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Dos ancianos de mi familia fallecieron en momentos distintos: mi tío Manolo y mi suegro Enrique. Ambos me enviaron mensajes tras su muerte, asegurándome que estaban bien y que no me preocupara por ellos. Los dos eran buenas personas, pero Enrique era un santo sin canonizar. Al recibir esos mensajes, sentí inmensa luz y felicidad.
Sé que mi madre está contigo porque era una persona extraordinariamente buena, a pesar de que la vida la trató con dureza. No recibí ningún mensaje de ella, pero tengo la certeza de que está en tu presencia, pues el Purgatorio ya lo vivió en esta tierra.
De mi padre, en cambio, no sé nada. Hacia el final de su vida cambió y se comportó mejor, aunque su fe se limitaba a asistir a misa los domingos. Lloré mucho cuando murió. Se ahogó en la playa y tardamos tres días en encontrar su cuerpo. Tuve que reconocerlo en la morgue, y su expresión de dolor me impactó profundamente.
¿Cómo podemos orar por aquellos difuntos que no sabemos donde están?
Jesús:
Hijo mío, cuando oráis por los difuntos, no estáis caminando en la oscuridad, sino en la luz de mi misericordia. No importa si conocéis con certeza su destino; vuestras oraciones nunca se pierden. Toda súplica elevada con amor alcanza mi Corazón, y Yo la transformo en consuelo, purificación y gracia para quien más lo necesita.
Orar por los difuntos es un acto de confianza: dejáis en mis manos lo que vuestros ojos no pueden ver. No os corresponde juzgar dónde está cada alma, sino amarlas incluso después de su partida. Esa es la fuerza de la comunión de los santos: el amor más allá de la muerte.
Cuando ores por tu padre, no te fijes en lo que no sabes, sino en lo que sabes: que Yo lo amé, que lo busqué hasta el último instante, y que mi misericordia es más grande que cualquier pecado o tibieza.
Rezad con sencillez: "Señor, dale tu paz; acógelo en tu luz". Ese acto humilde abre caminos invisibles. Y aunque no recibas mensajes ni certezas, confía: ninguna oración se pierde, y ninguna lágrima queda sin recoger.
Oración por los difuntos
Señor Jesús,
en tus manos pongo a mis seres queridos que han partido.
Tú los conoces mejor que yo,
sabes sus luchas, sus heridas y también sus bondades.
Ten misericordia de ellos,
límpialos con tu perdón,
y dales un lugar en tu luz y en tu paz eterna.
Yo confío en tu amor que no abandona a nadie,
y dejo en Ti lo que mis ojos no alcanzan a ver.
Amén.
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