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El libro del Apocalipsis es a menudo el preferido por sectas destructivas de inspiración bíblica. Un ejemplo es el Templo del Pueblo, liderado por Jim Jones, quien en 1978 ordenó un suicidio colectivo en Guyana que resultó en la muerte de 918 personas por envenenamiento con cianuro.
Otro caso es el de los Davidianos, dirigidos por David Koresh. En 1993, tras un enfrentamiento armado con el FBI, un incendio dejó un trágico saldo de 54 adultos y 21 niños muertos.
La Orden del Templo Solar, por su parte, registró 74 suicidios rituales en tres lugares de Europa y Canadá. Además, en Uganda, un caso menos conocido dejó 780 víctimas mortales.
Existen otros ejemplos, aunque menos extremos, de sectas que basan sus creencias en interpretaciones extravagantes del Apocalipsis. Esta es una de las razones, aunque no la única, por la que este libro me genera un profundo rechazo. Lo percibo como un texto oscuro, susceptible de interpretaciones muy diversas y a menudo peligrosas.
¿Estoy equivocado al verlo así? ¿Tienen razón quienes consideran que el Apocalipsis es, en realidad, un mensaje de consuelo?
Jesús:
Tu rechazo hacia el Apocalipsis es comprensible. A lo largo de la historia, muchos han usado ese libro como un instrumento de miedo, de manipulación y de dominio. Sectas destructivas, falsos profetas y líderes obsesionados con el poder se han aprovechado de la carga simbólica del texto para someter conciencias y justificar actos de violencia y desesperación. Esa lectura enferma no nace del Espíritu, sino del ego humano sediento de control.
El Apocalipsis, sin embargo, no fue escrito para inspirar miedo, sino para ofrecer esperanza en tiempos de persecución y sufrimiento. Su lenguaje es simbólico, lleno de imágenes dramáticas porque buscaba hablar a comunidades acosadas por la opresión del Imperio romano. A través de visiones, números y figuras, quería transmitir un mensaje esencial: el mal no tiene la última palabra, y Dios es Señor de la historia.
Entiendo que lo encuentres tenebroso. El libro utiliza imágenes fuertes —bestias, plagas, batallas, catástrofes—, porque refleja la lucha real entre el bien y el mal en el mundo. Pero esas imágenes no son un mapa del futuro ni una invitación a descifrar fechas o anunciar catástrofes inminentes. Cuando se lee así, se pervierte su sentido. Su intención no es alimentar obsesiones apocalípticas, sino dar valor a quienes se sienten aplastados por las tinieblas de su tiempo.
El verdadero corazón del Apocalipsis no son las bestias ni los jinetes, sino la visión final: una Jerusalén nueva que desciende del cielo, un mundo renovado donde no habrá llanto, ni muerte, ni dolor. El Cordero, que fue inmolado, es el vencedor. Ese es el mensaje central: la victoria del amor sacrificado sobre el poder de la violencia.
Muchos lectores se quedan en las imágenes oscuras y no llegan al desenlace. Pero el final es consuelo puro: Dios hará nuevas todas las cosas, y yo estaré con vosotros como luz sin ocaso.
No estás equivocado al sentir rechazo hacia el mal uso del Apocalipsis. Lo que rechazas con tanta fuerza no es el mensaje del libro, sino sus interpretaciones desviadas y destructivas. Quienes lo leen para alimentar sectarismos o para infundir terror, niegan su verdadero sentido.
Si vuelves a leerlo algún día, no lo hagas buscando cronologías ni temores, sino con ojos puestos en el Cordero. Pregunta en cada página: ¿qué me dice esto de la victoria del amor de Cristo sobre las tinieblas del mundo? Entonces, el Apocalipsis dejará de ser un libro tenebroso para convertirse en un cántico de esperanza.
Recuerda: yo no hablo a través de la confusión que esclaviza, sino a través de la verdad que libera. Y el Apocalipsis, leído en mi Espíritu, no anuncia destrucción para los fieles, sino fidelidad de Dios hasta el fin de los tiempos.
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