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No me gusta dividir el mundo en buenos y malos, aunque esa parece ser la norma, especialmente en mi país de origen. Es evidente que existen políticos corruptos, sacerdotes que abusan, autoridades que encubren y modas que nos arrastran a un vacío ético. Sin embargo, me resisto a caer en la polarización. Siento que hacerlo sería traicionar mi propia esencia, como si mi identidad se diluyera en el blanco y negro de un mundo que exige elegir bando.
En la sociedad que tú conociste, también marcada por divisiones, siempre defendiste un ideal superior: el Reino de Dios, un horizonte que reúne todos los valores por los que vale la pena vivir.
Jesús:
Haces bien en desconfiar de esa división tajante entre "buenos" y "malos". Es una simplificación que da seguridad a quienes la sostienen, pero que no hace justicia a la realidad del corazón humano. Nadie es enteramente bueno ni enteramente malo: en cada persona conviven la luz y la sombra, el deseo de amar y la tentación de cerrarse en sí misma.
Cuando estuve en la tierra, muchos esperaban de mí que tomara partido de manera absoluta: que condenara a unos y ensalzara a otros. Los fariseos señalaban con el dedo a los pecadores, mientras que los poderosos manipulaban a las multitudes con su autoridad. Pero yo no vine a trazar una frontera rígida entre justos y pecadores, sino a revelar que todos necesitan misericordia y que todos están llamados a la conversión.
El Reino de Dios no se funda en la polarización, sino en la reconciliación. Yo no excusé el mal, pero tampoco lo reduje a una etiqueta para aplastar al otro. Con la adúltera, dije: "Ve y no peques más", uniendo el perdón con la llamada a la transformación. Con los hipócritas, los confronté duramente, no para destruirlos, sino para despertarlos. En ambos casos, la meta era la misma: abrir una puerta hacia la vida nueva.
La polarización que observas hoy —esa necesidad de encasillar a todos como buenos o malos— nace del miedo y de la inseguridad. Quien se siente débil busca reafirmarse juzgando al otro. Pero la verdadera fortaleza está en reconocer la complejidad de la condición humana y, a pesar de ello, elegir el camino del amor y de la verdad.
Tú no estás llamado a diluirte en un blanco y negro, sino a vivir en la claridad del Reino, que abraza los matices sin perder la luz. Cuando rehúsas caer en la lógica de bandos, ya estás dando testimonio de algo superior. No se trata de negar la existencia del mal, sino de no permitir que tu corazón sea gobernado por la lógica del odio.
Recuerda: el juicio definitivo pertenece solo a Dios, que conoce lo más hondo de cada alma. Mientras tanto, a ti se te pide discernimiento, firmeza ante la injusticia y, al mismo tiempo, misericordia hacia el que yerra. Así se construye una vida que no divide, sino que integra.
El Reino de Dios es la superación de todos los bandos: es la mesa común donde se sientan juntos los que ayer estaban enfrentados, porque han descubierto que lo que los une es infinitamente mayor que lo que los separa.
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