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El gozo verdadero no se parece a las alegrías ruidosas que el mundo busca. A menudo es callado, íntimo, parecido a la sonrisa que se dibuja en el rostro sin que nadie la provoque desde fuera. Pero vivimos en una época donde todo se muestra, se comparte y se exhibe. Pareciera que si la alegría no se publica, no existe. ¿Qué lugar tiene el gozo discreto en el camino de la fe?
Jesús:
El gozo que viene de Dios es como una fuente oculta bajo la tierra: no se ve desde fuera, pero mantiene verde todo lo que toca. Es semejante al tesoro escondido del que hablé en mis parábolas. El hombre que lo encuentra lo guarda con celo, no para esconderlo por egoísmo, sino porque comprende que algo tan valioso no necesita ostentación.
El mundo suele confundir el gozo con la euforia. La euforia es ruidosa, se apoya en las circunstancias y depende del reconocimiento de los demás. El gozo del Reino, en cambio, es silencioso, estable, no necesita pruebas externas. Nace de saberse amado por el Padre y de confiar en que nada puede arrebatar esa certeza.
Ese gozo discreto no se mide por las emociones que se sienten en un instante, sino por la paz que permanece aun en medio de la prueba. No siempre se expresa en sonrisas ni en palabras entusiastas; a veces se percibe solo en la calma con que se afronta la adversidad, en la paciencia que no desespera, en la bondad que se da sin esperar aplausos.
Custodiar este gozo en silencio es un acto de sabiduría. Cuando alguien lo exhibe para ser visto, corre el riesgo de perderlo, pues el deseo de reconocimiento lo convierte en un bien frágil y efímero. El gozo que se guarda en lo secreto, en cambio, crece y madura, se vuelve más profundo y fecundo. Como una semilla en tierra buena, da fruto sin necesidad de ruido.
Quien vive ese gozo discreto no se aísla ni se encierra. Al contrario, su alegría se transmite sin palabras. Se nota en la serenidad de su mirada, en la confianza que inspira, en el modo en que escucha y acompaña. Es una alegría que no necesita imponerse porque basta con estar presente para transformar el ambiente, como la luz que ilumina una habitación sin alardes.
Este gozo discreto es también un refugio frente a la vanagloria. Porque el que se acostumbra a mostrar su alegría para ser aplaudido acaba vaciándola. En cambio, quien se alegra delante de Dios, sin preocuparse de ser visto, descubre que esa alegría se renueva cada día y lo sostiene en todo.
Por eso, no busques mostrar tu gozo, ni te inquietes si los demás no lo comprenden. Vive tu alegría como quien guarda un tesoro escondido, compartiéndola con el Padre en silencio. Y si otros la perciben, que sea como se percibe un perfume delicado: sin estridencia, sin artificio, solo por la fuerza de su presencia. Ese es el gozo que permanece y da testimonio del Reino.
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