un caso cerrado. Eso destruye la comunión, envenena las comunidades y apaga el Espíritu.

Lo que te hicieron con el Apocalipsis fue eso: colocarte en el centro de un tribunal humano, como si mi Palabra fuera un arma para medir quién es digno y quién no. Pero mi Palabra es vida, no un código para excluir. Que un pasaje te resulte difícil no es motivo de condena, sino de compañía. Es ocasión para caminar juntos en la búsqueda de la verdad, no para separar.

El fruto, sin embargo, lo viste: esa experiencia amarga abrió otros horizontes. Así obra mi Padre. Lo que parecía un rechazo, se convirtió en oportunidad para crecer, para buscarme con más libertad y sin cadenas humanas.

Recuerda esto: no temas corregir a quien amas, si lo haces desde la verdad y la mansedumbre. Pero guarda tu corazón de la tentación de juzgar y condenar, porque esas actitudes no edifican, solo hieren. Cada persona es más que sus errores, más que sus dudas, más que sus incomprensiones. Todos sois caminantes en un sendero que conduce al Padre, y cada paso, aunque torpe, puede ser usado por Él para llevaros más lejos.

Corregir es un acto de amor; juzgar, un acto de orgullo. Y el amor siempre abre puertas que el juicio cierra.

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