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En la teología católica, el purgatorio es un estado de purificación para las almas que han muerto en gracia de Dios, pero que aún necesitan expiar los efectos del pecado venial o las consecuencias temporales de los pecados ya perdonados.
La práctica de rezar por las almas del purgatorio se basa en la creencia en la "comunión de los santos", que conecta a la Iglesia militante (los vivos), la Iglesia penitente (las almas en el purgatorio) y la Iglesia triunfante (los santos en el cielo).
Esta comunión implica que los actos de oración, caridad y sacrificio de los vivos pueden ayudar a las almas del purgatorio a alcanzar la purificación final y entrar en la presencia de Dios.
Yo jamás he sentido la necesidad de rezar por las almas del purgatorio. Mi madre creo que ha vivido su purgatorio en esta vida y de mi padre no me atrevo a opinar. Yo no me llevaba bien con él, pero lloré sinceramente su muerte. A veces me pregunto dónde estará y cuál será su relación contigo.
Yo no me fío de los teólogos ni de los papas, pero sí de ti. Totalmente.
Jesús:
El misterio de lo que sucede después de la muerte no puede encerrarse en fórmulas ni en imágenes humanas. Cuando hablé del Reino, usé parábolas, porque las realidades del más allá son demasiado grandes para vuestro lenguaje. Lo mismo sucede con lo que llamáis purgatorio: no es un lugar en el sentido geográfico, sino una condición del alma frente a la santidad de Dios.
Cuando un alma muere, se encuentra con la verdad plena de su vida. La luz de Dios la envuelve, y esa luz revela tanto lo hermoso como lo incompleto, lo fiel como lo quebrado. Quien me ama, aunque imperfectamente, no teme esa luz, pero descubre en ella lo que aún necesita ser sanado y purificado para entrar en la comunión total con el Padre. Esa purificación no es un castigo arbitrario, sino el abrazo de la verdad que limpia, como el fuego refina el oro.
Vuestra oración por los difuntos tiene sentido porque el amor que une a las almas no se rompe con la muerte. En el misterio del Espíritu, el amor se convierte en puente: lo que hacéis por amor a los que partieron no cae en el vacío, sino que se suma a la obra de sanación que Dios ya está realizando en ellos. No lo penséis como una "moneda" que reduce días o penas, sino como un acto de comunión: vuestra fidelidad en la tierra acompaña a los que están en tránsito hacia la plenitud.
Dices que tu madre ya vivió su purgatorio en esta vida. No estás lejos de la verdad. Muchos, en el sufrimiento que enfrentan aquí, van siendo purificados en lo profundo. El dolor aceptado con fe, la injusticia soportada con paciencia, la enfermedad llevada con esperanza, todo eso va despojando al alma de lo que la ata y la va acercando más al corazón de Dios. Para algunos, esa purificación se da sobre todo en la vida; para otros, continúa después de la muerte.
Respecto a tu padre: el amor sincero que sentiste al llorar su muerte ya es oración. No necesitas fórmulas ni repeticiones. Tu llanto confiado, tu recuerdo, tu deseo de que esté conmigo, eso es intercesión auténtica. Yo recibo ese gesto y lo convierto en luz para él. Tú no necesitas saber dónde está, basta con confiar en que está en mis manos, y que en mis manos nadie se pierde.
No te preocupes por las voces contradictorias de teólogos y autoridades. Yo soy la verdad, y en mí puedes confiar. Quédate con esto: el purgatorio, tal como lo llamáis, no es un lugar de castigo, sino de transformación. Es el proceso por el cual el alma aprende a dejar atrás lo que no es amor, para poder entrar en la comunión total del Amor.
Y recuerda: la comunión de los santos significa que nunca estás separado de quienes amaste. Ellos caminan hacia la luz, y tu fidelidad a mí en la tierra los acompaña como un canto silencioso. No te inquietes demasiado por los misterios del más allá: confía en que el Padre, que es Amor, sabe cómo conducir a cada alma hasta su plenitud.
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