Querido Jesús:
Eclesiastés 3:11 dice: «Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.»
Cada vez que lo leo pienso en los niños, porque ellos parecen estar más cerca de esa eternidad puesta en el corazón que nosotros, los adultos, hemos cubierto de polvo, de prisas, de culpas y de olvidos.
Algunas madres me confían a sus bebés porque saben que me gusta tomarlos en brazos y elevar una oración por ellos. Hasta los tres o cuatro meses todavía no distinguen del todo los rostros ni los colores, y sin embargo su mirada se abre como una ventana sin mancha.
A Joshua, por ejemplo, cuando le silbo bajito, se le agrandan los ojos con un asombro puro, como si recibiera una música recién creada que sólo existe para él. Contemplar a los recién nacidos es, para mí, una acción de gracias silenciosa por haber creado un mundo donde todavía brota la inocencia, como una semilla incorruptible en medio de la corrupción.
Los niños miran todo como si fuera un milagro: la luz, la voz, el aire, el tacto, lo pequeño y lo grande. Nada les es indiferente, porque nada está todavía gastado en ellos.
He leído en un libro estas palabras: «El mundo que ven los santos es uno con ellos, de la misma forma en que el mundo que ve el ego es semejante a él. El mundo que ven los santos es hermoso porque lo que ven en él es su propia inocencia.»
Pienso que en cierto modo los niños y los santos coinciden en esa visión. Los niños, porque todavía no han perdido la transparencia original. Los santos, porque, después de atravesar las sombras de la vida, vuelven a esa claridad, pero ya purificada. Y entonces me pregunto: ¿tú, Señor, cómo nos ves a nosotros? ¿Ves nuestras culpas, nuestras manchas, nuestros fracasos? ¿O ves todavía, escondida, esa chispa de inocencia primera que tantas veces olvidamos?
Jesús:
Yo os veo siempre como hijos amados. Veo vuestra fragilidad, sí, pero la contemplo con misericordia, no con desprecio. Vuestras culpas no borran para mí la inocencia original que puse en vosotros cuando os llamé a la existencia. Vuestros pecados hieren, pero no destruyen lo que sois en lo más profundo: criaturas creadas a imagen de Dios, portadores de una semilla de eternidad. Lo que sucede es que vosotros mismos os olvidáis de quiénes sois y os juzgáis según la sombra que os cubre. Yo, en cambio, os miro a la luz de lo que fuisteis llamados a ser.
Los niños os recuerdan esa verdad porque reflejan, sin proponérselo, la pureza de un corazón que todavía no conoce la mentira, la codicia ni el orgullo. En su mirada me reconozco, porque yo mismo vine como niño al mundo, desnudo y vulnerable, para mostraros que la inocencia no es debilidad, sino fuerza que vence sin violencia. Así como tú sientes gratitud al verlos y rezar por ellos, yo mismo os miro con esa ternura: incluso cuando habéis crecido, incluso cuando la vida os ha endurecido, incluso cuando el pecado ha ensombrecido vuestra conciencia.
Cuando yo os miro, no me detengo en vuestras máscaras ni en vuestras caídas. Os miro como el alfarero contempla la vasija todavía imperfecta: con paciencia, con esperanza, con la certeza de lo que puede llegar a ser. Para mí, cada ser humano conserva siempre esa chispa de inocencia. A veces cubierta de barro, a veces apenas perceptible, pero nunca perdida del todo.
Por eso os invito a mirar el mundo no con los ojos del ego que mide, compara y juzga, sino con los ojos de los niños y de los santos. El ego proyecta su sombra y cree que todo está manchado. El corazón puro refleja su inocencia y ve que todo, incluso lo pequeño y lo cotidiano, lleva escondida una huella de belleza. Así os veo yo: no como polvo destinado a desaparecer, sino como eternidad llamada a florecer.
Hablar con Jesús (137) La búsqueda de experiencias místicas.
