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Hay días en que tu presencia me parece clara y cercana, y otros en que todo se cubre de niebla. No es que haya dejado de creer, pero siento que te has alejado, como si hubieras retirado tu luz.
Jesús:
El corazón humano no siempre percibe de la misma manera. Tu fe no se mide por la intensidad de tus sensaciones, sino por la fidelidad con la que permaneces cuando esas sensaciones desaparecen.
A veces Dios se oculta para que no dependas de la consolación sensible. Si siempre sintieras su cercanía, podrías buscarla por el alivio que produce y no por amor verdadero. El silencio y la lejanía aparente son parte de un mismo lenguaje divino: uno que te invita a creer sin apoyarte en lo que ves o sientes.
Cuando Dios parece lejano, examina dos cosas. La primera, si algo en ti ha levantado un muro: un resentimiento, una falta de perdón, una entrega a algo que sabes que te aparta de Él. La segunda, si no se trata de una noche permitida para purificar tu fe, como un padre que suelta la mano del hijo para que aprenda a caminar por sí mismo.
No confundas ausencia con abandono. El que parece distante sigue sosteniéndote. Incluso cuando no lo percibes, sigue guiando tus pasos. La verdadera fe no consiste en caminar siempre a la luz, sino en avanzar aun cuando la noche sea espesa.
Mantente en la oración, aunque sea seca. Persevera en las obras de bien, aunque no sientas recompensa. Lee y medita la Palabra, aunque las letras parezcan muertas. Esa fidelidad silenciosa abre caminos que no ves ahora, pero que un día reconocerás con gratitud.
La lejanía de Dios no es el fin de la relación, sino una etapa en la que se mide tu amor. No es prueba para condenarte, sino para que descubras si buscas su rostro o solo su consuelo. Y si perseveras, el amanecer llegará, no como antes, sino más hondo y luminoso.
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