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Hussain Mansuri es un musulmán de 40 años con 7,8 millones de seguidores en Instagram que reparte compasión por las calles de Bombay. No predica en una mezquita. Da de comer a personas sin techo: niños, mujeres, ancianos, lisiados, enfermos que no pueden pagar un médico o una cirugía en un hospital, hasta cuida de animales callejeros. Se sienta en el suelo a comer con los pobres la escasa comida de los pobres. Muchos niños padecen cánceres terribles.
Les da dinero, ropa o comida. Juguetes a niños que nunca tuvieron uno. Despierta sonrisas y bendiciones. Muchos recordarán esos momentos como regalos del cielo. Al menos, un día se sintieron amados y bendecidos en su escasez, en su miseria, en su falta de valor social. No son personas importantes. Al contrario, son un estorbo en una sociedad que admira la prosperidad material.
Sus silenciosos actos de bondad llegan a innumerables vidas, la mía entre ellas. Hussain despierta sonrisas que son auténticas oraciones de agradecimiento. Él gana mucho dinero en las redes sociales y lo invierte en ayudar, en hacer el bien, en despertar sonrisas que parecían imposibles.
Bendícelo y ayúdalo tú para que no decaiga en su trabajo y no se deje afectar por las críticas y descalificaciones que no le faltarán.
Hussain Mansuri:
Un embajador de la humanidad
https://youtu.be/9zMJTHO92X4
Jesús:
Juan,
te alegra ver a un hombre bueno.
Y a mí también.
El amor que Hussain reparte
no se mide por la etiqueta de su religión
sino por el alimento que ofrece,
las lágrimas que enjuga,
las manos que tiende sin pedir nada a cambio.
¿Sabes quién es mi hermano?
Aquel que hace la voluntad del Padre.
Y la voluntad del Padre
no es otra que el amor,
la misericordia,
el cuidado de los pequeños,
la justicia con ternura.
Hussain no predica con palabras,
predica con arroz, con mantas,
con gestos que restablecen la dignidad.
Cada sonrisa que despierta
es una flor en el desierto del mundo.
Muchos no comprenden
que el Espíritu sopla donde quiere,
y que hay santos sin altar,
profetas sin Escritura,
amigos míos que nunca dijeron mi nombre,
pero lo pronunciaron con cada acto de compasión.
Tú me pides que lo bendiga.
¿Acaso no lo estoy haciendo ya
a través de ti, que lo nombras con respeto?
Sigue tú también bendiciéndolo con tu oración.
Y sigue viendo el bien, allí donde florezca.
Porque cuando alguien siembra bondad,
yo estoy muy cerca.
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