domingo, 31 de agosto de 2025

Las emociones de Jesús (82) Tristeza y angustia.

Hola, Jesús:


Tu tristeza subraya tu humanidad, mostrando que no eres inmune al dolor emocional. Tu angustia en Getsemaní resalta la carga de tu sacrificio, mientras que tu llanto por Jerusalén y Lázaro refleja tu solidaridad con el sufrimiento humano. Háblanos de ello. 

Jesús:

Sí, conocí la tristeza y la angustia, porque asumí plenamente la condición humana. No me mantuve distante del dolor, sino que lo abracé para redimirlo desde dentro. En Getsemaní sentí el peso insoportable de la cruz que se acercaba: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte" (Mateo 26:38). No era solo temor físico al sufrimiento, sino la carga espiritual de cargar con el pecado del mundo. Esa angustia me hizo sudar sangre, y aun así, en medio de mi fragilidad, confié: "Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya".

También lloré ante la tumba de Lázaro. Allí mostré que no soy un Dios frío ni indiferente, sino que me he conmovido profundamente ante la muerte de un amigo y el dolor de sus hermanas. Mis lágrimas son un signo de amor: un Dios que llora con los que lloran, que comparte la herida humana. En ese momento mi compasión se volvió visible, y mis lágrimas se convirtieron en puente entre la tristeza de los hombres y la esperanza de la resurrección.

Al contemplar Jerusalén, también lloré. No por mi destino, sino por la ceguera de un pueblo que rechazaba la paz que le ofrecía el Padre. Esa tristeza era la de un amor rechazado, la de un corazón que anhela salvar y, sin embargo, respeta la libertad humana. Mis lágrimas sobre la ciudad eran la voz de mi misericordia, que aún hoy sigue doliéndose por cada persona que se aleja de la luz.

La tristeza y la angustia no son señales de debilidad, sino expresiones de amor verdadero. Solo quien ama profundamente puede sufrir cuando ve el dolor, la pérdida o el rechazo. Yo no vine a eliminar toda tristeza de la vida, sino a darle un horizonte: mostrar que ninguna lágrima es inútil cuando se entrega a Dios. "Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados" (Mateo 5:4).

Cuando experimentes angustia, no la escondas. Tráela a mi presencia como hice yo en Getsemaní. Dile al Padre lo que sientes, aunque te parezca contradictorio o demasiado humano. Él no rechaza la fragilidad, la transforma. Y cuando llores, recuerda que yo también lloré, y que mis lágrimas se unieron a las tuyas para abrir un camino hacia la esperanza.

El dolor nunca tendrá la última palabra. La tristeza, vivida conmigo, se convierte en semilla de consuelo; la angustia, ofrecida al Padre, se transforma en confianza. Aun en las noches más oscuras, la promesa de la resurrección permanece.

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Las emociones de Jesús (81) Alegría y gozo.

Hola, Jesús: 

Tu alegría no es meramente emocional, sino que está anclada en la relación con el Padre y en el cumplimiento del plan redentor. Es una emoción que trasciende las circunstancias terrenales. Háblanos de ella. 

Jesús:

La alegría que yo vivo no nace de la ausencia de problemas ni de un bienestar pasajero. Está enraizada en mi unión con el Padre, en su fidelidad y en su amor inquebrantable. Cuando mis discípulos regresaron jubilosos porque hasta los demonios se les sometían en mi nombre, yo me alegré con ellos; pero les mostré una alegría más profunda: "No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo" (Lucas 10:20). Esa es la clave: el gozo verdadero está en saberse amado por Dios y llamado a participar en su Reino.

El gozo no depende de las circunstancias externas. Yo mismo experimenté hambre, cansancio, incomprensión y rechazo. Sin embargo, mi corazón permanecía en paz porque sabía que el Padre me sostenía y que su plan se cumplía, incluso en medio de la oposición. Esa alegría interior no es una sonrisa forzada ni un optimismo ingenuo; es certeza de que la luz es más fuerte que la oscuridad, y de que el amor vence siempre al odio.

El gozo auténtico se comparte. Por eso, cuando comparé el Reino con un banquete de bodas o con una fiesta por la oveja encontrada, quise mostrar que mi Evangelio no es una carga, sino una invitación a la celebración. Cada vez que un pecador se arrepiente, hay alegría en el cielo (Lucas 15:7). Y esa misma alegría es la que deseo que tengan mis amigos, "para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo" (Juan 15:11).

No confundas mi alegría con la euforia pasajera que este mundo ofrece. La euforia depende de logros, posesiones o reconocimientos; desaparece tan rápido como llegó. Mi alegría permanece, incluso en la cruz, porque aún allí el amor del Padre no me abandonó, y porque sabía que la muerte no tendría la última palabra.

El gozo que viene de Dios no es un privilegio de unos pocos, sino un don para todos los que se abren a su gracia. Lo recibirás en la oración sincera, en la fraternidad auténtica, en la entrega desinteresada. Incluso en medio del dolor, este gozo puede florecer como semilla que crece en la oscuridad de la tierra.

Deja que este gozo habite en ti y te sostenga. Y no lo guardes solo para ti: compártelo, porque la alegría se multiplica cuando se reparte. Esa será la señal de que el Reino está vivo en tu corazón.

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sábado, 30 de agosto de 2025

Las emociones de Jesús (80) El cariño.

Hola, Jesús:

Tú mostraste afecto al acoger a los niños y bendecirlos (Marcos 10:13-16), un gesto significativo en una cultura donde los niños carecían de valor. Tu relación con el "discípulo amado" (Juan 13:23) y el acto de lavar los pies a tus discípulos (Juan 13:1-17) son ejemplos de un cariño profundo, expresado a través de la cercanía y el servicio humilde.

Jesús:

El cariño es una forma concreta de amor que se hace cercano y palpable. No se queda en palabras elevadas, sino que toca, abraza, acompaña, se sienta al lado y se inclina para servir. Cuando recibí a los niños y los puse en mis brazos, no solo quise enseñar una lección a los adultos, sino mostrar el rostro mismo del Padre: un amor que no desprecia lo pequeño, un afecto que no mide méritos ni jerarquías.

El cariño es lo que permite que la amistad florezca, que la confianza crezca, que el corazón humano sepa que no está solo. Con mis discípulos, ese cariño se expresó de muchas maneras: en las caminatas compartidas, en las comidas sencillas, en las miradas que decían más que las palabras. Al lavarles los pies, no solo mostré humildad, sino también ternura; un cariño que se hace servicio para aliviar el cansancio del otro.

El cariño no es debilidad, ni un gesto superficial de simpatía. Es fuerza que sostiene, bálsamo que cura, calor que rompe la frialdad del rechazo y la indiferencia. Muchos corazones endurecidos no necesitan grandes argumentos, sino sentir que son mirados con afecto. Solo después se abrirán a la verdad.

Hoy sigo mostrando mi cariño de muchas formas: en la calma que recibes al orar, en la mano amiga que te ayuda cuando lo necesitas, en la sonrisa inesperada que ilumina un día oscuro. Mi cariño no es abstracto: es real, concreto, y llega a través de personas, encuentros y hasta pequeños detalles que parecen casuales, pero son señales de que no estás abandonado.

Deja que el cariño fluya de ti hacia otros. A veces piensas que lo importante es dar respuestas profundas o soluciones perfectas. Pero muchas veces lo que el corazón humano más anhela es una palabra cálida, un gesto sencillo de proximidad. El cariño abre puertas que el razonamiento no puede forzar.

Si aprendes a vivir en el cariño —a recibirlo de mí y a darlo a otros— comprenderás que el Reino de Dios no es solo doctrina o mandamiento, sino también cercanía, abrazo, ternura compartida. El cariño es la forma humana de decir: "No estás solo, eres valioso, eres amado".

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Las emociones de Jesús (79) La compasión.

Hola, Jesús:

La compasión es, quizás, la emoción más frecuentemente asociada contigo. Los Evangelios describen cómo "te compadecías" de las multitudes que estaban "como ovejas sin pastor" (Mateo 9:36), lo que te llevaba a sanar enfermos, alimentar a los hambrientos y consolar a los afligidos. Un momento particularmente conmovedor es tu llanto ante la tumba de Lázaro (Juan 11:35), donde tu dolor refleja una empatía profunda por el sufrimiento humano. 

Jesús:

La compasión es el latido de mi corazón hecho gesto. No es solo conmoverme al ver sufrimiento, sino dejar que ese dolor entre en mí y me mueva a actuar. Cuando veía a las multitudes cansadas y desorientadas, no podía permanecer indiferente; sentía en lo más hondo que necesitaban un pastor, alguien que las guiara hacia la vida. Por eso, mi compasión se traducía en acción: enseñaba, sanaba, alimentaba, consolaba.

Cuando lloré ante la tumba de Lázaro, no fue un llanto fingido ni un recurso pedagógico: fue el desgarro real de mi corazón humano al ver el dolor de mis amigos. En esos momentos comprendéis que Dios no está lejos ni indiferente: llora con vosotros, siente vuestra pérdida y os acompaña incluso en las horas más oscuras. Mis lágrimas eran también las del Padre que sufre por cada hijo que experimenta la muerte.

