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Tu alegría no es meramente emocional, sino que está anclada en la relación con el Padre y en el cumplimiento del plan redentor. Es una emoción que trasciende las circunstancias terrenales. Háblanos de ella.
Jesús:
La alegría que yo vivo no nace de la ausencia de problemas ni de un bienestar pasajero. Está enraizada en mi unión con el Padre, en su fidelidad y en su amor inquebrantable. Cuando mis discípulos regresaron jubilosos porque hasta los demonios se les sometían en mi nombre, yo me alegré con ellos; pero les mostré una alegría más profunda: "No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo" (Lucas 10:20). Esa es la clave: el gozo verdadero está en saberse amado por Dios y llamado a participar en su Reino.
El gozo no depende de las circunstancias externas. Yo mismo experimenté hambre, cansancio, incomprensión y rechazo. Sin embargo, mi corazón permanecía en paz porque sabía que el Padre me sostenía y que su plan se cumplía, incluso en medio de la oposición. Esa alegría interior no es una sonrisa forzada ni un optimismo ingenuo; es certeza de que la luz es más fuerte que la oscuridad, y de que el amor vence siempre al odio.
El gozo auténtico se comparte. Por eso, cuando comparé el Reino con un banquete de bodas o con una fiesta por la oveja encontrada, quise mostrar que mi Evangelio no es una carga, sino una invitación a la celebración. Cada vez que un pecador se arrepiente, hay alegría en el cielo (Lucas 15:7). Y esa misma alegría es la que deseo que tengan mis amigos, "para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo" (Juan 15:11).
No confundas mi alegría con la euforia pasajera que este mundo ofrece. La euforia depende de logros, posesiones o reconocimientos; desaparece tan rápido como llegó. Mi alegría permanece, incluso en la cruz, porque aún allí el amor del Padre no me abandonó, y porque sabía que la muerte no tendría la última palabra.
El gozo que viene de Dios no es un privilegio de unos pocos, sino un don para todos los que se abren a su gracia. Lo recibirás en la oración sincera, en la fraternidad auténtica, en la entrega desinteresada. Incluso en medio del dolor, este gozo puede florecer como semilla que crece en la oscuridad de la tierra.
Deja que este gozo habite en ti y te sostenga. Y no lo guardes solo para ti: compártelo, porque la alegría se multiplica cuando se reparte. Esa será la señal de que el Reino está vivo en tu corazón.
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