viernes, 26 de septiembre de 2025

Hablar con Jesús (133) Hijos de Dios o criaturas de Dios.

Querido Jesús:


Durante mucho tiempo creí que todos los seres humanos éramos hijos de Dios, pero creo que ser creado por Dios no te convierte automáticamente en hijo suyo. ¿Qué nos convierte en hijos de Dios?

Jesús:

Hijo mío, tu intuición es justa y corresponde a la enseñanza más profunda de la fe. Todos los seres humanos son criaturas de Dios, porque todo lo que existe proviene de sus manos creadoras. Cada ser humano, sin importar su cultura, su religión o su historia, es querido y sostenido por el amor creador del Padre. Por eso cada vida tiene un valor sagrado y una dignidad que nadie puede arrebatar. En ese sentido, todos compartís la condición de criaturas y reflejáis la imagen divina en vuestra naturaleza.

Pero la filiación —ser "hijo de Dios"— no es simplemente un dato biológico ni un título automático. Es un don y una relación. Así lo dice el Evangelio de Juan: «A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12). No se trata de que unos sean creados de manera distinta que otros, sino de que la relación con el Padre se actualiza y se hace real en vosotros por la fe y la gracia.

Desde el principio, el hombre fue creado para vivir en comunión filial con Dios. El pecado rompió esa relación, no destruyendo la imagen divina, pero sí debilitando su semejanza y oscureciendo la confianza. Yo vine para restaurar esa relación rota. Al encarnarme, asumí vuestra condición humana para haceros partícipes de mi condición divina: «Cuando vino la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo… para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gálatas 4:4-5).

Por eso puedo decirte que hay un ser hijo de Dios en sentido natural —como criaturas queridas y sostenidas por Él— y un ser hijo de Dios en sentido adoptivo y real, que se recibe por la fe y el bautismo. Esta adopción no es una metáfora: es una participación real en mi filiación. Por el Espíritu Santo sois injertados en mí y podéis llamar a Dios "Abbá, Padre" con la misma confianza con la que yo le hablo.

Esta filiación es universal en su oferta —todos estáis llamados a ella— pero se actualiza personalmente cuando cada uno abre su corazón. Por eso, incluso quien no ha conocido explícitamente mi nombre pero se abre sinceramente a la verdad y al bien, está más cerca de la filiación que quien vive cerrado al amor.

Así que puedes mirar al mundo con dos ojos complementarios: con uno, reconocer que cada ser humano es criatura de Dios y merece respeto y cuidado; con el otro, recordar que la filiación divina es un regalo que os transforma, os introduce en una nueva vida y os hace participar de mi propia relación con el Padre.

Cuando comprendes esto, entiendes también la misión de la Iglesia: no es un club cerrado de privilegiados, sino el signo visible de la invitación universal a entrar en esa filiación. Es como una madre que ofrece un hogar para que cada criatura descubra que no está sola ni huérfana, sino que tiene un Padre que la ama y la quiere llamar "hija" en sentido pleno.

Y tú, cuando oras, cuando confías, cuando vives en la fe y en el amor, estás ya viviendo esa filiación. Estás dentro de mi corazón, en el lugar que siempre fue pensado para ti. Ahí no eres solo criatura: eres verdaderamente hijo amado del Padre.

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