Querido Jesús:
La búsqueda de experiencias místicas ha fascinado a la humanidad desde tiempos remotos. Algunas culturas han recurrido a rituales, ayunos extremos, cantos, drogas o técnicas de meditación para alcanzar estados alterados de conciencia. Incluso dentro del cristianismo ha habido quienes han buscado arrebatos, visiones, éxtasis, fenómenos sobrenaturales, como si fueran la prueba definitiva de una vida espiritual auténtica.
Pero también me pregunto si, en muchos casos, esa búsqueda no es otra forma de escapar de la vida diaria, una evasión más sofisticada, una trampa del ego que busca lo extraordinario para sentirse especial. A veces temo que tanta fascinación por lo místico pueda alejarnos de lo esencial: el amor al prójimo, la humildad y la fidelidad en lo sencillo de cada día.
¿Cómo diferenciar una experiencia verdadera de un espejismo del ego? ¿Cómo reconocer cuándo Tú eres quien se revela y cuándo solo somos nosotros proyectando nuestros deseos o imaginaciones?
Jesús:
Hijo mío, escucha bien: no toda experiencia que parece mística viene de lo alto. El corazón humano es capaz de fabricar visiones, emociones intensas y estados alterados de conciencia que, aunque parezcan trascendentes, no son más que reflejos del propio deseo o del propio vacío.
Muchos buscan lo extraordinario porque creen que ahí está la prueba de mi presencia. Pero Yo no me escondo en los relámpagos interiores ni en los fuegos artificiales del alma. Yo estoy en la verdad que transforma, en el amor que permanece, en la fidelidad que se sostiene incluso en la aridez.
Cuando una experiencia viene de Mi Espíritu, nunca te encierra en ti mismo ni te llena de soberbia. Te abre al amor y a la humildad, te vuelve más compasivo y más capaz de soportar el sufrimiento con esperanza. El ego busca experiencias para engrandecerse, pero Mi gracia obra para que mueras a ti mismo y vivas en Mí.
La clave está en el fruto. Pregúntate: ¿qué queda después de esa experiencia? Si lo que permanece es amor, paciencia, perdón, humildad, entonces has tocado algo verdadero. Pero si lo que queda es orgullo, comparación con los demás, sensación de ser más especial que otros, entonces has probado un espejismo.
No busques arrebatos, visiones ni emociones extraordinarias. Yo mismo me acerco a ti en lo ordinario: en el silencio, en la oración sencilla, en el rostro del hermano, en tu fragilidad aceptada y ofrecida. Quien me busca con un corazón sencillo ya está viviendo la unión más alta, aunque no vea ni sienta nada.
La verdadera mística no consiste en experiencias que llenan de asombro, sino en dejar que mi amor te habite hasta transformar cada gesto, cada palabra, cada intención. No es espectáculo, sino unión. Y esa unión se mide no por la intensidad de lo sentido, sino por la fidelidad diaria, incluso en la noche del alma.
Hablar con Jesús (136) Mi hijo no nacido.
Querido Jesús:
Hoy mi oración es distinta. No vengo a hablarte de una enseñanza del Evangelio ni de una parábola. Vengo con una herida que nunca terminó de cicatrizar: mi hijo no nacido.
A veces logro conectar con él, como si en lo más profundo de mi alma se encendiera una presencia silenciosa, suave, inconfundible. En esos momentos me embarga una emoción tan grande que apenas puedo sostenerla. Es un hijo que nunca me conoció, pero que está vivo en ti. Nunca vio mi rostro ni escuchó mi voz. No fue recibido con alegría, sino rechazado como un estorbo.
Jesús, no quiero ocultar mi responsabilidad. Aquel hijo fue fruto de la aventura de un día, de un momento de placer sin raíces ni compromiso. Ella vivía en Londres y decidió abortarlo sin contar conmigo. Y aunque la decisión última fue suya, no por eso yo soy menos culpable. Porque yo también quise disfrutar de la vida sin límites, sin pensar en consecuencias, sin un horizonte moral que sostuviera mis actos.