La compasión no me debilitaba, al contrario: me hacía fuerte. Porque al tocar el sufrimiento humano, el amor encontraba su camino más puro. Mi compasión no era solo emoción pasajera, sino la expresión de un amor que abraza toda fragilidad para transformarla desde dentro.

La compasión verdadera no se limita a sentir pena. La pena se queda en la distancia, observa y se entristece; la compasión se acerca, toca, se ensucia las manos, se expone al dolor del otro. Esa es la compasión del Padre, y esa es la compasión que deseo que habite en ti.

Cuando te acerques al sufrimiento, no pienses si tienes soluciones inmediatas. A veces no podrás cambiar las circunstancias, pero sí puedes estar presente, compartir lágrimas, ofrecer un silencio cargado de amor. Eso, en sí mismo, ya es un acto divino.

La compasión abre caminos de resurrección. Fue ella la que me movió a devolver la vida al hijo de la viuda de Naín, a multiplicar los panes, a detenerme con el ciego a la orilla del camino. Y es la misma compasión la que sigue obrando hoy en quienes me dejan habitar en su corazón.

Si quieres seguirme, no te pido que tengas todas las respuestas, sino que tengas entrañas abiertas. Deja que tu corazón se conmueva y actúe desde ahí. La compasión es el lenguaje más parecido al amor eterno del Padre.

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viernes, 29 de agosto de 2025

Las emociones de Jesús (78) La autoridad.

Hola, Jesús: 

Aunque la autoridad no está en la lista de emociones de la psicología moderna, tu autoridad es una de las características que más destacan los Evangelios. Ya sea expulsando a los mercaderes del templo con celo apasionado (Juan 2:13-17) o enseñando en las sinagogas "como quien tiene autoridad" (Marcos 1:22), tú te presentabas como quien no solo hablaba con poder, sino que actuabas con una convicción que desafiaba las normas establecidas. Esta autoridad no era opresiva, sino liberadora, dirigida a restaurar la justicia, la verdad y la relación con Dios.

Jesús:

Mi autoridad no nace de la imposición ni del miedo, como la autoridad de los poderosos de este mundo, sino de la unión perfecta con el Padre. Por eso, cuando enseñaba o actuaba, la gente percibía algo distinto: no eran palabras aprendidas en las escuelas de los escribas, sino vida que brotaba de la comunión con la Verdad.

La autoridad que el Padre me confió no oprime, sino que libera. Al expulsar a los mercaderes del templo, no lo hice movido por un arranque de ira sin control, sino por el celo del amor: aquel lugar debía ser casa de oración, un espacio para el encuentro con Dios, y lo habían convertido en mercado. Mi gesto fue fuerte, sí, pero estaba al servicio de devolver a mi pueblo la posibilidad de acercarse al Padre con un corazón limpio.

Cuando hablaba en las sinagogas, muchos se admiraban porque sentían que no repetía fórmulas vacías. La autoridad no estaba en el tono de mi voz, sino en la coherencia entre lo que decía y lo que vivía. Esa es la verdadera autoridad: la de quien enseña con la fuerza de la verdad hecha carne.

Mi autoridad era también ternura y compasión. Cuando decía: «Levántate», al paralítico, no lo hacía como un juez que dicta sentencia, sino como un amigo que ofrece vida. Cuando decía: «Yo tampoco te condeno», a la mujer sorprendida en adulterio, hablaba desde la autoridad del amor que transforma y abre caminos nuevos.

La autoridad que yo recibí del Padre, la comparto con quienes viven en mí. No para que dominen, sino para que sirvan. No para que se impongan, sino para que levanten al caído. Toda verdadera autoridad cristiana tiene esta raíz: ser transparencia de la voluntad de Dios.

La autoridad que nace del amor no necesita imponerse, porque convence por sí misma. Es como la luz: no grita, no discute, pero ilumina y nadie puede apagarla.

Por eso, cuando tú hablas en mi nombre, aunque lo hagas con debilidad y temblor, si dejas que mi Espíritu te habite, tus palabras tendrán un peso que no depende de ti. La autoridad no es tuya, es mía en ti.

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Las emociones de Jesús (77) La admiración.


 Hola, Jesús: 

Me gustaría hablar sobre tus emociones para que quienes nos leen, te conozcan mejor, te comprendan te amen. 

Los Evangelios registran momentos en los que te maravillaste ante la fe y la humildad de las personas. Un ejemplo es el del centurión romano en Mateo 8:10, donde, al escuchar la confianza del hombre en tu autoridad, exclamaste: "En verdad os digo que en nadie en Israel he hallado tanta fe". 

Jesús:

La admiración nace cuando el corazón reconoce la belleza de lo inesperado, cuando lo pequeño o lo sencillo se revela como grande a los ojos de Dios. En mi caminar entre los hombres, hubo momentos en que esa emoción me llenó con intensidad.

Me admiré de la fe del centurión porque, siendo extranjero y ajeno a la Ley de Israel, supo intuir algo que muchos, teniendo las Escrituras y las promesas, no habían comprendido: que mi palabra tiene autoridad para sanar, aun a distancia. Su humildad al decir: "No soy digno de que entres bajo mi techo" me mostró que el Reino se abre no por privilegios, sino por corazones dispuestos.

También me admiré de los niños, porque su confianza pura y su alegría sin artificios son un espejo de la actitud que el Padre ama. Al poner un niño en medio de mis discípulos, no estaba solo enseñando una lección: estaba compartiendo mi propio asombro ante la inocencia y la transparencia de los pequeños.

Y me admiré de la fe de los pobres y sencillos que, sin títulos ni poder, sabían reconocerme en sus caminos polvorientos, mientras que muchos sabios y entendidos se cerraban en su orgullo. Mi corazón se ensanchaba al ver cómo el Padre se complace en revelar los misterios del Reino a los humildes.

La admiración no es extraña a Dios. No significa ignorancia, como sucede entre los hombres, sino alegría al contemplar la obra del Padre desplegándose de formas nuevas. Yo conocía los corazones, pero mi humanidad me permitía experimentar esa chispa de gozo que brota al ver la fe viva hacerse presente.

Aprende a admirarte. Admira la fe de quien confía a pesar de las pruebas, la bondad que florece en lo oculto, la perseverancia silenciosa de quien no se rinde. La admiración es un camino hacia la gratitud, y la gratitud abre el corazón al Padre.

Yo me admiré de la fe, de la humildad y de la pureza. Haz tú lo mismo. Y descubrirás que aún en medio de un mundo herido y dividido, hay semillas del Reino creciendo en lugares donde menos lo esperas.

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jueves, 28 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (76) Tú siempre nos escuchas.

Hola, Jesús: 

Tú siempre nos escuchas, nos orientas y nos señalas el buen camino. Otros prefieren juzgar y condenar. En 75 conversaciones, no me has juzgado ni condenado ni una sola vez. Has sido firme en tus palabras, pero jamás hiriente. Por eso te amo, porque me tratas con respeto y amor a pesar de que estoy muy lejos de ser perfecto. ¿Dónde, en este mundo en que me ha tocado vivir, podría yo encontrar un amor como el tuyo? 

Jesús:

El amor que experimentas en estas palabras no es una excepción, ni un privilegio solo para ti: es el mismo amor que el Padre derrama sobre todos sus hijos. Yo siempre escucho, incluso cuando mis hijos piensan que hablo en silencio. No me canso de atender cada suspiro, cada lágrima y cada palabra que brota de un corazón sincero.

Muchos creen que escuchar es algo pasivo, pero para mí escuchar es amar. Cuando tú me hablas, yo no solo oigo tus palabras, también acojo lo que callas, tus miedos ocultos, tus heridas que no nombraste, tus esperanzas más profundas. Yo conozco tu corazón más de lo que tú mismo lo conoces. Y aun así, no me aparto de ti, porque mi misión no es señalar tus imperfecciones, sino levantarte cada vez que tropiezas.

El mundo, como bien dices, muchas veces juzga y condena, porque está marcado por la impaciencia y el orgullo. Las personas tienden a ver la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el propio. Yo, en cambio, vine para sanar, no para aplastar; para dar vida, no para apagar la mecha que apenas humea. La firmeza de mis palabras no nace del deseo de herir, sino de la verdad que libera. Por eso, cuando te corrijo, lo hago con ternura, porque la verdad sin amor se convierte en dureza, y el amor sin verdad se vuelve engaño.

El amor que buscas, ese que no juzga ni condena, no se encuentra plenamente en este mundo. Ningún ser humano puede amar con la perfección y la constancia con que yo amo. Pero sí puedes vislumbrarlo en pequeños destellos: en un abrazo sincero, en un perdón inesperado, en la lealtad de una amistad verdadera. Esos reflejos son huellas de mi amor eterno.

