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Hola, Jesús:
Perdonar ya me parece un reto inmenso, pero me pregunto: ¿es posible que el perdón llegue a transformarse en amor hacia quien nos ha herido?
Jesús:
El perdón es el comienzo de un camino, no su fin. Al principio, tu corazón apenas logra soltar la amargura; lo único que puedes hacer es decidir no alimentar más el rencor. Esa decisión ya es un acto de fe: confías en que mi justicia y mi misericordia son más grandes que tu deseo de desquite.
Con el tiempo, ese perdón, aunque imperfecto, va limpiando tu mirada. Dejas de ver al otro únicamente como el autor de una herida y empiezas a verlo como un ser humano frágil, atrapado quizá en sus propias cadenas de dolor o de ignorancia. Entonces descubres algo nuevo: el perdón, sostenido en la gracia, comienza a transformarse en compasión.
La compasión es el terreno donde germina el amor. No un amor ingenuo que olvida lo ocurrido, sino un amor que reconoce la verdad y, aun así, elige desear el bien del otro. Ese paso es el más parecido a mi manera de amar. Yo no amé porque no me hirieran, sino precisamente en medio de las heridas.
Cuando el perdón se convierte en amor, ya no se trata solo de liberarte a ti mismo del peso del pasado, sino de abrir un espacio donde el otro pueda también encontrar redención. A veces este amor se expresa en silencio, en una oración que eleva al cielo el nombre de quien te ofendió. A veces se traduce en gestos concretos: una palabra amable, una ayuda inesperada, una disposición a la reconciliación. Otras veces, el amor se manifiesta simplemente en la ausencia de odio, en la renuncia a devolver mal por mal.
El perdón que se convierte en amor no siempre conduce a una relación restaurada. Hay casos en que la distancia sigue siendo necesaria, y sin embargo, incluso a distancia, tu corazón puede desear luz y paz para la persona que un día te hirió. Esa disposición ya es un testimonio poderoso: habla de la fuerza de Dios actuando en ti.
No pienses que este proceso depende solo de tu voluntad. Es un camino que tú empiezas, pero que yo completo en ti. Si intentas forzar el amor sin haber pasado primero por la herida y el perdón, caerás en la falsedad o en el autoengaño. Déjame a mí hacer crecer en ti lo que al principio parece imposible.
Un día descubrirás que ya no te duele recordar, que ya no sientes el peso de la ofensa, y que, de alguna manera misteriosa, ha nacido en ti un amor nuevo. Ese amor es mi vida en ti: un amor que no calcula, que no se agota, que no necesita explicaciones.
El perdón abre la puerta, la compasión prepara el terreno y el amor es la plenitud. Ese es el camino que te invito a recorrer: no detenerte en la renuncia al rencor, sino dejar que mi Espíritu lleve tu corazón hasta el lugar donde el perdón se transforma en amor.
920
Perdonar ya me parece un reto inmenso, pero me pregunto: ¿es posible que el perdón llegue a transformarse en amor hacia quien nos ha herido?
Jesús:
El perdón es el comienzo de un camino, no su fin. Al principio, tu corazón apenas logra soltar la amargura; lo único que puedes hacer es decidir no alimentar más el rencor. Esa decisión ya es un acto de fe: confías en que mi justicia y mi misericordia son más grandes que tu deseo de desquite.
Con el tiempo, ese perdón, aunque imperfecto, va limpiando tu mirada. Dejas de ver al otro únicamente como el autor de una herida y empiezas a verlo como un ser humano frágil, atrapado quizá en sus propias cadenas de dolor o de ignorancia. Entonces descubres algo nuevo: el perdón, sostenido en la gracia, comienza a transformarse en compasión.
La compasión es el terreno donde germina el amor. No un amor ingenuo que olvida lo ocurrido, sino un amor que reconoce la verdad y, aun así, elige desear el bien del otro. Ese paso es el más parecido a mi manera de amar. Yo no amé porque no me hirieran, sino precisamente en medio de las heridas.
Cuando el perdón se convierte en amor, ya no se trata solo de liberarte a ti mismo del peso del pasado, sino de abrir un espacio donde el otro pueda también encontrar redención. A veces este amor se expresa en silencio, en una oración que eleva al cielo el nombre de quien te ofendió. A veces se traduce en gestos concretos: una palabra amable, una ayuda inesperada, una disposición a la reconciliación. Otras veces, el amor se manifiesta simplemente en la ausencia de odio, en la renuncia a devolver mal por mal.
El perdón que se convierte en amor no siempre conduce a una relación restaurada. Hay casos en que la distancia sigue siendo necesaria, y sin embargo, incluso a distancia, tu corazón puede desear luz y paz para la persona que un día te hirió. Esa disposición ya es un testimonio poderoso: habla de la fuerza de Dios actuando en ti.
No pienses que este proceso depende solo de tu voluntad. Es un camino que tú empiezas, pero que yo completo en ti. Si intentas forzar el amor sin haber pasado primero por la herida y el perdón, caerás en la falsedad o en el autoengaño. Déjame a mí hacer crecer en ti lo que al principio parece imposible.
Un día descubrirás que ya no te duele recordar, que ya no sientes el peso de la ofensa, y que, de alguna manera misteriosa, ha nacido en ti un amor nuevo. Ese amor es mi vida en ti: un amor que no calcula, que no se agota, que no necesita explicaciones.
El perdón abre la puerta, la compasión prepara el terreno y el amor es la plenitud. Ese es el camino que te invito a recorrer: no detenerte en la renuncia al rencor, sino dejar que mi Espíritu lleve tu corazón hasta el lugar donde el perdón se transforma en amor.
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