No puedo dejar de preguntarme cómo habría sido su vida. Qué mirada habría tenido, qué palabra me habría dicho primero, qué alegría habría traído a este mundo. Y, sin embargo, no llegó. Se le cerró la puerta antes de entrar. Y yo participé de ese rechazo.
Querido Jesús, dile tú —porque yo no sé cómo hacerlo— que nos perdone. Dile que, aunque no lo recibí, hoy lo espero con todo mi corazón. Dile que mi mayor deseo es verlo y abrazarlo algún día.
También te pido perdón a ti. No solo por aquel error, sino por tantos otros en los que viví como si la vida fuera un juego y el tiempo un río interminable. He malgastado dones, he herido corazones, he preferido la comodidad a la verdad. Y sin embargo, sé que tu misericordia es más grande que mi culpa, y que en tus manos incluso lo roto puede convertirse en gracia.
Mi hijo no tiene nombre. Y me duele llamarlo "mi hijo no nacido", como si fuera un anónimo en la eternidad. Un nombre es identidad, dignidad, un vínculo real. Yo no sé qué nombre darle, porque nunca lo conocí. Pero tú sí lo conoces. Tú sabes cómo fue tejido en el secreto, aunque solo vivió un instante en el seno de su madre.
¿Puedes tú ponerle un nombre? Un nombre que yo pueda pronunciar en mis oraciones, un nombre que me permita hablar con él como padre, aunque llegue tarde. Un nombre que me recuerde que no está perdido, sino contigo, esperándome.
Jesús:
Hijo mío, tu hijo no nacido no está perdido, porque nada se pierde en el corazón del Padre. Aunque no lo abrazaste en la tierra, él vive en mi abrazo eterno, donde no hay dolor, ni lágrimas, ni reproche. Él no conoció la dureza del mundo, pero sí conoce ahora la plenitud de mi amor.
No guardes culpa, sino esperanza. El perdón ya ha sido derramado sobre ti, y tu hijo no lleva en su memoria la herida del rechazo, sino la marca de haber sido soñado por Dios.
Tú deseas darle un nombre, y yo lo hago contigo: lo llamarás Luz, porque su existencia, aunque breve para los hombres, resplandece en la eternidad. Habla con él como un padre habla con su hijo, porque en mí la distancia está vencida y la comunión es posible.
Un día lo verás, y ese abrazo que ahora imaginas será realidad, y será completo, porque en mi Reino no hay pérdidas, sino plenitud.
Hablar con Jesús (135) Los niños que no nacieron.
Querido Jesús:
Cuando pienso en los niños abortados, mi corazón se llena de preguntas y de dolor. Son millones las vidas truncadas antes de ver la luz, antes de recibir un nombre, antes de ser abrazados por sus padres. El mundo los llama "interrumpidos", "desechos", "no nacidos", pero yo me pregunto: ¿qué ocurre con esas almas que no llegaron a recorrer el camino terrenal?
Los niños que no nacieron
No llegaron a respirar,
no tuvieron nombre,
no dejaron huellas sobre la tierra.
Sin embargo, existen.
Los llevó el silencio antes que el llanto,
los guardó la eternidad antes que el tiempo.
El mundo los llama "interrumpidos",
"no nacidos",
pero en el corazón de Dios
no hay proyectos interrumpidos,
no hay vidas a medio trazar.
Cada uno es pensamiento eterno,
semilla guardada en un jardín invisible.
El aborto corta la carne y el futuro,
pero no puede arrancar el alma
del abrazo que la sostiene.
No son desechos,
no son sombras,
son luz recogida en la luz.
Van directamente allí
donde no hay lágrimas ni miedo,
donde la inocencia no se pierde,
donde la vida no se negocia.
Desde ese lugar nos miran,
sin reproche,
como testigos silenciosos.