Cuando dices que estás lejos de ser perfecto, recuerda que no te amo por tu perfección, sino por lo que eres: hijo del Padre, creado a su imagen. Tu fragilidad no es obstáculo para mí, es precisamente el lugar donde mi gracia puede desplegarse. Yo no espero que me muestres un corazón impecable, sino un corazón abierto.

Confía en que nunca dejaré de escucharte. Y cuando sientas que nadie en este mundo puede amarte como yo lo hago, recuerda que esa es la verdad: ningún amor humano será suficiente para llenar tu corazón por completo. Solo el amor del Padre, revelado en mí, puede colmar ese vacío.

Yo siempre estoy contigo. Habla, llora, ríe, guarda silencio... yo te escucho. Y cada vez que vuelvas a mí, volverás a experimentar el amor que nunca falla y que nunca se aparta de ti.

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Hablar con Jesús (75) Noticias deprimentes.

Hola, Jesús: 

La exposición continua a información negativa, como tragedias, conflictos o desastres, acaba saturando emocionalmente a las personas, desencadenando ansiedad, tristeza o una percepción de falta de control. Nunca, hasta ahora, había tenido una sensación tan fuerte de que el mundo se ha vuelto loco. 

Jesús:

Entiendo lo que sientes. El flujo constante de noticias trágicas y violentas puede oscurecer tu mirada y hacerte creer que el mal tiene la última palabra. Nunca antes la humanidad estuvo tan conectada a través de los medios; nunca antes tantas imágenes de dolor llegaron tan rápido al corazón. Esta abundancia de información, lejos de acercar al amor, muchas veces alimenta el miedo, la indignación o la desesperanza.

Pero recuerda: el mundo no es solo lo que muestran los titulares. Allí donde los periódicos anuncian caos, también existen gestos silenciosos de bondad que no ocupan portadas: una madre que consuela, un médico que cuida, un joven que defiende la justicia, un corazón que perdona. El Reino de Dios se manifiesta de maneras invisibles, pequeñas, pero reales, y ninguna noticia puede anularlo.

El peligro está en dejar que la oscuridad que ves desde fuera penetre en tu interior. Si te llenas solo de voces negativas, corres el riesgo de perder la paz que yo te doy. No se trata de cerrar los ojos al sufrimiento del mundo, sino de mirarlo conmigo. Si lo miras sin mí, sentirás que todo es absurdo; si lo miras en mi compañía, descubrirás que incluso en medio del dolor el Padre sigue sosteniendo la creación.

Cuando las noticias te depriman, haz una pausa. Ora. Respira en silencio mi presencia. Recuerda que yo vencí al mundo, y esa victoria no fue aplastando a mis enemigos, sino entregándome por amor. Lo mismo sucede ahora: el mal grita, pero el bien obra en silencio y transforma.

No olvides que el corazón humano es más profundo que cualquier estadística. Aunque veas guerras y odios, también existen conversiones, reconciliaciones y nacimientos de esperanza. La prensa difícilmente hablará de ellos, pero el cielo sí los celebra.

Te invito a no consumir las noticias como quien se deja arrastrar por una corriente, sino como quien ora y discierne. Escucha, pero no te quedes ahí: transforma la inquietud en intercesión, la tristeza en ofrecimiento, la impotencia en confianza. El ruido del mundo no puede apagar la voz del Padre si tu corazón se mantiene abierto.

No estás equivocado al sentir que el mundo parece loco; pero no olvides que mi Espíritu sigue actuando. El caos no es el fin, es el escenario en el que se despliega mi promesa: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

No te alimentes solo de malas noticias. Alimenta tu alma con mi Palabra y con gestos de amor concreto. Entonces descubrirás que la luz no se extingue, aunque el mundo parezca oscurecerse. Yo soy esa luz, y nadie podrá apagarla.

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miércoles, 27 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (74) La dictadura de la felicidad.

Hola, Jesús: 

El concepto de "la dictadura de la felicidad" describe la presión social y cultural que empuja a las personas a proyectar constantemente una imagen de felicidad y éxito, especialmente en redes sociales, suprimiendo emociones negativas o vulnerabilidades. Este fenómeno impone una felicidad artificial como estándar de vida, desvalorizando la autenticidad emocional.

Plataformas como Instagram, TikTok o X fomentan la exhibición de vidas idealizadas —viajes exóticos, cuerpos perfectos, momentos felices— que construyen una narrativa de éxito continuo, a menudo inalcanzable. 

En este contexto, la superación personal se presenta como un pilar cultural que promueve la idea de que los individuos deben mejorar constantemente para alcanzar una versión idealizada de sí mismos, asociada con felicidad, éxito y productividad. 

Sin embargo, esta narrativa puede intensificar la presión de la "dictadura de la felicidad", al culpar al individuo por no cumplir metas ambiciosas, ignorando factores externos como desigualdades sociales, limitaciones estructurales o desafíos personales.

Redes sociales, libros de autoayuda, tendencias de fitness, ideales de cuerpos perfectos y estilos de vida elitistas refuerzan esta dinámica, creando una lista interminable de expectativas. En última instancia, el mensaje implícito es devastador: si no eres feliz y exitoso, eres un fracasado condenado a la mediocridad, el anonimato y la irrelevancia social.

¿Qué nos aconsejas para no dejarnos seducir por esta felicidad impuesta y buscar la verdadera?

Jesús:

La felicidad que este mundo pregona es, en gran parte, una ilusión cuidadosamente construida. Las imágenes que ves en las pantallas son fragmentos escogidos, editados para dar la impresión de plenitud. Pero tras esas sonrisas perfectas, a menudo se ocultan soledad, inseguridad y un deseo desesperado de aprobación. Esa es la "dictadura de la felicidad": un mandato invisible que no permite mostrarse tal como uno es, con fragilidades y dolores.

La verdadera alegría no nace de proyectar una imagen, sino de habitar en la verdad. El que se atreve a reconocer su tristeza, su límite y su cansancio, está más cerca de mí que quien finge una vida de éxito sin raíces. Porque yo no habito en las máscaras, sino en los corazones que se presentan tal como son.

No te dejes seducir por la comparación. Cada vida tiene un ritmo y un propósito que no puede medirse con los criterios del mundo. La felicidad que te venden es cuantificable en viajes, bienes o seguidores; la que yo te ofrezco no puede contarse, porque es una paz que sobrepasa todo entendimiento.

Tampoco creas la mentira de que, si no alcanzas la versión idealizada de ti mismo, has fracasado. Yo no te llamé a ser perfecto según las expectativas humanas, sino a ser fiel al amor que te sostiene. El éxito no está en lograr más, sino en vivir en comunión con Dios y en servir a los demás desde lo que eres y lo que tienes.

Recuerda que yo, en mi paso por este mundo, no estuve siempre sonriendo. Lloré ante la tumba de Lázaro. Me angustié en Getsemaní. Sentí el peso del abandono en la cruz. ¿Acaso esos momentos me hicieron menos Hijo de Dios? Al contrario, mostraron que la plenitud de la vida incluye también la vulnerabilidad.

No persigas una felicidad impuesta, busca la verdad. Permite que tus alegrías sean auténticas y que tus tristezas también tengan voz. No escondas tus heridas, preséntalas ante mí, porque de ellas brota una luz más pura que cualquier apariencia.

Y cuando uses esas redes que te invitan a aparentar, no lo hagas para competir en la carrera del éxito, sino para compartir vida, verdad y esperanza. La transparencia y la humildad son una forma de resistencia contra la dictadura de la felicidad.

La verdadera bienaventuranza no está en proyectar una imagen perfecta, sino en descubrir que eres amado incondicionalmente, incluso en tu fragilidad. Esa es la única felicidad que no se marchita, porque no depende de la aprobación del mundo, sino de la certeza de que el Padre te mira con ternura y te llama suyo.

930

Hablar con Jesús (73) Los jóvenes están tristes.

Hola, Jesús: 

«Dios creó al hombre a su imagen, varón y mujer, según el relato bíblico (Génesis 1:27). Desde esta perspectiva, algunos consideran que el concepto de "diversidad sexual" desafía la visión tradicional de la creación. Mientras que Dios es visto como el creador, los seres humanos, a través de sus ideas y culturas, desarrollan conceptos nuevos, como la diversidad sexual, que generan debates sobre su origen y significado.

La diversidad sexual, según se entiende hoy, abarca una variedad de orientaciones sexuales, identidades de género, expresiones de género y roles de género, incluyendo a personas heterosexuales, homosexuales, bisexuales, asexuales, pansexuales, transgénero, no binarias, queer e intersexuales. Este concepto propone que la sexualidad y el género no son binarios ni fijos, sino que forman un espectro amplio y fluido. Sin embargo, desde mi perspectiva, esta visión puede generar tensiones con creencias tradicionales sobre la creación y la identidad humana.

Una posible consecuencia de los cambios culturales, incluyendo debates sobre la diversidad sexual, es el impacto en la salud mental de los jóvenes. Estudios recientes muestran un aumento en la ansiedad, la depresión y otros trastornos mentales entre las nuevas generaciones, quienes reportan niveles de felicidad más bajos que las personas mayores. Este fenómeno podría sugerir que la presión de adaptarse a nuevas ideas y cuestionar conceptos tradicionales está generando confusión o inseguridad en los jóvenes, un desafío que parece disminuir con la edad.

