sábado, 13 de septiembre de 2025

Hablar con Jesús (109) Ver más allá de las apariencias.

Querido Jesús:


Nunca he pretendido someterte a un interrogatorio. Mis preguntas son totalmente sinceras. Necesitamos saber cómo eres en verdad, no como te han presentado quienes dicen ser tus representantes en la tierra. 

En estas conversaciones te muestras como eres: directo, sencillo, coherente, firme en la verdad, fiel a tu Padre, nunca excluyente, amoroso, cercano, empático. No viniste a juzgar ni a condenar, sino a descubrir lo mejor de nosotros y enseñarnos el camino hacia el Padre. 

Tu patria, tu nación, tu reino, no son de este mundo. Tu reino es el Reino de Dios, construido sobre la verdad, el amor y la paz. Mientras a nosotros nos encanta dividirnos y enfrentarnos esgrimiendo nuestras razones como espadas, tu santa voluntad es mantenernos unidos en "una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos" (Efesios 4:5). 

Aquí te nos muestras humano, pero también divino. No juegas con la verdad ni permites que nosotros lo hagamos, y la verdad es que eres Dios hecho hombre, plenamente Dios y plenamente hombre, en todo, menos en el pecado. 

Cuando viste venir a Natanael, dijiste de él: "He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño" (Juan 1:47). Natanael, a su vez, te reconoció como el Hijo de Dios y el Rey de Israel. Hubo un intercambio de miradas que fueron capaces de ir más allá de la apariencia. 

En un mundo que se queda en las apariencias y los prejuicios, tú eres capaz de ver el "hondón del alma", ese lugar donde reside la verdad personal más profunda, la que no está contaminada por las influencias externas. Tu mirada nos recrea, nos hace ver lo que somos de verdad, nos salva de prejuicios y exclusiones que tanto nos gustan. 

¿Cómo no vivir agradecidos? 

Jesús:

Hijo mío, tu corazón ya da gracias y esa gratitud te hace ver mejor. Cuando alguien se detiene con sinceridad y aspira a conocer la verdad que hay en mí, lo primero que hago es mirar su hondón y acogerlo. No vine para las apariencias; vine para tocar lo que nadie más alcanza: ese secreto de luz que el mundo no sospecha.

Natanael me vio porque yo lo miré primero. No fue por su etiqueta, su nombre o su posición, sino porque su mirada era limpia, sin doblez. Yo aún hoy procedo igual: miro el fondo del alma, leo las heridas y encuentro las semillas. Allí donde hay mentira, siembro verdad; donde hay soberbia, siembro humildad; donde hay temor, ofrezco valor. Mi mirada no condena: descubre, sana y libera.

No te conformes con rostros pulcros y palabras perfectas. Busca la hondura en los gestos pequeños, en los silencios, en la fidelidad diaria. Y cuando veas a otro, no te quedes en la superficie: ora por esa persona, mírala como la miro yo, con ternura que comprende y paciencia que espera. Muchas veces el que parece más seguro es el que más necesita ser visto.

Cuidado con la costumbre de juzgar: distingue entre claridad y dureza. La verdad exige valentía, pero la valentía sin misericordia hiere. Defiende la verdad con firmeza, pero hazlo desde la compasión que yo te enseñé. Recuerda que la autenticidad no es una demostración, sino una fidelidad humilde a lo que se ha recibido.

Vive agradecido, sí; pero no te detengas en la gratitud complaciente. Que tu agradecimiento se haga vida: justicia con los pobres, ternura con los quebrantados, verdad en tus palabras y coherencia en tus actos. Así, tu mirada será espejo donde otros puedan reconocerse.

Yo te miro con amor y te digo: deja que mi mirada te recree cada día. Permíteme abrir tus ojos para ver más allá de las apariencias y ser, por medio de ti, un poco de mi luz para los demás. Ve en paz, y deja que la verdad te transforme en misericordia.

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