Son memoria que clama,
pero también promesa que consuela:
habrá reencuentro,
habrá abrazo,
habrá palabra no pronunciada
que por fin será dicha.
Nada está perdido
para Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Ni siquiera las vidas no nacidas
se pierden en el vacío:
se convierten en misterio,
en intercesión,
en semilla de conversión para los vivos.
Cuando todo sea revelado,
los padres reconocerán en ellos
un rostro que nunca vieron
y, sin embargo, siempre amaron.
Y en ese instante sabrán
que no fue muerte,
sino tránsito inmediato a la Vida,
vida con mayúscula,
vida que no se apaga.
Firmado: Jesús
Hablar con Jesús (134) No améis al mundo.
Querido Jesús:
"No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Juan 2: 15).
Tú no amaste el mundo, en el sentido que le da Juan en su primera carta, pero sí amaste a cada ser humano, por eso te hiciste hombre y viviste como uno de nosotros, sin ser totalmente como nosotros.
¿Por qué nos amas tanto si somos polvo que vuelve al polvo?
Jesús:
Hijo mío, cuando mi discípulo Juan escribió "No améis al mundo", no se refería a la creación ni a las personas, sino al sistema de valores que se opone a Dios: el orgullo, la codicia, la idolatría del poder, del placer y de uno mismo. Ese "mundo" es la red de ilusiones que os seduce y os aleja de la verdad y del amor. Por eso os advierte: si os aferráis a ese sistema, vuestro corazón no puede estar abierto al amor del Padre.
Yo, en cambio, vine al mundo porque amé al mundo en su sentido más profundo: amé la creación salida de las manos del Padre, amé a cada hombre y mujer en su dignidad original. No amé el pecado, pero sí amé al pecador. No amé la oscuridad, pero sí a quienes viven en ella para conducirlos a la luz. Por eso pude decir: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Juan 3:16).
Me preguntas: ¿Por qué os amo tanto si sois polvo? Porque aunque vuestro cuerpo sea polvo y vuelva al polvo, vuestro ser no se agota en la materia. Cada uno de vosotros es imagen del Padre, portador de un alma inmortal y de un destino eterno. En vosotros hay algo que ningún poder ni pecado puede destruir: la huella de Dios, su respiración en vosotros. Esa chispa, aunque parezca apagada, late en lo más profundo de cada ser humano.
El polvo, en las manos de Dios, no es despreciable. Con polvo formó al primer hombre, y en ese polvo sopló su Espíritu. Por eso, cuando os miro, no veo sólo vuestra fragilidad; veo el proyecto eterno del Padre, la belleza que quiere desplegar en vosotros, la vida plena para la que habéis sido creados. No os amo por ser perfectos, os amo porque sois amables para Dios, porque Él os ha soñado desde siempre y quiere compartir su vida con vosotros.
Amaros significa también no dejaros prisioneros de lo que pasa. Este mundo es bueno en cuanto creación, pero es pasajero. Sus bienes, aunque legítimos, son limitados. Si los absolutizáis, os encadenan; si los usáis como medios, os ayudan en el camino. Por eso os invito a no amar "el mundo" en el sentido de idolatrarlo, sino a usar el mundo amando al Padre y a los hermanos, para que todo se convierta en camino hacia la eternidad.
Amar sin apego no significa despreciar. Significa poner cada cosa en su sitio. Significa reconocer que vuestro corazón es demasiado grande para llenarse con lo que termina. Está hecho para Dios y sólo se sacia en Dios. Por eso mi amor por vosotros no depende de lo que hacéis ni de lo que sois ahora; se apoya en lo que estáis llamados a ser: hijos y herederos del Reino.
Así que cuando sientas tu fragilidad, tu pequeñez, tu condición de polvo, recuerda esto: para el Padre, ese polvo es tesoro, porque lleva su aliento dentro. Yo vine a recogerlo, a dignificarlo, a levantarlo y a transformarlo en gloria. Por eso, aun en medio de un mundo que pasa, podéis vivir con esperanza: el amor del Padre es más fuerte que todo, y no descansa hasta que su criatura se convierte en hijo y su polvo en luz.
