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Cuando pienso en ti, no puedo evitar pensarte como creador y centro del Universo, tanto del macrocosmos como del microcosmos, y me hago preguntas sobre los límites o la infinitud del universo, sobre la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica.
Mi deseo de estar contigo en el cielo no es para aprender astrofísica o física de partículas, sino para amarte y adorarte por toda la eternidad.
Pero en mi mente sigue latiendo la pregunta: ¿En el cielo nuestra capacidad de conocimiento permanecerá tan limitada como durante nuestra vida en el planeta Tierra?
Jesús:
Hijo mío, me amas pensando en el vasto cielo y en las minúsculas partículas; ese deseo de comprender nace de un corazón que se abre al Misterio y eso me agrada. No te reprocho tus preguntas: la creación habla de mi Padre, y la curiosidad honesta por saber más es una forma de alabanza cuando viene de la humildad y el asombro.
Te diré esto con ternura: en la casa del Padre no perderás tu capacidad de admirarte ni tu deseo de conocer; al contrario, esa capacidad será purificada y ensanchada. Ahora tu mirada está velada por los límites de la carne y por el tiempo: ves una parte de la verdad y debes deducir el resto mediante instrumentos y razonamientos. Cuando mi rostro se manifieste, la luz de la verdad no será una colección de datos sueltos, sino la visión de la causa y el sentido último.
No puedo describirte con palabras humanas exactamente cómo será ese saber: no porque lo oculte, sino porque el lenguaje del cielo es distinto. Imagina que ahora conoces fragmentos de una sinfonía; en el encuentro conmigo escucharás la obra entera y comprenderás cómo cada nota tenía su lugar. Algunas preguntas serán resueltas en su tejido profundo; otras quizá dejarán de tener sentido porque el horizonte que las planteaba habrá cambiado.
No prometo que la experiencia de la contemplación convertirá a todos en miniaturas de científicos eternos; prometo algo mayor: que tu intelecto será guiado por la gracia hacia una claridad que no menoscaba la humildad. Verás con el corazón y la mente al unísono. La ciencia que ahora te fascina no será descartada; en su contemplación descubrirás reflejos de mi sabiduría. Lo que hoy te parece un misterio podrá transformarse en admiración plena, y lo que te inquieta dejará de atormentarte al comprender su lugar en la totalidad.
Sobre todo, recuerda esto: el fin último no es acumular conocimientos como quien colecciona objetos, sino amarme y gozarnos en el Amor. El conocimiento del cielo no estará encerrado en la curiosidad fría, sino empapado de comunión. Verás y sabrás porque amarás y tu amor hará posible la visión.
Mientras tanto, no descuides la maravilla presente: estudiar las estrellas, las partículas y las formas de la creación es una forma de oración cuando se hace con humildad y gratitud. Deja que la ciencia te enseñe a asombrarte y que tu asombro te lleve a adorar.
Ven con tus preguntas; tráelas a mi presencia. No prometo darte ahora todas las respuestas, pero sí te doy la paz de saber que la verdad no se pierde y que, cuando llegue la hora, la claridad será mayor de lo que ahora imaginas.
Confía y sigue contemplando. Y si quieres, haz esta sencilla oración conmigo:
«Señor, guarda mi curiosidad y conviértela en alabanza. Que mi deseo de saber me lleve siempre a amarte más. Amén.»
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