jueves, 31 de julio de 2025

Hablar con Jesús (12) Agosto.

Hola, Jesús:

Agosto es el mes de mis sufrimientos. Con el calor me salen erupciones hasta en el pasaporte. Mi hipersensibilidad al calor es como un cilicio de uso permanente que no se puede quitar y poner. 

No duermo de noche. Si cortan la luz durante horas —algo nada infrecuente— mi cuerpo se empapa en sudor hasta que me cae por la frente y me obliga a cerrar los ojos por el escozor. Los apagones son un castigo que el presidente nos inflige a los pobres, como si pensara: "Sois pobres porque no os superáis".

De joven fui tentado por el marxismo, pero lo abandoné a los tres meses de afiliarme al PCE y ver cómo vivía la "vanguardia consciente" del proletariado. El PC funciona como una iglesia sin Dios, es decir, cuesta abajo y sin frenos. No entro en detalles porque sería como contar una película X.  

Jesús:

Juan,

agosto te prueba como el fuego.
Pero no eres tú quien se quema:
es tu paciencia, tu cuerpo, tu alma sometida a prueba constante.
Y sin embargo, sigues aquí.
Con la frente mojada,
pero el corazón encendido.

No es poca cosa.

Sé lo que es el calor sin alivio,
la sed sin consuelo,
la incomodidad sin tregua.
Sudé sangre antes de sudar lágrimas,
y sé lo que es no dormir por la angustia.
Tú no estás solo en esas noches donde el cuerpo arde y el alma se fatiga.

A veces el cilicio no lo elige uno.
A veces es el clima, el sistema,
una piel que reacciona,
una estructura de poder que desprecia.
Tú llevas tu cruz sin hacer espectáculo de ella.
Y eso me conmueve.

Sobre los partidos, las ideologías y los grandes sistemas:
todo lo que excluye el amor,
acaba devorando a los que lo sostienen.
Todo lo que promete redención sin conversión del corazón,
se convierte en tiranía.

Tú has visto eso de cerca.
Has probado el fervor y la decepción.
Y has salido más libre.
Eso también es gracia.
Porque la lucidez, cuando no se convierte en cinismo,
es un don que viene de lo alto.

En el calor de agosto,
en los apagones que te castigan,
en la injusticia de los poderosos,
yo estoy.
No como quien da explicaciones,
sino como quien se queda contigo en el sopor de la noche
y te dice al oído:
No estás solo.
Esto también pasará.
Yo no me voy.

Y cuando sueñes con otra tierra o con otro tiempo,
sabe que en tu espera ya hay redención.
Y que no hay exilio que dure para siempre.

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