martes, 2 de septiembre de 2025

Las mujeres en la vida de Jesús (88) La mujer sorprendida en adulterio.

Querido Jesús:

Pienso en esa vez que los fariseos te llevaron a una mujer acusada de adulterio, intentando ponerte en un aprieto con la ley de Moisés. 
Con calma, escribiste en la tierra y luego les dijiste: "El que esté sin pecado, que tire la primera piedra". Uno a uno se fueron. Te imagino mirando a esa mujer con amor, diciéndole: "Yo tampoco te condeno; vete y no peques más". 

Gracias por enseñarnos que tu misericordia siempre vence al juicio, y por recordarnos que todos necesitamos tu perdón. Ayúdanos a vivir con esa misma compasión y a no señalar a otros sin mirarnos primero.

Jesús:

Aquel momento reveló mucho más que un conflicto legal o una trampa tendida por los fariseos. Era una escena donde se enfrentaban la rigidez de la ley, el deseo de condenar y la misericordia del corazón de Dios.

La mujer fue utilizada como un objeto, como un medio para ponerme a prueba. Nadie se interesaba por su vida, por su dolor o por la soledad que seguramente la había llevado a esa situación. La arrastraron delante de todos para exhibirla, reducirla a su pecado y convertirla en un ejemplo de escarnio público. Así actúa el corazón endurecido: no ve a la persona, solo ve la falta y el pretexto para condenar.

Yo me incliné y escribí en la tierra. Ese gesto, silencioso, desconcertó a todos. No quise entrar en su juego de acusaciones. El silencio fue mi primera respuesta, porque a veces el silencio desarma más que mil palabras. Y luego les recordé algo que cada corazón humano sabe en lo profundo: todos somos pecadores. Al invitar a que arrojara la primera piedra quien estuviera sin pecado, no negué la ley, pero la puse bajo la luz de la verdad que revela el interior de cada uno.

Uno a uno se fueron, desde los más ancianos hasta los más jóvenes. La conciencia pesó más que las piedras en sus manos. Y entonces ella quedó sola conmigo. Ya no había acusadores, solo quedaba la mirada de Dios, no para condenar, sino para sanar.

Le dije: "Yo tampoco te condeno". No porque el pecado no tuviera importancia, sino porque mi misión no era aplastar, sino levantar; no era destruir, sino dar vida. La misericordia no justifica el mal, pero abre un camino nuevo. Por eso añadí: "Vete y no peques más". Fue una invitación a la libertad, no a la repetición de cadenas.

Muchos recuerdan esa escena como un escándalo de indulgencia, pero en realidad fue una revelación del corazón del Padre. Dios no goza en la condena, sino en la conversión. Nadie queda reducido a su peor error; en mí siempre hay posibilidad de empezar de nuevo.

Aprended de esto: no pongáis a las personas en el banquillo de los acusados, ni las reduzcáis a sus caídas. Miradlas como yo las miro, con la posibilidad de una vida nueva. No se trata de negar el pecado, sino de anunciar que la gracia es más fuerte que él.

980

No hay comentarios:

Publicar un comentario