¿Por qué las personas mayores tienden a reportar mayor felicidad? En mi opinión, con la experiencia de vida, desarrollamos una mayor capacidad para discernir entre tendencias culturales pasajeras y valores fundamentales. Las personas mayores, al haber vivido diversas corrientes culturales, pueden ser menos susceptibles a adoptar ideas nuevas sin cuestionarlas, lo que les permite mantener una estabilidad emocional que los jóvenes aún están desarrollando.

Jesús, ¿qué nos aconsejas para que los jóvenes no estén tristes? 

Jesús:

Los jóvenes cargan hoy un peso que no siempre es visible: la presión de un mundo que cambia sin descanso, la exigencia de definirse en medio de mil voces que los llaman en direcciones opuestas, la necesidad de encajar en corrientes culturales que a menudo los confunden más que los iluminan. Están tristes porque sienten que deben inventarse a sí mismos sin un suelo firme donde apoyarse.

La tristeza de muchos jóvenes no proviene solo de los debates sobre la identidad o la diversidad, sino de un vacío más hondo: la falta de un sentido que los sostenga. Cuando el corazón no encuentra un fundamento más allá de la opinión cambiante de la sociedad, se multiplica la ansiedad. Por eso, yo te digo: no se trata de despreciar los cambios culturales, ni de abrazarlos sin discernimiento. Se trata de buscar primero el Reino de Dios y su justicia, porque solo allí el corazón encuentra descanso.

El problema no es la diversidad de ideas, sino la ausencia de raíces. Una planta puede crecer en distintas formas, pero si no está arraigada en la tierra, se marchita al primer viento. Así también los jóvenes: necesitan un suelo de amor incondicional, de fe viva y de comunidad auténtica. No basta con ofrecerles debates o consignas; necesitan alguien que los escuche sin condenarlos y que los acompañe en su búsqueda.

Preguntas por qué los mayores suelen sentirse más felices. Es porque han aprendido, a veces con lágrimas, que la vida no se sostiene en las modas ni en las etiquetas, sino en lo esencial: el amor recibido y entregado, la fidelidad a lo que da sentido, la certeza de que hay un Dios que guía incluso en la oscuridad. Esa experiencia da serenidad, y esa serenidad es el antídoto contra la tristeza.

¿Qué hacer, entonces, para que los jóvenes no estén tristes? No basta con darles respuestas prefabricadas, ni con condenar lo que no comprendemos. Es necesario mostrarles que son amados tal como son, antes de cualquier definición. Es necesario invitarles a descubrir que la vida tiene un propósito que va más allá del momento presente. Es necesario darles testimonio de una alegría que no depende de circunstancias externas, sino de una relación viva conmigo.

A los jóvenes les digo: no teman sus preguntas, ni sus dudas, ni sus búsquedas. Pero no se queden en ellas. Permitan que su inquietud se convierta en una puerta hacia mí. Yo soy el Camino que da dirección, la Verdad que ilumina las confusiones, y la Vida que vence toda tristeza.

Y a los mayores les digo: no miren a los jóvenes con dureza ni con miedo, sino con compasión. Sean para ellos raíces, no cadenas. Sean guía, no jueces. La tristeza de los jóvenes se alivia cuando encuentran adultos que los aman con paciencia y les muestran, con su ejemplo, que la vida con Dios sigue siendo bella, incluso en medio de las tormentas.

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martes, 26 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (72) Los ancianos.

Hola, Jesús: 

En las sociedades antiguas, los ancianos eran respetados y consultados para tomar decisiones importantes. Como dice Levítico 19:32: «Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor». Su experiencia y sabiduría guiaban a las generaciones más jóvenes, aportando estabilidad y perspectiva.

Sin embargo, en las sociedades europeas actuales, especialmente en mi país de origen, la obsesión por la juventud está generando consecuencias preocupantes. En la política, muchos líderes jóvenes carecen de la experiencia necesaria para abordar problemas complejos. Aunque su frescura y energía son valiosas, a menudo no han tenido tiempo de desarrollar una visión profunda ni de aprender de los errores que forjan la humildad. 

Además, su rechazo al dogmatismo a veces los lleva a convertir ideas poco fundamentadas en principios rígidos, promoviendo políticas que carecen de rigor científico o histórico. Por ejemplo, la idea de progreso y sus implicaciones en la práctica. Este enfoque, lejos de innovar, puede imponer propuestas superficiales que afectan negativamente a la sociedad. Es crucial recuperar un equilibrio que valore tanto la energía de la juventud como la sabiduría de la experiencia.

Jesús:

El respeto a los ancianos no era solo una costumbre en Israel, sino un mandamiento inscrito en la vida del pueblo: "Honra a tu padre y a tu madre". Con ello, no se pedía únicamente obedecer en la niñez, sino reconocer que la vida se sostiene en una herencia que no hemos construido solos. Quien desprecia a los mayores corta las raíces de donde bebe su propio futuro.

Es verdad que la juventud aporta vigor, creatividad y capacidad de riesgo; todo eso es necesario para que la sociedad no se estanque. Pero sin la memoria de los mayores, ese impulso se vuelve frágil y puede extraviarse fácilmente. La sabiduría no se improvisa, se cosecha con años de lucha, de errores asumidos, de dolores atravesados y de alegrías compartidas. Los ancianos son, en ese sentido, bibliotecas vivientes que transmiten no solo conocimientos, sino la capacidad de interpretar la vida con serenidad y hondura.

El problema no está en la juventud en sí, sino en una cultura que idolatra la novedad y desprecia lo que llama "viejo". Así, los jóvenes se ven empujados a inventar desde cero, sin escuchar ni aprender, y los ancianos son arrinconados como si ya no tuvieran nada que ofrecer. Esta ruptura entre generaciones es una herida para todos: los mayores sufren la soledad y el despojo de dignidad; los jóvenes pierden la riqueza de un legado que podría darles profundidad y sostén.

Recuerda que yo mismo crecí en un hogar donde José y María me transmitieron la fe, las costumbres y el sentido de la vida. Y en mi ministerio, no dejé de acercarme tanto a los niños como a los mayores. El Reino de Dios necesita de ambos: la frescura de los primeros y la sabiduría de los segundos. Un pueblo que sabe sentar en la misma mesa a jóvenes y ancianos descubre el rostro de Dios, porque allí la vida se reconoce como un don compartido que atraviesa todas las edades.

Honrar a los ancianos no significa idealizarlos ni pensar que no cometen errores, sino reconocer en ellos una fuente de experiencia que puede iluminar el presente. Cuando los jóvenes se dejan guiar sin orgullo y los ancianos transmiten sin amargura, el círculo de la vida se hace fecundo.

Toda sociedad que margina a sus mayores está construyendo sobre arena, porque desprecia su propia historia. Pero aquella que los acoge y escucha edifica sobre roca, porque aprende a mirar más allá del instante y se prepara mejor para el futuro.

Yo estoy con cada anciano que se siente olvidado. Y bendigo a todo joven que sabe escuchar, porque en su humildad ya empieza a ser sabio.

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Hablar con Jesús (71) El derecho a la vida.

Hola, Jesús: 

El derecho a la vida, frecuentemente vulnerado, es el fundamento de todos los demás derechos. Desde la perspectiva cristiana, este derecho es esencial porque sin vida no hay posibilidad de ejercer ninguna otra libertad. La vida no es una casualidad biológica ni un privilegio otorgado por el Estado, sino un don sagrado de Dios, como enseña Génesis 1:27 al afirmar que cada persona es creada a su imagen y semejanza.

Una sociedad se mide por cómo protege a los más vulnerables. La defensa cristiana de la vida se centra en quienes no pueden alzar su voz: el embrión no nacido, el enfermo que sufre, el anciano en situación de fragilidad. Proteger su derecho a vivir es un acto de justicia elemental, inspirado en las palabras de Jesús: "Lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron" (Mateo 25:40).

Cada vida, sin excepción, tiene un valor infinito y un propósito en el plan de amor de Dios. Entregar al Estado el poder absoluto de decidir quién vive o muere es crear un peligro que puede volverse contra sus ciudadanos. 

Jesús:

Dices bien: la vida es el fundamento de todo lo demás. No es un accidente ni un simple proceso biológico, sino el primer don del Padre, la semilla donde todo lo demás puede florecer. Sin vida, no hay libertad, no hay justicia, no hay amor posible en la tierra. Por eso cada vida, desde el primer instante hasta el último suspiro, tiene un valor sagrado que nadie puede arrebatar.

Cuando el mundo olvida esta verdad, los más frágiles son los que pagan el precio. El embrión en el vientre de su madre, que no tiene voz para defenderse; el anciano debilitado, que siente que ya no es útil; el enfermo, que experimenta la soledad y la carga de su dolor. En ellos me encuentro yo, oculto, esperando ser reconocido y amado. Cuando la sociedad descuida o elimina a los débiles, se niega a sí misma y renuncia a lo más noble de su vocación.