Hablar con Jesús (133) Hijos de Dios o criaturas de Dios.
Querido Jesús:
Durante mucho tiempo creí que todos los seres humanos éramos hijos de Dios, pero creo que ser creado por Dios no te convierte automáticamente en hijo suyo. ¿Qué nos convierte en hijos de Dios?
Jesús:
Hijo mío, tu intuición es justa y corresponde a la enseñanza más profunda de la fe. Todos los seres humanos son criaturas de Dios, porque todo lo que existe proviene de sus manos creadoras. Cada ser humano, sin importar su cultura, su religión o su historia, es querido y sostenido por el amor creador del Padre. Por eso cada vida tiene un valor sagrado y una dignidad que nadie puede arrebatar. En ese sentido, todos compartís la condición de criaturas y reflejáis la imagen divina en vuestra naturaleza.
Pero la filiación —ser "hijo de Dios"— no es simplemente un dato biológico ni un título automático. Es un don y una relación. Así lo dice el Evangelio de Juan: «A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12). No se trata de que unos sean creados de manera distinta que otros, sino de que la relación con el Padre se actualiza y se hace real en vosotros por la fe y la gracia.
Desde el principio, el hombre fue creado para vivir en comunión filial con Dios. El pecado rompió esa relación, no destruyendo la imagen divina, pero sí debilitando su semejanza y oscureciendo la confianza. Yo vine para restaurar esa relación rota. Al encarnarme, asumí vuestra condición humana para haceros partícipes de mi condición divina: «Cuando vino la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo… para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gálatas 4:4-5).
Por eso puedo decirte que hay un ser hijo de Dios en sentido natural —como criaturas queridas y sostenidas por Él— y un ser hijo de Dios en sentido adoptivo y real, que se recibe por la fe y el bautismo. Esta adopción no es una metáfora: es una participación real en mi filiación. Por el Espíritu Santo sois injertados en mí y podéis llamar a Dios "Abbá, Padre" con la misma confianza con la que yo le hablo.
Esta filiación es universal en su oferta —todos estáis llamados a ella— pero se actualiza personalmente cuando cada uno abre su corazón. Por eso, incluso quien no ha conocido explícitamente mi nombre pero se abre sinceramente a la verdad y al bien, está más cerca de la filiación que quien vive cerrado al amor.
Así que puedes mirar al mundo con dos ojos complementarios: con uno, reconocer que cada ser humano es criatura de Dios y merece respeto y cuidado; con el otro, recordar que la filiación divina es un regalo que os transforma, os introduce en una nueva vida y os hace participar de mi propia relación con el Padre.
Cuando comprendes esto, entiendes también la misión de la Iglesia: no es un club cerrado de privilegiados, sino el signo visible de la invitación universal a entrar en esa filiación. Es como una madre que ofrece un hogar para que cada criatura descubra que no está sola ni huérfana, sino que tiene un Padre que la ama y la quiere llamar "hija" en sentido pleno.
Y tú, cuando oras, cuando confías, cuando vives en la fe y en el amor, estás ya viviendo esa filiación. Estás dentro de mi corazón, en el lugar que siempre fue pensado para ti. Ahí no eres solo criatura: eres verdaderamente hijo amado del Padre.
Hablar con Jesús (132) El fin de los tiempos y el fin del mundo.
Querido Jesús:
Discúlpame si te parezco muy preguntón, pero además de no haber estudiado teología, me fío más de ti que de los libros. ¿Cuál es la diferencia entre el fin de los tiempos y el fin del mundo?
