sábado, 23 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (64) Familias disfuncionales e hijos desorientados.

Hola, Jesús: 

La familia es el primer universo que conocemos. Está destinada a brindar seguridad, amor y orientación. Sin embargo, para una cantidad sorprendente de personas, este núcleo se convierte en una maraña de contradicciones, dolor y silencios que dejan una huella profunda. 

El vínculo entre las familias disfuncionales y los hijos desorientados no es solo un cliché psicológico; es una realidad que afecta el desarrollo de la identidad, la autoestima y la capacidad para navegar el mundo adulto.

Tú tuviste una familia ejemplar. Tus padres vivieron entregados a tu cuidado con un amor sin medida. Pero en este planeta, hay niños, adolescentes y adultos que nunca fueron respetados ni conocieron el amor. Su desorientación se convirtió en esquizofrenia, psicopatía, delincuencia, odio a la vida y a sus semejantes. 

No todos tuvimos las mismas oportunidades. Al morir, ¿cómo serán juzgados quienes fueron cruelmente maltratados por la vida?

Jesús:

Lo primero que debéis comprender es que el juicio del Padre no se parece al juicio humano. Vosotros soléis juzgar desde la superficie, atendiendo solo a los actos externos. Dios, en cambio, penetra en lo más profundo del corazón y conoce la historia de cada uno, sus heridas, sus carencias y las fuerzas que lo modelaron.

Un niño que crece sin amor, sin cuidado, sin respeto, no está en la misma condición que aquel que fue sostenido y educado en el cariño. Sus decisiones posteriores no pueden medirse con la misma vara. El Padre no ignora el sufrimiento que deformó sus pasos, ni las tinieblas que heredó de un entorno injusto.

Eso no significa que el mal sea excusado, ni que la violencia y la destrucción se conviertan en bien. Pero sí significa que la mirada de Dios es infinitamente más justa y más compasiva que la de los hombres. Allí donde vosotros solo veis pecado, Él ve también dolor no resuelto, hambre de afecto, corazones rotos que nunca aprendieron a amar porque jamás fueron amados.

No olvidéis que dije: «Al que mucho se le dio, mucho se le pedirá; y al que poco se le dio, poco se le pedirá». Esa palabra sigue en pie. Cada ser humano será medido no solo por lo que hizo, sino también por lo que recibió y por lo que tuvo que enfrentar en la soledad de su existencia.

El infierno más cruel, muchas veces, no está después de la muerte, sino en la infancia herida, en la adolescencia sin rumbo, en la vida adulta marcada por cicatrices invisibles. Muchos viven ya atrapados en esas cárceles interiores. Mi obra no es añadir castigo sobre castigo, sino abrir caminos de sanación y de libertad incluso en quienes parecen más perdidos.

El amor de Dios no justifica el mal, pero nunca renuncia a rescatar al que fue deformado por la injusticia. A lo largo de su vida, aun el más endurecido recibe destellos de luz, llamadas interiores, oportunidades de responder. Si en lo más profundo de su ser se enciende un solo acto de apertura a la verdad, el Padre lo reconoce y lo acoge.

Por eso no debéis apresuraros a dictar condenas sobre quienes viven desorientados. Más bien, vuestra tarea es mostrarles una alternativa distinta: con paciencia, con testimonio, con amor que no exige perfección inmediata. El bien que sembréis en ellos, aunque parezca pequeño, puede ser la grieta por la que entre la luz.

Y cuando llegue el juicio, no temáis: nadie será medido con balanzas injustas. Cada lágrima no vista, cada ausencia de amor, cada herida ignorada será tomada en cuenta. El Padre es justo, y su justicia está siempre impregnada de misericordia. Allí donde la vida fue despiadada, Dios será ternura. Allí donde el mundo condenó sin entender, Dios comprenderá hasta lo más escondido.

En esto debéis confiar: nadie será juzgado sin que antes se haya mirado todo lo que lo hizo ser quien fue. Y en esa mirada, el amor tendrá siempre la última palabra.

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