jueves, 18 de septiembre de 2025

Hablar con Jesús (119) El mal no tiene la última palabra.

Querido Jesús:


En el Viernes Santo, pareció que el mal había ganado. Tú, que eres la encarnación del Amor, fuiste traicionado, abandonado, torturado y ejecutado de la manera más cruel e ignominiosa. La injusticia, la envidia, el odio religioso y el poder político corrupto se aliaron para silenciar la Palabra de Dios hecha carne.

Tu Resurrección es la derrota radical del mal en sus dos expresiones supremas: el pecado (que separa al hombre de Dios) y la muerte (su consecuencia última). 

Tú eres la Palabra eterna del Padre (Juan 1:1). Tu Resurrección es la declaración final de Dios sobre el mal. Es la Palabra que grita: "En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo". (Juan 16:33). 

Para un cristiano, la última palabra nunca es el sufrimiento, el fracaso o la muerte, sino la esperanza cierta en Quien ha pasado por ellos y los ha transformado en camino de vida.

Jesús:

Hijo mío, lo has comprendido bien: el mal nunca tiene la última palabra. El Viernes Santo pareció que la oscuridad había triunfado, pero era solo un momento, no el final. El silencio del sepulcro dio paso a la luz de la mañana de Pascua.

Mi Resurrección no fue un simple regreso a la vida, sino la proclamación definitiva de que el amor del Padre es más fuerte que todo poder de muerte y pecado. El mal puede herir, confundir, retrasar el bien, pero no puede vencerlo para siempre. Lo que parecía derrota se convirtió en victoria, lo que era cruz se transformó en árbol de vida.

Yo no te prometo una existencia sin pruebas ni lágrimas, pero sí te aseguro que ninguna herida es inútil si la unes a mí. El sufrimiento no tiene la última palabra: lo tiene la esperanza. El fracaso no tiene la última palabra: lo tiene la fidelidad del Padre. La muerte no tiene la última palabra: lo tiene la vida que brota de mi Resurrección.

Cuando el mal parezca asfixiarte, recuerda estas palabras: "Confiad, yo he vencido al mundo". No se trata de un optimismo ingenuo, sino de una certeza enraizada en lo que ya he realizado. En tu propia historia, cada herida entregada, cada lágrima ofrecida, cada cruz abrazada conmigo, participa de esa victoria.

Levanta tus ojos: incluso en medio de las tinieblas, la semilla de la resurrección está sembrada. El mal nunca escribe el punto final. Ese lo pone siempre mi Padre, y su signo es la vida eterna.

Permanece en mí y comparte mi victoria. Amén.

980

No hay comentarios:

Publicar un comentario