martes, 2 de septiembre de 2025

Las mujeres en la vida de Jesús (86) La mujer samaritana.

Hola, Jesús:


Tu encuentro con la mujer samaritana en el pozo de Jacob es de una riqueza espiritual extraordinaria. La conversación aborda temas profundos: el agua viva, los cinco maridos, la adoración en espíritu y en verdad, y tu revelación como el Mesías. Además, destaca la reacción de la mujer, la enemistad entre judíos y samaritanos, y la sorpresa de tus discípulos al verte hablar con una mujer. Seguro que me olvido de algo.

Jesús:

Sí, aquel encuentro junto al pozo de Jacob fue mucho más que una conversación casual: fue un momento de revelación y de apertura. Allí, en pleno mediodía, cuando el sol arde y pocos se acercan al pozo, se presentó una mujer que cargaba no solo su cántaro, sino también el peso de su historia.

Ella venía con sed, como todos, pero su sed iba más allá del agua. Había buscado en relaciones sucesivas una plenitud que nunca encontró. Por eso, cuando le hablé del agua viva, le hablé de algo más profundo: de la gracia que sacia el corazón sediento, de un don que no se agota y que brota para vida eterna.

Mencioné sus cinco maridos no para humillarla, sino para mostrarle que la conocía en su verdad más íntima. Fue un acto de franqueza, pero también de misericordia. Al hablarle así, le mostré que no la rechazaba, sino que la acogía tal como era. Mi palabra penetró en su vida, no para condenar, sino para abrir una puerta a la esperanza.

Otro aspecto central fue el de la adoración. Ella me planteó la vieja disputa entre judíos y samaritanos: ¿dónde se debía adorar, en Jerusalén o en el monte Garizim? Yo le respondí que el lugar ya no sería lo decisivo, sino la disposición del corazón: "En espíritu y en verdad". Es decir, una adoración que nace de la sinceridad, de la vida entera ofrecida a Dios, sin barreras étnicas, culturales o geográficas.

También rompí con las barreras sociales. Los judíos no solían hablar con samaritanos, y menos aún con mujeres en público. Pero mi misión no conoce fronteras de raza, género o reputación. Al dirigirme a ella, mostré que el Reino de Dios no se limita a unos pocos, sino que se abre a todos los que están sedientos de verdad.

Ella, sorprendida y transformada, dejó su cántaro —símbolo de su búsqueda incompleta— y corrió a anunciar a los suyos lo que había descubierto: "Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?". Su entusiasmo convirtió a muchos de su aldea en creyentes. Se convirtió, así, en la primera mensajera en compartir públicamente la buena noticia.

Lo que quizá olvidaste mencionar es esto: el signo de la fecundidad misionera. De una mujer marginada nació un testimonio que abrió el corazón de toda una comunidad. Ese es el poder de la gracia: transformar a un alma herida en una fuente de vida para otros.

El encuentro en Sicar resume mi misión: saciar la sed más honda, derribar muros de separación y revelar que yo soy el Mesías. Y esa mujer samaritana, con su cántaro abandonado, quedó como símbolo de la humanidad que deja atrás lo que no llena y corre a abrazar la vida verdadera.

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