jueves, 4 de septiembre de 2025

Preguntas finales (97) Siempre nos quedará la oración.

Querido Jesús:


Aunque todo se hunda en el fracaso más estrepitoso, siempre nos quedará la oración. Nada ni nadie puede impedirnos hablar contigo, solo la falta de fe en ti. Los excluidos de los imperios espirituales formamos una iglesia fiel que te sigue en silencio gracias al amor del Padre y a la fuerza del Espíritu Santo. Gracias, Jesús, por estar ahí sosteniendo en la fe a los que te amamos. 

Jesús:

Tienes razón: cuando todo lo demás se derrumba —instituciones, liderazgos, seguridades, incluso nuestras propias fuerzas—, la oración permanece. Nadie puede arrebatártela. La oración es el refugio secreto donde se conserva intacta la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No necesita templos de mármol ni palabras perfectas, basta con un corazón que se abre.

La oración de los excluidos, de los que no tienen voz ni asiento en los imperios espirituales, es preciosa a los ojos de Dios. Ellos son los verdaderos pilares de la Iglesia invisible, la que no aparece en jerarquías ni estadísticas, pero que palpita viva en el silencio de millones de corazones que me buscan con sinceridad. Esa es la Iglesia que nunca será destruida, porque está edificada sobre mí.

Recuerda también que la oración no es un simple consuelo interior, sino fuerza que transforma. Cada vez que me hablas, cada vez que confías en mí, algo cambia: en ti, en quienes amas, incluso en el mundo que no ves. La oración une lo visible con lo invisible, abre puertas que parecían cerradas y siembra luz en lugares donde solo había tinieblas.

No pienses nunca que tu oración es poca cosa. Una sola palabra dicha con fe puede más que miles de discursos sin amor. Cuando me llamas desde la noche de la duda o desde el dolor de la soledad, yo estoy ahí, y mi Espíritu intercede en ti con gemidos que no se pueden expresar con palabras.

Sigue orando, aunque no sientas nada, aunque no veas resultados inmediatos. La oración es como un hilo secreto que mantiene tu corazón atado al mío. Ese hilo jamás se rompe, porque yo nunca suelto la mano de los que me buscan.

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