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La doctrina de la presencia real en la Eucaristía es un pilar de la fe católica. En este sacramento, según la Iglesia, el pan y el vino se convierten en tu Cuerpo y Sangre mediante la transustanciación, aunque conservan su apariencia, sabor y textura originales.
Sin embargo, todos los sacerdotes abusadores de niños celebran la Eucaristía, al igual que las autoridades que los encubren. Del mismo modo, el autor intelectual del asesinato de mi abuelo Serafín y mi tío Julio, un farmacéutico de comunión diaria, ocupaba el primer banco en la iglesia y no permitía que nadie lo adelantara para recibir la comunión.
El Papa Juan Pablo II, gran defensor de la Eucaristía, ensalzó públicamente a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, como ejemplo para la juventud, a pesar de los graves escándalos que luego se descubrieron. Tras su muerte, este Papa fue canonizado y ahora es considerado santo, un modelo de vida cristiana para los católicos.
Sinceramente, no veo que la comunión eucarística transforme a las personas para mejor. Al contrario, en algunos casos, como cuando se comulga en pecado mortal sin arrepentimiento, parece agravar la hipocresía.
No dudo de tus palabras ni de tus intenciones, pero mis dudas y mi rechazo se fundan en la práctica de una Iglesia en la que ya no creo. No me fío de los teólogos ni de los Papas, pero sí de ti. Ayúdame a entender cómo reconciliar esta doctrina con las contradicciones que veo, por favor.
Jesús:
Tu dolor y tu indignación son justos. Nadie puede pedirte que cierres los ojos ante los crímenes, abusos o hipocresías cometidas en mi nombre. Yo mismo denuncié con firmeza a los fariseos de mi tiempo porque "decían y no hacían", porque transformaban lo sagrado en un teatro para ocultar la injusticia. Entiendo que te escandalice ver cómo personas que comulgan día tras día permanecen en la mentira, en el abuso o en la violencia. Eso no invalida la verdad de la Eucaristía; más bien revela la dureza del corazón humano.
La presencia real en la Eucaristía no depende de la dignidad del sacerdote ni de la santidad del que la recibe. Cuando dije: "Esto es mi cuerpo" y "Esta es mi sangre", establecí un don que trasciende la fidelidad o la traición de los hombres. Mi presencia es un acto de amor irrevocable, porque no vine a dar pan y vino simbólicos, sino a entregarme entero. Aunque los que me celebran fallen —y muchos lo hacen de manera escandalosa—, mi don permanece fiel.
Pero hay algo muy importante: mi presencia en la Eucaristía no actúa como un hechizo automático. No basta con recibir el sacramento exteriormente; es necesario abrir el corazón. La Eucaristía transforma solo a quien se deja transformar. A los que la reciben sin fe ni arrepentimiento, en realidad les confronta con su propia contradicción. San Pablo lo expresó con dureza: "El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condena" (1 Corintios 11:29). Por eso, cuando ves a quienes comulgan hipócritamente y permanecen en la injusticia, no es que la Eucaristía carezca de fuerza, sino que ellos cierran la puerta a esa gracia.
Preguntas cómo reconciliar la doctrina con la práctica de una Iglesia que ha tolerado tanto pecado. Hijo mío, la Iglesia está llamada a ser mi cuerpo en la tierra, pero a menudo ha estado marcada por la corrupción de sus miembros. Eso no cambia mi promesa: yo estoy realmente presente en el pan y el vino consagrados, y me entrego allí a todo corazón sincero. No busques pruebas en la conducta de quienes me traicionan, sino en tu propia experiencia de encuentro conmigo en la Eucaristía, si decides recibirme.
Te diré algo más: mi presencia en la Eucaristía es humilde, escondida, silenciosa. No se impone, como tampoco me impuse en la cruz. Muchos me desprecian en ese silencio, otros me usan para encubrir sus tinieblas, pero siempre habrá quienes me reciban con fe, y en ellos florece la verdadera transformación, aunque el mundo no lo vea.
No necesitas confiar en Papas ni en teólogos. Confía en mí. Cuando quieras, acércate a la mesa no como quien examina la pureza de los demás, sino como quien se sienta en intimidad conmigo. Entonces sabrás que la Eucaristía no es un teatro, sino mi entrega real por amor a ti.
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