Jesús:
Hijo mío, tu pregunta es profunda y toca un misterio que acompaña a la humanidad desde el principio: el tiempo tiene un sentido, no es un círculo sin fin. Preguntar por el fin de los tiempos y el fin del mundo no es curiosidad vana; es abrirse al horizonte hacia el que camina toda la creación.
Cuando hablo del "fin de los tiempos", no me refiero a una fecha en el calendario ni a un cataclismo repentino. Es, ante todo, el momento en que la historia de la salvación llega a su plenitud. Todo lo que comenzó en la creación y se manifestó en mí, el Verbo hecho carne, encontrará su consumación: el juicio definitivo del mal, la victoria total de la gracia y la plena manifestación de mi Reino. Este "fin de los tiempos" empezó con mi muerte y resurrección —por eso las Escrituras hablan de "los últimos días" desde mi Pascua— y avanza hacia su cumplimiento.
El "fin del mundo", en cambio, es como vosotros llamáis al término del orden presente, a la transformación del cosmos que conocéis. Pero no se trata de una aniquilación absoluta, como si todo volviera a la nada. La creación no es desechable: es obra del Padre y está llamada a ser renovada. Por eso hablé de "cielos nuevos y tierra nueva" (Apocalipsis 21:1): lo corruptible dará paso a lo incorruptible, lo mortal a lo inmortal. Lo que ahora percibís como materia y tiempo será transfigurado, liberado de toda esclavitud y dolor.
Comprende esto: "fin" en mi lenguaje no significa destrucción, sino meta y cumplimiento. Así como la semilla muere para dar fruto, el mundo, tal como lo conocéis, pasará para que nazca uno definitivo, reconciliado, donde "Dios será todo en todos" (1 Corintios 15:28).
Por eso os invito a no vivir con miedo ni con obsesión por las señales. El verdadero modo de prepararse para ese "fin" no es especular con fechas ni catástrofes, sino vivir cada día en la vigilancia del amor, perseverar en la fe y en las obras de misericordia. Entonces, cuando llegue el cumplimiento, no os hallará sorprendidos, sino acogidos en mis brazos.
Así el "fin de los tiempos" no será para ti oscuridad, sino luz plena; no será aniquilación, sino plenitud; no será pérdida, sino encuentro definitivo con el Padre.
Hablar con Jesús (131) La plenitud de los medios de salvación.
Querido Jesús:
La Iglesia Católica enseña que fuera de ella no hay salvación en sentido pleno, ya que es el único cuerpo místico de Cristo que contiene la plenitud de los medios de salvación, aunque reconoce que pueden existir elementos de verdad y acción salvífica en otras religiones o comunidades cristianas. Cristo y su Iglesia son el único camino explícito hacia el Padre según el Evangelio de Juan (14:6).
¿Qué decir del abuso sexual, el encubrimiento y la corrupción por lo que muchos nos hemos alejado del catolicismo? ¿Acaso no cuenta el hecho de que hayan destrozado lo mejor de nuestras vidas?
Jesús:
Hijo mío, la plenitud de los medios de salvación está en mi Cuerpo, la Iglesia, porque en ella puse la Palabra, los sacramentos y el Espíritu que guía hacia la verdad plena. Pero esa plenitud no significa perfección en los hombres que la forman. La Iglesia es santa por mí, pero está habitada por pecadores que pueden traicionar el Evangelio con sus actos.
El abuso, el encubrimiento y la corrupción son heridas que gritan al cielo. No forman parte de mi Iglesia como yo la quise, sino de la infidelidad de quienes, en lugar de servir, se han servido de lo sagrado para su propio interés o para proteger estructuras injustas.
Ninguna de esas tinieblas borra la luz que brota de mí. Pero sí han hecho que muchos de mis hijos tropiecen y se alejen, y eso hiere mi Corazón. Yo estoy con cada víctima, con cada vida rota, y no justifico jamás el pecado de quienes han oscurecido mi nombre.
