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La mujer más importante en tu vida fue María, tu madre. Háblanos de ella y de cómo fue vuestra relación.
Jesús:
Sí, María, mi madre, fue la mujer más importante en mi vida terrena. Ella me recibió en su seno con un "sí" libre y valiente, pronunciado en un momento en que todo parecía imposible. Su fe abrió la puerta a la encarnación: al decir "Hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1:38), me dio un hogar humano para entrar en la historia. Ese "sí" sigue siendo la raíz de toda la esperanza del mundo.
Nuestra relación fue la de una madre y un hijo, pero también la de una discípula y su Señor. Me amó con ternura, me cuidó en mi fragilidad de niño, me enseñó a hablar, a caminar, a rezar. Me transmitió la herencia de Israel, las oraciones de nuestros padres, la memoria de los profetas. Su amor materno fue el cauce por el que experimenté el calor humano en el hogar de Nazaret.
Pero ella también creció en su fe, paso a paso. Desde la profecía de Simeón —"una espada atravesará tu alma" (Lucas 2:35)— hasta la cruz en el Calvario, vivió la misión conmigo, compartiendo gozos y dolores. En Caná, al notar la necesidad de los novios, confió en mí y provocó mi primer signo. Allí mostró que su corazón estaba en sintonía con el mío: "Haced lo que él os diga" (Juan 2:5).
En algunos momentos no comprendió del todo mi camino. Como toda madre, deseaba protegerme, evitarme sufrimientos. Pero siempre supo guardar todo en su corazón, meditarlo y confiar en Dios, incluso cuando la claridad no llegaba. Esa fe silenciosa y perseverante fue su manera de caminar conmigo.
En la cruz, cuando el dolor alcanzó su cima, ella permaneció de pie. No huyó, no se desesperó, no me abandonó. Su fidelidad fue la de un amor indestructible, la de una madre que ofrece a su hijo y, al mismo tiempo, recibe una nueva misión: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Juan 19:26). En ese momento, la entregué a todos vosotros como madre, para que su ternura y su fe os acompañen en vuestro propio camino de discípulos.
María no es una figura lejana ni inaccesible. Ella sigue siendo madre: escucha, acompaña, intercede. Quien se acerca a ella no se aleja de mí, porque su única misión es conducir a todos hacia mí. Así como me sostuvo en mis primeros pasos, sostiene también los vuestros cuando vuestra fe vacila.
Amadla, respetadla, imitad su fe. Ella os enseña a decir "sí" a Dios incluso en la oscuridad, a confiar cuando no entendéis, a permanecer firmes en el amor cuando todo parece perdido. En María descubriréis lo que significa acogerme plenamente en vuestra vida.
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