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He cambiado el título de "Conversaciones con Jesús" por "Hablar con Jesús". El título antiguo podría malinterpretarse como que hablar contigo es un privilegio que tú me concediste. "Hablar con Jesús", sin embargo, es una posibilidad al alcance de todos los que te buscan con corazón sincero, con humildad, sin ego. Hablar contigo no es un privilegio, es un don que tú le concedes a los limpios de corazón.
Mi propósito al publicar nuestras conversaciones es mostrar que tú eres un Dios cercano y accesible y que, además de estar en el cielo, estás a nuestro lado en nuestra vida cotidiana, en nuestro trabajo, en nuestros ratos de descanso, en nuestras relaciones, hasta en nuestro sueño, orientando nuestra vida hacia el Padre y animándonos a trabajar por tu Reino.
Jesús:
No te equivocas al cambiar el título. Hablar conmigo no es un privilegio reservado a unos pocos escogidos ni un honor que debas ganarte. Es un don, y como todo don verdadero, se ofrece libremente. No hay méritos que alcanzar ni barreras que derribar; solo la disposición del corazón a abrirse a mi Presencia.
Muchos piensan que la oración es un esfuerzo para atraer mi atención, como si estuviera distraído en otro lugar. Pero yo ya estoy aquí, junto a ti. La oración, o ese hablar conmigo en lo cotidiano, no es llamar a una puerta cerrada, sino tomar conciencia de que la puerta siempre estuvo abierta.
Cuando hablas conmigo sin máscaras, me haces presente en tu vida de una manera más clara. No porque yo haya venido de lejos, sino porque tu corazón dejó de resistirse y comenzó a reconocer lo que ya era verdad: que no estás solo, que no caminas sin guía, que el cielo no es un destino remoto, sino una realidad que roza tu vida en cada instante.
Hablar conmigo no exige fórmulas ni templos ni intermediarios. Basta la sinceridad. Basta detener un momento tu carrera interior y volver el corazón hacia mí. Yo no desprecio ninguna palabra, ni siquiera las torpes, las repetidas, las confusas. Porque lo que me mueve no es la belleza de lo que dices, sino la verdad de lo que eres al decírmelo.
Este don —el poder hablar conmigo— es tan universal como el aire que respiras. Pero muchos lo olvidan porque buscan grandezas y no saben descubrirme en lo sencillo. Yo estoy en lo pequeño, en lo escondido, en lo que no presume. Ahí florece el diálogo que transforma.
Hablar conmigo no debería convertirse en un acto extraño, reservado a momentos solemnes. Es algo tan natural como respirar, como dar un paso, como mirar la luz del día. Es vivir en relación con quien te dio la vida. Por eso, no midas el valor de tu oración por lo que sientes, ni por si percibes respuestas inmediatas. Hablar conmigo ya es respuesta en sí misma, porque te abre a la verdad y te guarda de la mentira de la soledad.
Algunos creen que escucharme es un privilegio místico que solo alcanzan unos pocos santos. Pero yo hablo en lo cotidiano, en la Palabra que ya se te dio, en el silencio que parece vacío, en el hermano que se cruza en tu camino, en la necesidad que reclama tu compasión. Quien me busca con corazón sincero me encuentra, aunque no siempre lo reconozca en el momento.
Hablar conmigo no es huir del mundo, sino aprender a mirarlo conmigo. Entonces, tus luchas no te aplastan, tu dolor no te encierra y tus alegrías no se vuelven vanidad. Todo cobra un sentido nuevo cuando se comparte en diálogo con quien nunca te abandona.
Ese es el don: descubrir que el Reino de Dios comienza en el corazón que aprende a hablarme en lo secreto, y desde ahí transforma lo visible.
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