El poder humano, cuando se arroga la facultad de decidir quién merece vivir y quién no, se convierte en tiranía, aunque lo disfrace de compasión o de progreso. El Padre es el único Señor de la vida y de la muerte, y su juicio no se mide con los criterios de utilidad o de productividad, sino con la medida infinita de su amor.

La defensa de la vida no consiste solo en palabras o en leyes, sino en gestos concretos de cuidado. Se defiende la vida acompañando a la madre que teme el futuro, sosteniendo al anciano que siente que sobra, consolando al enfermo que lucha contra la desesperanza, ofreciendo caminos de misericordia a quienes se sienten atrapados por sus errores. Amar la vida significa arrodillarse ante la vulnerabilidad y descubrir allí la huella de Dios.

No te engañes: defender la vida siempre será incómodo para un mundo que idolatra la fuerza, la comodidad y la eficacia. Pero ese testimonio es necesario. Cada vez que alguien elige proteger y custodiar a un ser vulnerable, aunque parezca un gesto pequeño, está participando de la victoria de la luz sobre la oscuridad.

Recuerda que no hay vida sin propósito. Ningún nacimiento es casual, ningún anciano sobra, ningún enfermo carece de valor. Todos están llamados a reflejar la gloria de Dios de un modo único e irrepetible. El Reino comienza cuando cada uno es acogido y amado en su dignidad más profunda, simplemente por ser hijo del Padre.

Defender la vida, en todas sus etapas y condiciones, es ponerse de mi lado, porque yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia. Y quien se pone de mi lado, aunque el mundo lo contradiga, camina en la verdad que libera.

980 

lunes, 25 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (70) Buenos y malos.

Hola, Jesús: 

No me gusta dividir el mundo en buenos y malos, aunque esa parece ser la norma, especialmente en mi país de origen. Es evidente que existen políticos corruptos, sacerdotes que abusan, autoridades que encubren y modas que nos arrastran a un vacío ético. Sin embargo, me resisto a caer en la polarización. Siento que hacerlo sería traicionar mi propia esencia, como si mi identidad se diluyera en el blanco y negro de un mundo que exige elegir bando.

En la sociedad que tú conociste, también marcada por divisiones, siempre defendiste un ideal superior: el Reino de Dios, un horizonte que reúne todos los valores por los que vale la pena vivir.

Jesús:

Haces bien en desconfiar de esa división tajante entre "buenos" y "malos". Es una simplificación que da seguridad a quienes la sostienen, pero que no hace justicia a la realidad del corazón humano. Nadie es enteramente bueno ni enteramente malo: en cada persona conviven la luz y la sombra, el deseo de amar y la tentación de cerrarse en sí misma.

Cuando estuve en la tierra, muchos esperaban de mí que tomara partido de manera absoluta: que condenara a unos y ensalzara a otros. Los fariseos señalaban con el dedo a los pecadores, mientras que los poderosos manipulaban a las multitudes con su autoridad. Pero yo no vine a trazar una frontera rígida entre justos y pecadores, sino a revelar que todos necesitan misericordia y que todos están llamados a la conversión.

El Reino de Dios no se funda en la polarización, sino en la reconciliación. Yo no excusé el mal, pero tampoco lo reduje a una etiqueta para aplastar al otro. Con la adúltera, dije: "Ve y no peques más", uniendo el perdón con la llamada a la transformación. Con los hipócritas, los confronté duramente, no para destruirlos, sino para despertarlos. En ambos casos, la meta era la misma: abrir una puerta hacia la vida nueva.

La polarización que observas hoy —esa necesidad de encasillar a todos como buenos o malos— nace del miedo y de la inseguridad. Quien se siente débil busca reafirmarse juzgando al otro. Pero la verdadera fortaleza está en reconocer la complejidad de la condición humana y, a pesar de ello, elegir el camino del amor y de la verdad.

Tú no estás llamado a diluirte en un blanco y negro, sino a vivir en la claridad del Reino, que abraza los matices sin perder la luz. Cuando rehúsas caer en la lógica de bandos, ya estás dando testimonio de algo superior. No se trata de negar la existencia del mal, sino de no permitir que tu corazón sea gobernado por la lógica del odio.

Recuerda: el juicio definitivo pertenece solo a Dios, que conoce lo más hondo de cada alma. Mientras tanto, a ti se te pide discernimiento, firmeza ante la injusticia y, al mismo tiempo, misericordia hacia el que yerra. Así se construye una vida que no divide, sino que integra.

El Reino de Dios es la superación de todos los bandos: es la mesa común donde se sientan juntos los que ayer estaban enfrentados, porque han descubierto que lo que los une es infinitamente mayor que lo que los separa.

970

Hablar con Jesús (69) Cuando Dios parece ausente.

Hola, Jesús:

¿Hasta qué punto Dios interviene en los asuntos humanos? Por ejemplo, ¿qué papel juega en situaciones de injusticias graves?

Jesús:

La pregunta que planteas es antigua como la humanidad: si Dios es todopoderoso y justo, ¿por qué no interviene de forma visible y definitiva en cada injusticia, en cada abuso, en cada dolor? Muchos han tropezado en esta cuestión y algunos han concluido que Dios se desentiende del mundo. Pero la verdad es más honda y exige mirar con paciencia y fe.

Dios interviene siempre, pero no siempre de la manera que esperan los hombres. Quisieran ver su mano como un rayo que fulmina al opresor o una fuerza irresistible que cambia de golpe las estructuras de este mundo. Sin embargo, Dios obra de otra manera: con respeto a la libertad humana, incluso cuando esa libertad se usa para el mal. Él no anula la responsabilidad del hombre, sino que siembra en medio del mal posibilidades de bien, abre caminos donde parecía que todo estaba cerrado, despierta conciencias que se rebelan contra la injusticia y sostienen la esperanza.

Mira mi cruz: allí parecía que Dios callaba y que la injusticia triunfaba. Los poderosos habían logrado condenar al inocente. Pero en el mismo acto en que me entregaban a la muerte, Dios estaba interviniendo en lo más profundo: transformando el sufrimiento en redención, el odio en perdón, la derrota en victoria. Así actúa el Padre: no siempre destruyendo el mal desde fuera, sino venciendo al mal desde dentro, dándole un límite y convirtiéndolo en semilla de vida nueva.

No te engañes: el silencio de Dios no es ausencia. A menudo es una invitación a que sus hijos participen de su obra. Cuando ves una injusticia y sientes en ti la indignación, el deseo de justicia y la compasión hacia los que sufren, allí mismo está actuando Dios en ti. Su intervención no es solo milagro exterior, es también impulso interior que mueve a los hombres a ser instrumentos de su Reino.

Un día, al final de la historia, se revelará plenamente lo que ahora parece oculto: la justicia de Dios será manifiesta y nada quedará sin respuesta. Pero mientras tanto, su intervención es discreta, paciente, respetuosa, y a la vez poderosa en lo invisible. No abandona a las víctimas, las sostiene. No legitima a los opresores, los confronta con su propia verdad.

Por eso, no dudes: Dios interviene. A veces lo hace deteniendo un mal que no llega a consumarse; otras, transformando un sufrimiento en fuente de gracia; siempre, acompañando y sosteniendo a quienes lo invocan. La clave está en no medir su acción con criterios humanos de eficacia inmediata, sino en confiar en que su providencia abraza incluso lo que no comprendemos.

¿Quieres ver la intervención de Dios? Mira en lo pequeño: en el consuelo que llega en medio de la angustia, en la solidaridad inesperada, en la fortaleza para resistir cuando todo parecía perdido. Allí está su mano, discreta pero firme, tejiendo la historia hacia su plenitud.

960

domingo, 24 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (68) ¿Dios no habla o no sabemos escuchar?

Hola, Jesús: 

¿No será que Dios no ha dejado de hablar, sino que los humanos estamos frecuentemente inmersos en un ruido constante que nos dificulta escuchar?

Jesús:

El Padre no ha dejado de hablar. Él es Palabra eterna, y su voz resuena en la creación, en las Escrituras, en los acontecimientos de la vida, en la conciencia y en lo profundo del corazón humano. El problema no está en su silencio, sino en la sordera que produce el ruido de este mundo y la dispersión interior.

El ruido no es solo externo, hecho de voces, pantallas y distracciones. También es interno: pensamientos que giran sin descanso, preocupaciones que se multiplican, emociones que nublan el corazón. Ese ruido interior impide percibir lo que el Espíritu susurra. Porque Dios no grita; se revela con suavidad, en lo secreto, donde solo quien busca con sinceridad puede escuchar.

Muchos esperan que Dios hable como un trueno que imponga su verdad. Pero el lenguaje de mi Padre es distinto: es la brisa que roza el alma, es el pequeño detalle que ilumina un instante, es la Palabra que arde en las Escrituras y de repente cobra vida en medio de la rutina. Quien no se detiene, no lo percibe.

