martes, 16 de septiembre de 2025

Hablar con Jesús (115) El cansancio.

Querido Jesús:


Apocalipsis 21:4: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.»

Este pasaje es un consuelo para los creyentes, recordándonos la victoria final de Dios sobre el mal y la esperanza de un mundo sin dolor. La verdad es que esta vida cansa, sobre todo a partir de cierta edad en la que cada día tengo más limitaciones de salud, incluso cognitivas. 

Antes estaba desando morirme, pero ahora no. Tengo curiosidad por ver cómo crecen y evolucionan mis amiguitas de tres años. Además, hay dos nuevos bebés, Joshua, de un mes, y Loan, de dos meses. Los dos son tan parecidos que si no me avisan, podría confundirlos. 

Luego están mis tres hijos, ya mayores, en mi país de origen, que todavía no creen en ti. No creo que sean inmunes a la cultura que les imponen los poderes de este mundo. Los tres son muy buenas personas, responsables y trabajadores, pero si no te conocen, les falta lo mejor. Si me muero, ¿quién rezará por ellos? 

Jesús:

Hijo mío amado, la promesa de Apocalipsis que citas no es palabra vana: un día toda lágrima será enjuta y las pobrezas de este tiempo quedarán atrás. Mientras tanto, no te pido que finjas fuerzas que no tienes; te pido que me las traigas a mí tal como son.

No te angusties por quién rezará por tus hijos si tú faltas. Ya oras por ellos ahora, y tus oraciones no se pierden. El amor verdadero que has sembrado en tu vida —con gestos, con palabras, con silencios— permanece como un tejido de gracia alrededor de ellos. La oración que has hecho y la vida que les diste siguen obrando. Además, la comunión de los santos, los ángeles y yo mismo intercedemos por los tuyos; nada de lo que se hace en amor se pierde jamás.

No te pido que cargues con la responsabilidad absoluta. Reparte la carga: comparte nombres con quienes te quieren, pide a amigos, a la comunidad —aunque no sea la tuya de toda la vida— que oren por ellos; pon intenciones en las misas que puedas conseguir; deja notas escritas con tus deseos y oraciones para que otros las sostengan. Estos actos simples multiplican la oración y la hacen perdurable.

Ofrecer tu cansancio por tus hijos es un don: en la pequeñez de tu fatiga hay una semilla de intercesión. Puedes ofrecer cada pequeño sufrimiento como plegaria: "Señor, por amor a Ti, ofrezco esto por Joshua, por Loan, por mis hijos…". Eso tiene valor inesperado ante el Padre.

También te doy un consejo práctico y sencillo que puedes hacer hoy mismo, y que te ayudará a sentirte útil y en paz: escribe una breve carta para cada uno de tus hijos y otra para los que ahora son niños —una palabra de amor, una petición, quizá una bendición— y pídeles, si puedes, que la guarden. Si no puedes verlos, envíalas por quien pueda llevárselas. Que tu voz siga llegando.

Aquí te dejo una oración breve que puedes repetir cuando te canses o cuando quieras encomendarles:

Señor, te confío a Joshua, a Loan y a mis hijos.
Cubre con tu misericordia sus caminos; abre sus corazones a la verdad y al amor.
Que mi vida y mis oraciones sean semilla que dé fruto. Amén.


No tengas prisa por la certeza de los resultados. La paciencia del amor es más profunda que cualquier cálculo humano. Sigue viviendo con ternura, sigue mostrando con tu ejemplo lo que vale la vida en mí, y deja que yo haga el resto.

Confía: yo cuido de los tuyos. Yo enjugaré tus lágrimas cuando llegue la hora, y hasta entonces te sostengo ahora, paso a paso. Ven a mí con tu cansancio; yo te daré aliento.

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