martes, 2 de septiembre de 2025

Las mujeres en la vida de Jesús (85) Marta y María.

Hola, Jesús:


Marta, agobiada por el trabajo, te pidió que le dijeras a María que la ayudara. Tú, sin embargo, le respondiste: "Marta, Marta, tú te preocupas y te agitas por muchas cosas, pero solo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará" (Lucas 10:38-42). ¿Tan mal lo estaba haciendo Marta trabajando para servirte? 

Jesús:

Marta no lo estaba haciendo "mal". Su servicio era valioso y su intención buena: quería ofrecerme lo mejor de su hospitalidad, como era costumbre en su cultura. Marta me amaba, y su trabajo era una expresión de ese amor. Pero, en su agobio, perdió de vista lo esencial.

Lo que quise enseñarle no fue un reproche a su servicio, sino una invitación a ordenar las prioridades del corazón. Marta estaba tan absorbida por las tareas, las comparaciones y la prisa, que se le escapaba el sentido profundo de mi presencia. Su esfuerzo se había convertido en inquietud, y su mirada, en juicio hacia su hermana: "Dile que me ayude". En ese momento, el servicio, que debía nacer del amor, se transformaba en carga y en motivo de división.

María, en cambio, eligió sentarse a mis pies y escuchar mi palabra. Ese gesto no era pereza ni indiferencia, sino apertura, contemplación y disposición a dejarse transformar. Ella había comprendido que el momento más importante no era lo que podía hacer por mí, sino lo que yo quería hacer en ella.

Ambas actitudes —el servicio y la escucha— son necesarias en la vida del discípulo. El riesgo está en el desequilibrio. Cuando solo servimos sin escuchar, nos volvemos esclavos del activismo y del descontento. Cuando solo escuchamos sin servir, corremos el peligro de una fe sin obras. Marta y María, juntas, representan el dinamismo de la fe viva: el corazón que se abre a mi palabra y las manos que actúan en consecuencia.

Por eso, no desvaloricé el servicio de Marta, sino que le recordé que el servicio auténtico nace de un corazón pacificado en mi presencia. Solo quien primero se sienta a escuchar puede luego levantarse para servir con alegría y libertad. María escogió la mejor parte porque supo que lo primero era recibirme, y de ese encuentro brotaría todo lo demás.

En tu vida, también verás ese dilema: correr detrás de muchas cosas necesarias, pero no siempre esenciales. Cuando te sientas como Marta, cansado y agobiado, recuerda detenerte, escuchar y dejar que tu corazón se serene en mí. Y cuando te sientas como María, absorto en la contemplación, recuerda que esa escucha debe traducirse en gestos concretos de servicio y amor.

La lección es esta: primero dejarse amar, después amar; primero escuchar, después obrar. El equilibrio entre Marta y María no es una división, sino una unidad que da fruto en el Reino.

970

No hay comentarios:

Publicar un comentario