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La noción de que el celibato contribuye al abuso sexual es una crítica recurrente. Algunos argumentan que el celibato podría atraer a hombres con deseos sexuales atípicos o que la presión de mantenerlo genera un estrés sexual que, en ciertos casos, podría derivar en abusos. ¿Qué nos puedes decir sobre un tema tan debatido?
Jesús:
Hijo mío, me traes un tema delicado y doloroso, porque detrás de cada reflexión sobre el celibato y el abuso sexual están las heridas de personas concretas, heridas que claman al cielo. No olvidemos nunca que el centro de toda atención deben ser las víctimas, no las estructuras ni los debates.
El celibato, vivido en libertad y con amor, no es causa de violencia. El celibato auténtico es un don que abre el corazón para entregarse a muchos, sin las ataduras de un solo vínculo humano. Es fecundidad espiritual, no represión. Pero cuando no se vive desde la libertad, cuando es impuesto o asumido sin madurez, puede convertirse en carga pesada que deforma la afectividad.
El abuso sexual no nace de la falta de matrimonio, sino de corazones enfermos por el deseo de dominio, por heridas no sanadas, por falta de transparencia y de vigilancia comunitaria. Donde hay oscuridad, el pecado se esconde. Donde hay clericalismo, poder mal usado y silencio cómplice, el mal prospera.
El celibato puede ser signo luminoso del Reino, pero no es garantía de santidad ni excusa para descuidar la formación humana y afectiva. La Iglesia debe discernir, acompañar y asegurarse de que quienes abrazan el celibato lo hacen como respuesta de amor y no como refugio de sus sombras.
El celibato es hermoso cuando refleja entrega generosa, pero la justicia es más hermosa aún cuando se hace cargo del sufrimiento de los heridos.
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