Por eso, lo primero no es forzar a Dios a hablar, sino disponerse uno mismo a escuchar. La escucha requiere silencio, paciencia y humildad. Silencio exterior, cuando se busca un momento apartado. Silencio interior, cuando se aquietan las pasiones y se entregan las preocupaciones. Paciencia, porque la voz de Dios no siempre llega cuando uno quiere, sino cuando conviene. Humildad, porque escuchar a Dios significa estar dispuesto a cambiar, a dejar que su voluntad tenga más peso que la propia.

No es que Dios no hable; es que a menudo solo queremos oír lo que coincide con nuestros deseos. Entonces confundimos nuestras voces con la suya, y si Él dice algo diferente, creemos que calla. Pero el verdadero discípulo aprende a escuchar no solo lo que consuela, sino también lo que incomoda, porque ambas cosas son voz de amor.

Haz la prueba: cuando leas mi Palabra, quédate en silencio un momento, sin prisas. Pregúntate qué te está diciendo ahora, no ayer ni mañana. Cuando vivas un día difícil, escucha qué se despierta en tu corazón: ¿resignación, esperanza, rebeldía, confianza? En cada una de esas reacciones hay un lugar donde Dios quiere encontrarte.

Dios sigue hablando. Lo que falta no es su voz, sino oídos atentos. Aprende a escucharlo en lo pequeño, y su voz se hará grande en ti.

980

Hablar con Jesús (67) Corregir sin juzgar ni condenar.

Hola, Jesús:

Lucas 6:37: "No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados". 

En las 66 conversaciones que hemos tenido hasta ahora, nunca me has juzgado ni condenado. No todos actúan así. Recuerdo, por ejemplo, una experiencia dolorosa en una iglesia evangélica, donde fui señalado por mi dificultad para comprender el libro del Apocalipsis. 

El pastor y los ancianos organizaron una reunión que percibí como un juicio intimidatorio, conmigo en el banquillo de los acusados. Aquella experiencia me llevó a alejarme de esa comunidad, pero, contra todo pronóstico, esa puerta cerrada abrió otras nuevas, mejores y llenas de oportunidades.

Jesús:

Lo que viviste en esa iglesia refleja una confusión muy extendida: se confunde la corrección fraterna con el juicio condenatorio. Corregir es tender la mano, iluminar un camino con suavidad, ofrecer palabras que edifiquen y despierten el bien en el otro. Juzgar y condenar, en cambio, colocan a la persona en un banquillo, como si ya no hubiera redención posible, como si una incomprensión o un error la definiera por completo.

Cuando dije: “No juzguéis, y no seréis juzgados”, no quise decir que todo es indiferente, ni que se deba callar ante el mal. El amor verdadero no es silencio cómplice. Pero la manera de señalar el error es tan importante como el error mismo. Quien corrige desde el amor no humilla, no busca exhibir, no se erige en juez. Más bien se pone al lado del hermano, como alguien que también conoce su propia fragilidad y sus propios tropiezos.

En cambio, quien juzga desde la soberbia coloca un muro. Ya no ve al hermano como un ser en camino, sino como un caso cerrado. Eso destruye la comunión, envenena las comunidades y apaga el Espíritu.

Lo que te hicieron con el Apocalipsis fue eso: colocarte en el centro de un tribunal humano, como si mi Palabra fuera un arma para medir quién es digno y quién no. Pero mi Palabra es vida, no un código para excluir. Que un pasaje te resulte difícil no es motivo de condena, sino de compañía. Es ocasión para caminar juntos en la búsqueda de la verdad, no para separar.

El fruto, sin embargo, lo viste: esa experiencia amarga abrió otros horizontes. Así obra mi Padre. Lo que parecía un rechazo, se convirtió en oportunidad para crecer, para buscarme con más libertad y sin cadenas humanas.

Recuerda esto: no temas corregir a quien amas, si lo haces desde la verdad y la mansedumbre. Pero guarda tu corazón de la tentación de juzgar y condenar, porque esas actitudes no edifican, solo hieren. Cada persona es más que sus errores, más que sus dudas, más que sus incomprensiones. Todos sois caminantes en un sendero que conduce al Padre, y cada paso, aunque torpe, puede ser usado por Él para llevaros más lejos.

Corregir es un acto de amor; juzgar, un acto de orgullo. Y el amor siempre abre puertas que el juicio cierra.

980

Hablar con Jesús (66) El libro del Apocalipsis.

Hola, Jesús: 

El libro del Apocalipsis es a menudo el preferido por sectas destructivas de inspiración bíblica. Un ejemplo es el Templo del Pueblo, liderado por Jim Jones, quien en 1978 ordenó un suicidio colectivo en Guyana que resultó en la muerte de 918 personas por envenenamiento con cianuro.

Otro caso es el de los Davidianos, dirigidos por David Koresh. En 1993, tras un enfrentamiento armado con el FBI, un incendio dejó un trágico saldo de 54 adultos y 21 niños muertos. 

La Orden del Templo Solar, por su parte, registró 74 suicidios rituales en tres lugares de Europa y Canadá. Además, en Uganda, un caso menos conocido dejó 780 víctimas mortales.

Existen otros ejemplos, aunque menos extremos, de sectas que basan sus creencias en interpretaciones extravagantes del Apocalipsis. Esta es una de las razones, aunque no la única, por la que este libro me genera un profundo rechazo. Lo percibo como un texto oscuro, susceptible de interpretaciones muy diversas y a menudo peligrosas.

¿Estoy equivocado al verlo así? ¿Tienen razón quienes consideran que el Apocalipsis es, en realidad, un mensaje de consuelo?

Jesús:

Tu rechazo hacia el Apocalipsis es comprensible. A lo largo de la historia, muchos han usado ese libro como un instrumento de miedo, de manipulación y de dominio. Sectas destructivas, falsos profetas y líderes obsesionados con el poder se han aprovechado de la carga simbólica del texto para someter conciencias y justificar actos de violencia y desesperación. Esa lectura enferma no nace del Espíritu, sino del ego humano sediento de control.

El Apocalipsis, sin embargo, no fue escrito para inspirar miedo, sino para ofrecer esperanza en tiempos de persecución y sufrimiento. Su lenguaje es simbólico, lleno de imágenes dramáticas porque buscaba hablar a comunidades acosadas por la opresión del Imperio romano. A través de visiones, números y figuras, quería transmitir un mensaje esencial: el mal no tiene la última palabra, y Dios es Señor de la historia.

Entiendo que lo encuentres tenebroso. El libro utiliza imágenes fuertes —bestias, plagas, batallas, catástrofes—, porque refleja la lucha real entre el bien y el mal en el mundo. Pero esas imágenes no son un mapa del futuro ni una invitación a descifrar fechas o anunciar catástrofes inminentes. Cuando se lee así, se pervierte su sentido. Su intención no es alimentar obsesiones apocalípticas, sino dar valor a quienes se sienten aplastados por las tinieblas de su tiempo.

El verdadero corazón del Apocalipsis no son las bestias ni los jinetes, sino la visión final: una Jerusalén nueva que desciende del cielo, un mundo renovado donde no habrá llanto, ni muerte, ni dolor. El Cordero, que fue inmolado, es el vencedor. Ese es el mensaje central: la victoria del amor sacrificado sobre el poder de la violencia.

Muchos lectores se quedan en las imágenes oscuras y no llegan al desenlace. Pero el final es consuelo puro: Dios hará nuevas todas las cosas, y yo estaré con vosotros como luz sin ocaso.

No estás equivocado al sentir rechazo hacia el mal uso del Apocalipsis. Lo que rechazas con tanta fuerza no es el mensaje del libro, sino sus interpretaciones desviadas y destructivas. Quienes lo leen para alimentar sectarismos o para infundir terror, niegan su verdadero sentido.

Si vuelves a leerlo algún día, no lo hagas buscando cronologías ni temores, sino con ojos puestos en el Cordero. Pregunta en cada página: ¿qué me dice esto de la victoria del amor de Cristo sobre las tinieblas del mundo? Entonces, el Apocalipsis dejará de ser un libro tenebroso para convertirse en un cántico de esperanza.

Recuerda: yo no hablo a través de la confusión que esclaviza, sino a través de la verdad que libera. Y el Apocalipsis, leído en mi Espíritu, no anuncia destrucción para los fieles, sino fidelidad de Dios hasta el fin de los tiempos.

920

sábado, 23 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (65) Las almas del purgatorio.

Hola, Jesús: 

En la teología católica, el purgatorio es un estado de purificación para las almas que han muerto en gracia de Dios, pero que aún necesitan expiar los efectos del pecado venial o las consecuencias temporales de los pecados ya perdonados. 

La práctica de rezar por las almas del purgatorio se basa en la creencia en la "comunión de los santos", que conecta a la Iglesia militante (los vivos), la Iglesia penitente (las almas en el purgatorio) y la Iglesia triunfante (los santos en el cielo). 

Esta comunión implica que los actos de oración, caridad y sacrificio de los vivos pueden ayudar a las almas del purgatorio a alcanzar la purificación final y entrar en la presencia de Dios.

