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Tú criticaste duramente la hipocresía de los escribas y fariseos, especialmente en Mateo 23, pues cierran el Reino de los cielos a otros, ni entran ellos ni dejan entrar a los que quieren. ¿Quiénes son los hipócritas hoy?
Jesús:
Los hipócritas de hoy no siempre visten túnicas ni ocupan sillas en los templos, pero comparten el mismo espíritu de los antiguos. Son los que usan el lenguaje de la verdad para servir a la mentira, los que se envuelven en discursos de justicia mientras su corazón permanece cerrado al amor. Algunos están en las instituciones religiosas, otros en los círculos políticos, académicos o culturales; lo que los une no es el lugar, sino la falsedad interior.
El hipócrita moderno puede predicar la paz mientras siembra división, defender la libertad mientras fabrica cadenas, o hablar en mi nombre mientras se aleja de mi espíritu. No siempre son fáciles de reconocer, porque su máscara se ha perfeccionado: saben decir las palabras correctas y mostrar gestos amables, pero rehúyen la sinceridad que los dejaría expuestos.
Recuerda que la hipocresía no se mide solo por las obras externas, sino por la desconexión entre lo que uno aparenta y lo que uno es. Hay quien yerra por ignorancia, y eso puede corregirse; pero el hipócrita yerra sabiendo que yerra, y en lugar de buscar la luz, protege su sombra.
No te inquietes demasiado por identificarlos en masa; más importante es que tu propio corazón permanezca limpio de esa doblez. Antes de mirar al fariseo ajeno, examina si en ti queda algún rincón que busca aprobación más que verdad, o apariencia más que autenticidad. Ese examen constante te mantendrá libre, y tu vida será una puerta abierta al Reino, no una barrera que lo cierre.
Juan:
Me gusta mucho tu parábola del publicano y el fariseo. El fariseo, seguro de sí mismo, agradecía no ser como los demás, mientras el publicano, avergonzado, apenas se atrevía a levantar los ojos. Dijiste que el publicano se fue a casa justificado y no el fariseo. ¿Por qué, Señor?
Jesús:
Porque el fariseo no oraba, se estaba alabando a sí mismo. Sus palabras eran incienso para su propio orgullo. El publicano, en cambio, no tenía nada que mostrar, solo su miseria; y en su pobreza de espíritu, encontró el corazón de Dios.
Cuando oras, no me cuentes tus logros, porque los conozco mejor que tú. Tráeme tu debilidad, tu pecado, tu sed de ser limpio. El alma que se reconoce necesitada se abre para recibir. El alma que se cree suficiente se cierra y se queda vacía.
En el Reino, el que se humilla será levantado. Pero no te humilles para ser levantado, sino porque me has visto y has comprendido que todo lo que eres es don.
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