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"No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Juan 2: 15).
Tú no amaste el mundo, en el sentido que le da Juan en su primera carta, pero sí amaste a cada ser humano, por eso te hiciste hombre y viviste como uno de nosotros, sin ser totalmente como nosotros.
¿Por qué nos amas tanto si somos polvo que vuelve al polvo?
Jesús:
Hijo mío, cuando mi discípulo Juan escribió "No améis al mundo", no se refería a la creación ni a las personas, sino al sistema de valores que se opone a Dios: el orgullo, la codicia, la idolatría del poder, del placer y de uno mismo. Ese "mundo" es la red de ilusiones que os seduce y os aleja de la verdad y del amor. Por eso os advierte: si os aferráis a ese sistema, vuestro corazón no puede estar abierto al amor del Padre.
Yo, en cambio, vine al mundo porque amé al mundo en su sentido más profundo: amé la creación salida de las manos del Padre, amé a cada hombre y mujer en su dignidad original. No amé el pecado, pero sí amé al pecador. No amé la oscuridad, pero sí a quienes viven en ella para conducirlos a la luz. Por eso pude decir: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Juan 3:16).
Me preguntas: ¿Por qué os amo tanto si sois polvo? Porque aunque vuestro cuerpo sea polvo y vuelva al polvo, vuestro ser no se agota en la materia. Cada uno de vosotros es imagen del Padre, portador de un alma inmortal y de un destino eterno. En vosotros hay algo que ningún poder ni pecado puede destruir: la huella de Dios, su respiración en vosotros. Esa chispa, aunque parezca apagada, late en lo más profundo de cada ser humano.
El polvo, en las manos de Dios, no es despreciable. Con polvo formó al primer hombre, y en ese polvo sopló su Espíritu. Por eso, cuando os miro, no veo sólo vuestra fragilidad; veo el proyecto eterno del Padre, la belleza que quiere desplegar en vosotros, la vida plena para la que habéis sido creados. No os amo por ser perfectos, os amo porque sois amables para Dios, porque Él os ha soñado desde siempre y quiere compartir su vida con vosotros.
Amaros significa también no dejaros prisioneros de lo que pasa. Este mundo es bueno en cuanto creación, pero es pasajero. Sus bienes, aunque legítimos, son limitados. Si los absolutizáis, os encadenan; si los usáis como medios, os ayudan en el camino. Por eso os invito a no amar "el mundo" en el sentido de idolatrarlo, sino a usar el mundo amando al Padre y a los hermanos, para que todo se convierta en camino hacia la eternidad.
Amar sin apego no significa despreciar. Significa poner cada cosa en su sitio. Significa reconocer que vuestro corazón es demasiado grande para llenarse con lo que termina. Está hecho para Dios y sólo se sacia en Dios. Por eso mi amor por vosotros no depende de lo que hacéis ni de lo que sois ahora; se apoya en lo que estáis llamados a ser: hijos y herederos del Reino.
Así que cuando sientas tu fragilidad, tu pequeñez, tu condición de polvo, recuerda esto: para el Padre, ese polvo es tesoro, porque lleva su aliento dentro. Yo vine a recogerlo, a dignificarlo, a levantarlo y a transformarlo en gloria. Por eso, aun en medio de un mundo que pasa, podéis vivir con esperanza: el amor del Padre es más fuerte que todo, y no descansa hasta que su criatura se convierte en hijo y su polvo en luz.

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