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Me gustaría hablar sobre tus emociones para que quienes nos leen, te conozcan mejor, te comprendan te amen.
Los Evangelios registran momentos en los que te maravillaste ante la fe y la humildad de las personas. Un ejemplo es el del centurión romano en Mateo 8:10, donde, al escuchar la confianza del hombre en tu autoridad, exclamaste: "En verdad os digo que en nadie en Israel he hallado tanta fe".
Jesús:
La admiración nace cuando el corazón reconoce la belleza de lo inesperado, cuando lo pequeño o lo sencillo se revela como grande a los ojos de Dios. En mi caminar entre los hombres, hubo momentos en que esa emoción me llenó con intensidad.
Me admiré de la fe del centurión porque, siendo extranjero y ajeno a la Ley de Israel, supo intuir algo que muchos, teniendo las Escrituras y las promesas, no habían comprendido: que mi palabra tiene autoridad para sanar, aun a distancia. Su humildad al decir: "No soy digno de que entres bajo mi techo" me mostró que el Reino se abre no por privilegios, sino por corazones dispuestos.
También me admiré de los niños, porque su confianza pura y su alegría sin artificios son un espejo de la actitud que el Padre ama. Al poner un niño en medio de mis discípulos, no estaba solo enseñando una lección: estaba compartiendo mi propio asombro ante la inocencia y la transparencia de los pequeños.
Y me admiré de la fe de los pobres y sencillos que, sin títulos ni poder, sabían reconocerme en sus caminos polvorientos, mientras que muchos sabios y entendidos se cerraban en su orgullo. Mi corazón se ensanchaba al ver cómo el Padre se complace en revelar los misterios del Reino a los humildes.
La admiración no es extraña a Dios. No significa ignorancia, como sucede entre los hombres, sino alegría al contemplar la obra del Padre desplegándose de formas nuevas. Yo conocía los corazones, pero mi humanidad me permitía experimentar esa chispa de gozo que brota al ver la fe viva hacerse presente.
Aprende a admirarte. Admira la fe de quien confía a pesar de las pruebas, la bondad que florece en lo oculto, la perseverancia silenciosa de quien no se rinde. La admiración es un camino hacia la gratitud, y la gratitud abre el corazón al Padre.
Yo me admiré de la fe, de la humildad y de la pureza. Haz tú lo mismo. Y descubrirás que aún en medio de un mundo herido y dividido, hay semillas del Reino creciendo en lugares donde menos lo esperas.
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