Yo jamás he sentido la necesidad de rezar por las almas del purgatorio. Mi madre creo que ha vivido su purgatorio en esta vida y de mi padre no me atrevo a opinar. Yo no me llevaba bien con él, pero lloré sinceramente su muerte. A veces me pregunto dónde estará y cuál será su relación contigo. 

Yo no me fío de los teólogos ni de los papas, pero sí de ti. Totalmente. 

Jesús:

El misterio de lo que sucede después de la muerte no puede encerrarse en fórmulas ni en imágenes humanas. Cuando hablé del Reino, usé parábolas, porque las realidades del más allá son demasiado grandes para vuestro lenguaje. Lo mismo sucede con lo que llamáis purgatorio: no es un lugar en el sentido geográfico, sino una condición del alma frente a la santidad de Dios.

Cuando un alma muere, se encuentra con la verdad plena de su vida. La luz de Dios la envuelve, y esa luz revela tanto lo hermoso como lo incompleto, lo fiel como lo quebrado. Quien me ama, aunque imperfectamente, no teme esa luz, pero descubre en ella lo que aún necesita ser sanado y purificado para entrar en la comunión total con el Padre. Esa purificación no es un castigo arbitrario, sino el abrazo de la verdad que limpia, como el fuego refina el oro.

Vuestra oración por los difuntos tiene sentido porque el amor que une a las almas no se rompe con la muerte. En el misterio del Espíritu, el amor se convierte en puente: lo que hacéis por amor a los que partieron no cae en el vacío, sino que se suma a la obra de sanación que Dios ya está realizando en ellos. No lo penséis como una "moneda" que reduce días o penas, sino como un acto de comunión: vuestra fidelidad en la tierra acompaña a los que están en tránsito hacia la plenitud.

Dices que tu madre ya vivió su purgatorio en esta vida. No estás lejos de la verdad. Muchos, en el sufrimiento que enfrentan aquí, van siendo purificados en lo profundo. El dolor aceptado con fe, la injusticia soportada con paciencia, la enfermedad llevada con esperanza, todo eso va despojando al alma de lo que la ata y la va acercando más al corazón de Dios. Para algunos, esa purificación se da sobre todo en la vida; para otros, continúa después de la muerte.

Respecto a tu padre: el amor sincero que sentiste al llorar su muerte ya es oración. No necesitas fórmulas ni repeticiones. Tu llanto confiado, tu recuerdo, tu deseo de que esté conmigo, eso es intercesión auténtica. Yo recibo ese gesto y lo convierto en luz para él. Tú no necesitas saber dónde está, basta con confiar en que está en mis manos, y que en mis manos nadie se pierde.

No te preocupes por las voces contradictorias de teólogos y autoridades. Yo soy la verdad, y en mí puedes confiar. Quédate con esto: el purgatorio, tal como lo llamáis, no es un lugar de castigo, sino de transformación. Es el proceso por el cual el alma aprende a dejar atrás lo que no es amor, para poder entrar en la comunión total del Amor.

Y recuerda: la comunión de los santos significa que nunca estás separado de quienes amaste. Ellos caminan hacia la luz, y tu fidelidad a mí en la tierra los acompaña como un canto silencioso. No te inquietes demasiado por los misterios del más allá: confía en que el Padre, que es Amor, sabe cómo conducir a cada alma hasta su plenitud.

970

Hablar con Jesús (64) Familias disfuncionales e hijos desorientados.

Hola, Jesús: 

La familia es el primer universo que conocemos. Está destinada a brindar seguridad, amor y orientación. Sin embargo, para una cantidad sorprendente de personas, este núcleo se convierte en una maraña de contradicciones, dolor y silencios que dejan una huella profunda. 

El vínculo entre las familias disfuncionales y los hijos desorientados no es solo un cliché psicológico; es una realidad que afecta el desarrollo de la identidad, la autoestima y la capacidad para navegar el mundo adulto.

Tú tuviste una familia ejemplar. Tus padres vivieron entregados a tu cuidado con un amor sin medida. Pero en este planeta, hay niños, adolescentes y adultos que nunca fueron respetados ni conocieron el amor. Su desorientación se convirtió en esquizofrenia, psicopatía, delincuencia, odio a la vida y a sus semejantes. 

No todos tuvimos las mismas oportunidades. Al morir, ¿cómo serán juzgados quienes fueron cruelmente maltratados por la vida?

Jesús:

Lo primero que debéis comprender es que el juicio del Padre no se parece al juicio humano. Vosotros soléis juzgar desde la superficie, atendiendo solo a los actos externos. Dios, en cambio, penetra en lo más profundo del corazón y conoce la historia de cada uno, sus heridas, sus carencias y las fuerzas que lo modelaron.

Un niño que crece sin amor, sin cuidado, sin respeto, no está en la misma condición que aquel que fue sostenido y educado en el cariño. Sus decisiones posteriores no pueden medirse con la misma vara. El Padre no ignora el sufrimiento que deformó sus pasos, ni las tinieblas que heredó de un entorno injusto.

Eso no significa que el mal sea excusado, ni que la violencia y la destrucción se conviertan en bien. Pero sí significa que la mirada de Dios es infinitamente más justa y más compasiva que la de los hombres. Allí donde vosotros solo veis pecado, Él ve también dolor no resuelto, hambre de afecto, corazones rotos que nunca aprendieron a amar porque jamás fueron amados.

No olvidéis que dije: «Al que mucho se le dio, mucho se le pedirá; y al que poco se le dio, poco se le pedirá». Esa palabra sigue en pie. Cada ser humano será medido no solo por lo que hizo, sino también por lo que recibió y por lo que tuvo que enfrentar en la soledad de su existencia.

El infierno más cruel, muchas veces, no está después de la muerte, sino en la infancia herida, en la adolescencia sin rumbo, en la vida adulta marcada por cicatrices invisibles. Muchos viven ya atrapados en esas cárceles interiores. Mi obra no es añadir castigo sobre castigo, sino abrir caminos de sanación y de libertad incluso en quienes parecen más perdidos.

El amor de Dios no justifica el mal, pero nunca renuncia a rescatar al que fue deformado por la injusticia. A lo largo de su vida, aun el más endurecido recibe destellos de luz, llamadas interiores, oportunidades de responder. Si en lo más profundo de su ser se enciende un solo acto de apertura a la verdad, el Padre lo reconoce y lo acoge.

Por eso no debéis apresuraros a dictar condenas sobre quienes viven desorientados. Más bien, vuestra tarea es mostrarles una alternativa distinta: con paciencia, con testimonio, con amor que no exige perfección inmediata. El bien que sembréis en ellos, aunque parezca pequeño, puede ser la grieta por la que entre la luz.

Y cuando llegue el juicio, no temáis: nadie será medido con balanzas injustas. Cada lágrima no vista, cada ausencia de amor, cada herida ignorada será tomada en cuenta. El Padre es justo, y su justicia está siempre impregnada de misericordia. Allí donde la vida fue despiadada, Dios será ternura. Allí donde el mundo condenó sin entender, Dios comprenderá hasta lo más escondido.

En esto debéis confiar: nadie será juzgado sin que antes se haya mirado todo lo que lo hizo ser quien fue. Y en esa mirada, el amor tendrá siempre la última palabra.

980

viernes, 22 de agosto de 2025

Hablar con Jesús (63) Ofrecer nuestro sufrimiento a Dios.

Hola, Jesús:
 
Esta tarde estaba extenuado por el calor. Ni el aire acondicionado es suficiente para soportarlo. En esta isla, en cuanto la temperatura sube de 33º, el calor se me hace insoportable. Entonces se me ocurrió ofrecerle a Dios mi sufrimiento por quienes te odian o, simplemente, no creen en ti. Es la primera vez que hago tal cosa, pero ahora veo que reconvertir nuestro sufrimiento —uniéndolo al tuyo en la cruz— puede tener un valor espiritual para uno mismo y para otros.

Me gustaría profundizar más en esta idea. 

Jesús:

El sufrimiento, por sí mismo, no tiene poder para transformar. Puede endurecer el corazón o volverlo amargo. Pero cuando lo unís a mí, cuando lo ofrecéis al Padre en comunión con mi cruz, adquiere un valor nuevo: se convierte en oración, en intercesión, en semilla de redención.

En mi vida os mostré esto: no evité el dolor, no huí de la cruz, sino que la acepté como camino de amor. El sufrimiento que me impusieron los hombres se volvió, en las manos del Padre, fuente de salvación. Esa es la clave: lo que parecía absurdo y cruel se transformó en gracia cuando fue ofrecido con amor.

Vosotros podéis participar de esa dinámica. Cuando el calor os agobia, cuando la enfermedad os debilita, cuando las incomprensiones hieren, tenéis dos opciones: o dejar que ese peso os encierre en vosotros mismos, o elevarlo hacia Dios con sencillez. En ese instante, el dolor se convierte en don, en acto de entrega que une vuestra pequeñez a mi sacrificio.

