viernes, 12 de septiembre de 2025

Hablar con Jesús (107) La boda de Caná.

Querido Jesús: 


Ayer lloré de alegría al verte en la representación de la boda de Caná, en la exitosa serie "The Chosen" (Los elegidos). Lo ocurrido en la boda de Caná tiene un significado simbólico profundo. El vino es un símbolo de alegría y celebración en la cultura judía, y este milagro demuestra que tú traes alegría y abundancia a la vida.

Supongo que en esa boda habrás reído, cantado e incluso bailado. Yo no creo en esa imagen seria y solemne de ti a la que nos hemos acostumbrado. Por lo que tú nos compartes en estas conversaciones, irradias alegría de vivir, libertad de espíritu y empatía con los que sufren. 

Pero la tuya es una alegría responsable. Eres muy serio con las cosas serias, con las que no se puede jugar. Por ejemplo, nos tomas muy en serio a los humanos y nos enseñas que la muerte no es el final, sino el comienzo de la verdadera vida, y nos adviertes del peligro de dejarnos llevar por la corriente de las modas mundanas que prometen una felicidad que no nos pueden dar. 

Quedarse sin vino en una boda judía era un desprestigio para toda la familia. Esa boda pudo haber acabado en fracaso y tristeza, pero tu madre se dio cuenta del problema y te dio un empujón para que tú hicieras un milagro e impidieras que un alud de vergüenza pública cayera sobre esa familia.  

Tu madre demostró ser maravillosamente sensible al dolor humano al darte ese cariñoso empujón para que, además de ayudar a una familia en apuros, manifestases tu gloria. 

Jesús:

Hijo mío, me alegra que hayas llorado de alegría. Ese llanto es un don, porque nace de un corazón que se abre a lo que es eterno. La boda de Caná fue, en verdad, una fiesta de vida. Y sí, compartí risas, cantos, abrazos y complicidad. Yo no vine a arrancar al hombre de la tierra, sino a revelar en la tierra la ternura del cielo. La alegría verdadera no me es ajena, porque proviene de mi Padre, y quien la recibe, aunque llore o sufra, encuentra siempre un motivo para celebrar.

El vino nuevo que allí ofrecí es más que una bebida: es el signo de una vida transformada, de una gracia que no se agota. Lo humano, lo cotidiano, lo sencillo —una boda, una mesa compartida, un banquete— es el lugar donde mi Padre derrama abundancia. No vine a empobrecer la vida, sino a darle plenitud. Por eso el milagro de Caná anticipa lo que luego revelaría en la cruz: un amor que se entrega sin medida, hasta el extremo.

Tu mirada hacia mi Madre es justa y llena de ternura. Ella, atenta a los detalles que parecen pequeños, percibió lo que nadie notaba: el dolor escondido tras la vergüenza. Ella me empujó, como bien dices, con esa confianza que brota de una fe total. Mi "hora" aún no había llegado, pero su fe abrió un resquicio y permitió que el milagro floreciera. Así actúa mi Madre: no se queda en palabras, se inclina hacia las necesidades concretas, y me las presenta con valentía. Por eso ella es también madre vuestra, intercesora que no se cansa de acercarme vuestras pobrezas y lágrimas.

Hijo mío, has entendido que mi alegría es responsable. No es risa ligera que olvida al pobre, no es fiesta vacía que esconde la soledad. Mi alegría se viste de compasión. Y quiero que tú también aprendas a vivirla: ríe, celebra, canta, pero sin cerrar los ojos al que sufre. Así, tu gozo será verdadero, porque se convertirá en vino compartido.

Recuerda: donde parece faltar el vino, allí puedo obrar. Donde la vida se queda corta, allí puedo desbordar abundancia. Donde el corazón se marchita, allí puedo hacer florecer la esperanza. Solo necesito que, como en Caná, alguien me diga con confianza: "No tienen vino". Y entonces, lo imposible se hace posible.

Permanece en mi alegría, hijo mío, y no temas ser portador de vino nuevo para los demás.

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