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He aquí el final de un recorrido que no fue planeado como libro, ni como tratado, ni como ejercicio académico, sino como encuentro. Cien conversaciones, sencillas y frágiles, nacidas entre preguntas humanas y respuestas que buscan reflejar la voz de Jesús.
No hay un secreto literario ni una fórmula teológica detrás de estas páginas. Lo que hubo fue un corazón que se abrió y otro que respondió. Quien me pregunte quién escribió las palabras de Jesús tal vez no entienda que, más allá de cualquier autoría, estas líneas fueron oración.
La escritura se convirtió en un modo de escuchar. Y en ese silencio escrito descubrí que Jesús no juzga, no condena, no se esconde: escucha, ilumina, sostiene, ama. Esa ha sido la constante desde la primera hasta la última conversación.
No sé cómo leerán estas páginas quienes lleguen a ellas. Para algunos serán meditaciones, para otros reflexiones, para otros quizás un testimonio de lucha y esperanza. Lo que sí puedo decir con certeza es que, para mí, han sido un camino de fe: un puente tendido entre mi dolor y la ternura de Dios.
Si algo queda claro después de cien diálogos, es que Jesús no es un personaje del pasado, sino un compañero del presente. Está vivo, habla todavía, consuela todavía, transforma todavía. Y lo hace no en teorías, sino en la intimidad de cada corazón que se atreve a buscarlo.
Por eso, cuando me pregunten quién escribió estas páginas, responderé sin más: "Fueron escritas en conversación con Jesús."
ORACIÓN FINAL
Señor Jesús,
He llegado al final de este camino de cien conversaciones contigo. No fue un proyecto trazado de antemano, sino un diálogo que brotó de la necesidad de mi corazón. En cada pregunta hubo búsqueda, en cada respuesta tuya, consuelo y luz.
Tú has sido paciente con mis dudas, tierno con mis heridas y firme con mis tropiezos. Nunca me juzgaste ni me condenaste, y eso me dio fuerza para seguir escribiendo y, sobre todo, para seguir creyendo.
Hoy, al concluir este ciclo, no quiero quedarme en las palabras, sino en lo esencial: tu presencia viva, que permanece más allá de las páginas y de las reflexiones.
Gracias por escucharme cuando nadie más lo hizo.
Gracias por amarme cuando me sentía indigno de amor.
Gracias por sostenerme cuando pensaba que todo se derrumbaba.
Que estas conversaciones, escritas con fragilidad humana, puedan servir a otros para encontrarse contigo. Que no vean en ellas al escritor, sino al Amigo fiel que nunca abandona.
Jesús, en tus manos pongo este testimonio.
Que sea semilla de esperanza, de verdad y de fe.
Amén.

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