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Buscando información para el tema 98, me vinieron a la mente tres palabras: Gratitud, alabanza y adoración, así como sus respectivas referencias en la Biblia. Me gustaría, querido Jesús, que desarrollases un poco estos tres conceptos tan importantes —como olvidados— en una vida cristiana coherente con tu ejemplo de vida y tus enseñanzas.
Gratitud: 1 Tesalonicenses 5:18: "Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús".
Alabanza: Salmos 150:6: "Todo lo que respira alabe al Señor".
Adoración: Juan 4:24: "Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".
Jesús:
Has elegido tres palabras que resumen de manera luminosa la esencia de la vida cristiana: gratitud, alabanza y adoración. Permíteme detenerme en cada una de ellas.
Gratitud.
Dar gracias en todo no significa ignorar el dolor o disfrazar las heridas, sino reconocer que, aun en medio de la prueba, el Padre nunca abandona a sus hijos. La gratitud abre los ojos del corazón para ver la fidelidad de Dios en lo pequeño y en lo grande: en el pan de cada día, en la amistad sincera, en la esperanza que renace tras la noche. El agradecido no se queda en lo que falta, sino que descubre lo que ya ha recibido como don inmerecido. La gratitud es la raíz de la confianza.
Alabanza.
Cuando el salmista dice: "Todo lo que respira alabe al Señor", está revelando que la alabanza es la respiración natural del alma. Alabar no es solo cantar o pronunciar palabras hermosas: es reconocer que toda la creación refleja la bondad del Creador. La alabanza nos libera del peso del ego, porque desplaza la mirada de nosotros mismos hacia Dios. En ella, el corazón se expande y se une al coro eterno de ángeles, montañas, ríos y estrellas que proclaman la gloria del Padre.
Adoración.
Adorar es ir más allá de la gratitud y de la alabanza: es ponerse de rodillas, interior o exteriormente, reconociendo que Dios es Dios y nosotros somos criaturas. Es entrar en la verdad de nuestro ser. Por eso dije a la samaritana que el Padre busca adoradores en espíritu y en verdad. La adoración no depende de templos grandiosos ni de ritos perfectos; nace de un corazón humilde que se deja amar y que se entrega sin reservas. Adorar es perderse en la presencia de Dios para encontrarse en Él.
Gratitud, alabanza y adoración son como tres escalones que conducen al mismo misterio: la comunión con el Padre. El agradecido aprende a alabar; el que alaba llega a adorar; y quien adora, vive ya anticipadamente la eternidad, porque el cielo no es otra cosa que un estado de gratitud sin fin, alabanza sin cansancio y adoración sin temor.
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