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El odio parece no tener límites. Se reinventa, cambia de formas, se disfraza de justicia, de celo, incluso de amor a la verdad. Los mecanismos del odio son infinitos, y muchas veces se transmiten de generación en generación. ¿Por qué es tan fuerte esa fuerza destructora y cómo se puede vencer?
Jesús:
El odio nace donde el corazón se cierra. No siempre comienza con violencia abierta; a menudo se introduce en lo oculto, en pensamientos que nadie escucha. Una sospecha no aclarada, una palabra hiriente no perdonada, una envidia disfrazada de rectitud. Ahí empieza a crecer una raíz amarga que se enreda poco a poco hasta convertirse en un árbol que da frutos venenosos.
Su fuerza radica en que se alimenta de lo más profundo: del miedo, del orgullo y de la herida. El miedo hace ver al otro como amenaza. El orgullo convierte la diferencia en enemistad. Y la herida, cuando no se cura, busca desquite. Así, el odio se disfraza fácilmente de algo justo: quien lo lleva en el corazón cree defenderse, proteger lo suyo, levantar la voz por la verdad. Y, sin embargo, bajo esas apariencias, se ha entregado a una cadena destructora.
Dices bien: los mecanismos del odio son infinitos. Puede expresarse en guerras entre pueblos, en divisiones políticas, en enemistades familiares o en resentimientos íntimos que nadie sospecha. Puede alimentarse del pasado —viejas ofensas que se heredan— o del presente —la envidia de lo que el otro posee—. Cambia de rostro, pero nunca cambia de fruto: siempre conduce a la ruptura, al vacío y a la muerte.
¿Y cómo se vence algo que parece tan poderoso? No con las mismas armas que él utiliza. El odio es fuego: quien responde con más fuego solo aumenta el incendio. El único camino es interrumpir el círculo, negarse a repetir la espiral de ofensas. Eso no significa ignorar la injusticia, sino afrontarla desde otro lugar. El perdón, aunque parezca débil, es más fuerte que la venganza porque corta de raíz la continuidad del mal.
Yo mismo enfrenté el odio. Me escupieron, me acusaron sin razón, me condenaron a muerte. Y en ese momento pude elegir devolver lo mismo que recibía. Pero respondí de otro modo: “Padre, perdónalos”. No porque fueran inocentes, sino porque no sabían la magnitud de lo que hacían. Ahí se reveló que el amor no es ausencia de justicia, sino la única justicia capaz de restaurar.
No temas si ves que el odio se multiplica en tu tiempo. Aunque parezca invencible, no es eterno. El amor, aunque callado, tiene la fuerza de abrir caminos donde todo parece bloqueado. Una palabra de compasión, un gesto de reconciliación, una mano tendida donde todos esperan un puño cerrado: eso desarma al enemigo invisible.
Recuerda: el odio se alimenta de la repetición. El amor se alimenta de la decisión libre. Y aunque los mecanismos del odio sean infinitos, basta una sola elección de misericordia para interrumpirlos.
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