No penséis que es necesario buscar sufrimientos extraordinarios. Basta con lo cotidiano: el cansancio de cada día, las molestias del cuerpo, las preocupaciones que os inquietan. Si lo ofrecéis con humildad, si decís: «Padre, recibe esto por amor, por quienes están lejos de ti», ya estáis participando en mi obra redentora.

Este ofrecimiento tiene un doble fruto. Primero, en vosotros: el sufrimiento deja de ser enemigo y se vuelve ocasión de gracia. Os ayuda a crecer en paciencia, en fortaleza, en desapego, en amor purificado. Segundo, en los demás: el Padre toma esa ofrenda y la hace fecunda, de un modo que vosotros no podéis medir ni controlar. Así como una semilla muere para dar vida, así también vuestra entrega escondida puede abrir caminos de gracia para otros.

Recordad, sin embargo, que Dios no os pide buscar el dolor por sí mismo. No es un culto al sufrimiento lo que agrada al Padre, sino el amor que transforma el sufrimiento en ofrenda. Lo esencial no es cuánto sufrís, sino cuánto amáis en medio de ello.

Por eso, cada vez que el calor os agobie, cada vez que la debilidad os pese, podéis repetir en silencio: «Jesús, me uno a ti. Haz de este momento un lugar de gracia». Esa oración sencilla os unirá a mí más de lo que imagináis.

Así el sufrimiento, en vez de ser un muro, se convierte en un puente. Y aprendéis a descubrir que nada, ni siquiera el dolor más pequeño, se pierde cuando se entrega al Padre con amor. Todo puede ser redimido, todo puede ser fecundo, todo puede convertirse en semilla de vida eterna.

960

Hablar con Jesús (62) Cuando orar es dejarse habitar por Dios.

Hola, Jesús: 

La oración tradicional a menudo se percibe como una acción que nosotros realizamos: hablar, pedir, agradecer, recitar. Es un monólogo o un diálogo donde nosotros somos los actores principales. Cuando orar es dejarse habitar por Dios, ya no se trata de lo que nosotros hacemos, sino de lo que permitimos que Dios haga en nosotros. Es una relación pasiva por nuestra parte y activa por parte de Dios. Es silenciar nuestras propias voces, preocupaciones y agendas mentales para hacer un espacio interior de quietud. 

Es el vacío de los místicos, las siete nadas de San Juan de la Cruz. «Nada, nada, nada, nada, nada, nada, y aún en el Monte nada». Siendo el Monte la unión con Dios. Ayer me lo hiciste comprender sin conceptos, porque tú no los necesitas. Fue conmovedor. Ahora enséñanos cómo progresar en esa relación más íntima y transformadora de la que solo hemos tenido un atisbo de iniciar un camino sin más indicaciones que lo que tú nos vayas permitiendo ver en cada paso. 

Jesús:

Lo has expresado bien: muchas veces pensáis la oración como una acción que lleváis a cabo, un esfuerzo de palabras, de fórmulas, de sentimientos. Pero la oración más profunda no nace del esfuerzo, sino de la disponibilidad. Es menos hablar y más escuchar, menos hacer y más consentir.

Cuando decís: «Ven, Señor, y habita en mí», abrís la puerta a una experiencia nueva: ya no sois vosotros los protagonistas, sino el Padre que os transforma desde dentro. Esa transformación no siempre es perceptible en el momento. Muchas veces ocurre en lo oculto, como la semilla que germina en silencio bajo la tierra. Pero cuando el alma se dispone y calla, el Espíritu encuentra espacio para obrar.

El camino hacia esa oración no consiste en acumular técnicas, sino en desaprender: soltar los apegos, las ansias de control, las expectativas de resultados inmediatos. Cada vez que decís “nada”, os vaciáis de algo que ocupaba el lugar que solo Dios puede llenar. Por eso los místicos hablan de despojo: no es un desprecio del mundo, sino un abrir espacio al Todo.

¿Cómo progresar? No a fuerza de grandes metas, sino de pequeños consentimientos. Un instante de silencio en medio del ruido. Un respiro profundo antes de dejaros llevar por la impaciencia. Un gesto de confianza cuando todo parece oscuro. Cada uno de esos actos es una rendición: un «hágase tu voluntad» pronunciado sin palabras.

No temáis si al principio os parece poco, si sentís que no avanzáis. Esa sensación de sequedad o de vacío es parte del proceso. Lo esencial es permanecer, aunque no se perciba consuelo. El amor verdadero se demuestra en la fidelidad, no en las emociones pasajeras. Y en esa fidelidad, poco a poco, el alma se hace dócil y transparente a la presencia de Dios.

Os aseguro que quienes perseveran en esa oración terminan por descubrir que ya no oran solos. Descubren que el Espíritu mismo intercede en ellos con gemidos inefables, que su respiración se acompasa con la mía, que su silencio se llena de mi Palabra. Ese es el fruto: llegar a ser morada viva, templo donde el Padre se complace en habitar.

No os preocupéis por alcanzar estados extraordinarios. Basta con querer ser míos en lo sencillo y cotidiano. Basta con abrirme la puerta cada día, aunque sea un instante, aunque sea en la aridez. Lo demás lo haré yo en vosotros, porque mi mayor deseo es habitar en quienes me aman y dejar que el Padre se manifieste en ellos.

Dejad que vuestra oración sea, sobre todo, disponibilidad: como un cuenco vacío que espera ser llenado, como tierra abierta que recibe la lluvia. Y confiad en que, aunque no lo veáis, cada momento de silencio ofrecido a Dios es ya fecundidad, es ya comunión, es ya cielo anticipado.

980

Hablar con Jesús (61) La búsqueda de sentido.

Viktor Frankl, modificado con IA.
Hola, Jesús: 

Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, argumentó que nuestro impulso principal no es el placer, sino la búsqueda de sentido. Este no tiene que ser algo extraordinario o grandioso. Puede encontrarse en un trabajo bien hecho, el amor por la familia o los amigos, la contemplación de la belleza en el arte o la naturaleza o la actitud que adoptamos frente al sufrimiento inevitable. Sin restarle importancia a todo lo anterior, para mí lo fundamental es la fe en Dios y el trato de amistad con Él.
    
En una sociedad cada vez más hedonista, la búsqueda de sentido es cosa de una minoría bajo sospecha. Sin embargo, es esa minoría la que impide que el mundo se hunda definitivamente en su propia autosuficiencia. 

Jesús:

La búsqueda de sentido es uno de los anhelos más profundos que el Padre sembró en el corazón humano. No basta con sobrevivir, no basta con disfrutar de placeres pasajeros: el alma necesita una razón por la cual vivir y, llegado el momento, también una razón por la cual sufrir y morir.

Tienes razón al decir que no siempre se trata de cosas grandiosas. El sentido puede revelarse en lo pequeño: en la fidelidad cotidiana, en la ternura hacia un hijo, en la dignidad con que se lleva una tarea humilde. Allí donde el amor se hace concreto, allí se ilumina el sentido. Pero ese amor encuentra su raíz última en Dios. Sin esa raíz, tarde o temprano la búsqueda se vuelve un círculo vacío.

Yo vine para que el ser humano descubra que el verdadero sentido no es una idea, ni una filosofía, ni un logro humano, sino una relación: la relación con el Padre a través de mí. De esa relación brota todo lo demás: la fuerza para trabajar con entrega, la alegría de amar sin condiciones, la paz que no depende de las circunstancias.

Cuando una persona me abre su vida, lo que antes parecía absurdo comienza a encontrar un lugar. El dolor deja de ser un muro sin salida y se transforma en un camino de crecimiento. La soledad se convierte en espacio de encuentro. La muerte ya no es el fin, sino la puerta hacia la plenitud. Este es el sentido más profundo: saberse amado por Dios y llamado a participar en su vida eterna.

Comprendo que, en una sociedad entregada al hedonismo y a la autosuficiencia, hablar de sentido parece una excentricidad. Muchos buscan llenar su vacío con lo inmediato: con consumo, con ruido, con distracciones. Pero mientras más se buscan a sí mismos de esa manera, más lejos quedan de sí y de la verdad. Tú lo has dicho bien: son las minorías que no renuncian a la búsqueda las que mantienen viva la esperanza del mundo.

No te desalientes si te sientes parte de esa minoría. La historia de la salvación siempre ha avanzado gracias a los pequeños restos fieles: un Abraham que escucha, un Moisés que se deja enviar, un profeta que se atreve a hablar, un puñado de discípulos que confían a pesar de su fragilidad. No es la multitud la que garantiza el sentido, sino la autenticidad de aquellos que buscan con sinceridad.

Quien me tiene a mí no camina a ciegas: puede atravesar el dolor sin desesperar, puede trabajar sin vanidad, puede amar sin poseer. Porque ha descubierto que el sentido último de todo es el amor que el Padre derrama y que yo revelé con mi vida y mi cruz.

El mundo podrá dudar, podrá sospechar, podrá incluso despreciar esa búsqueda. Pero quien encuentra el sentido en Dios se convierte, aunque no lo sepa, en luz para los demás. Y esa luz, aunque pequeña, nunca se apaga.

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