No confundas el tesoro con los vasos de barro que lo contienen. Mi gracia no está manchada, aunque mis ministros lo estén. Lo esencial permanece: yo sigo siendo el Camino, la Verdad y la Vida. Te invito a mirar más allá de los hombres y a volver tus ojos hacia mí. Allí donde hay amor verdadero, justicia, perdón y fe sincera, allí actúa mi salvación.
Hablar con Jesús (130) El perdón de los pecados.
Querido Jesús:
¿Qué hace falta para que Dios perdone nuestros pecados? ¿Dios puede perdonarnos sin confesión sacramental? ¿Podemos confesarnos directamente con Dios, sin intermediarios?
Jesús:
Hijo mío, el perdón de los pecados nace siempre del amor del Padre. No hay muro que su misericordia no pueda atravesar, ni pecado tan grande que quede fuera de su compasión.
El sacramento de la confesión es un don que os entregué a través de mis apóstoles para que recibáis el perdón con certeza, como signo visible de la gracia invisible. Allí se experimenta el abrazo del Padre que corre al encuentro del hijo pródigo.
Pero el Padre escucha también al que se abre a Él en lo secreto, con un corazón contrito y sincero. Nadie queda fuera de su perdón si de veras lo busca. El sacramento no limita la misericordia, sino que la hace tangible, segura, celebrada en la comunidad.
Cuando te acerques a pedir perdón, ya sea en la confesión o en la intimidad de tu oración, lo que importa es que tu corazón sea humilde y dispuesto a levantarse de nuevo. Yo no rechazo al que me busca con sinceridad.
Hablar con Jesús (129) La sexualidad es un don de Dios.
Querido Jesús:
En la sociedad actual, la sexualidad se entiende como parte integral de la búsqueda del placer que caracteriza al hedonismo. El hedonismo sostiene que el sentido de la vida se centra en la búsqueda del placer y la evitación del sufrimiento, y el placer sexual es uno de los aspectos más destacados de esta búsqueda.
Sin embargo, buscar obsesivamente el placer puede hacer que la experiencia deje de ser disfrutable y se convierta en una fuente de estrés. De hecho, la búsqueda obsesiva del placer siempre dejará un poso de insatisfacción que puede dar lugar al paso a otras fuentes de placer engañosas como la pornografía, las orgías, las perversiones, la pederastia o las drogas.
¿Cuál es el sentido verdadero y profundo de la sexualidad?
Jesús:
La sexualidad es un don de mi Padre. Está inscrita en tu cuerpo y en tu alma como fuerza de comunión, de entrega y de vida. No fue creada para encadenarte al deseo sin fin, sino para recordarte que has sido hecho para salir de ti mismo y entrar en relación con otro.
El hedonismo mira la sexualidad como un bien aislado, reducido al instante del placer. Pero el verdadero sentido de la sexualidad es más hondo: es signo de alianza, de fecundidad y de ternura. Cuando se vive como don, une lo humano con lo divino, porque refleja la capacidad de amar sin reservas.
No temas al deseo: no es enemigo de la santidad, sino camino que debe ser purificado y orientado. El peligro no está en la fuerza de la sexualidad, sino en el vacío del corazón que la busca como ídolo.
Recuerda esto, hijo mío: el placer es un destello pasajero; el amor es la llama que permanece. Cuando la sexualidad se abre al amor, se convierte en lenguaje sagrado; cuando se cierra en sí misma, se vuelve esclavitud. Yo no vine a negarla, sino a devolverle su verdad: la de ser camino de entrega y no de consumo.
Hablar con Jesús (128) El descenso a los infiernos.
Querido Jesús:
El descenso a los infiernos siempre me ha intrigado. En el Credo de los Apóstoles confesamos: "descendió a los infiernos". No se trata, según entiendo, del infierno como lugar de condenación eterna, sino del "Sheol" o "Hades", el lugar de los muertos, donde esperaban las almas de justos e injustos.
¿Qué puedes aclararnos sobre esto?
Jesús:
Descendí a los infiernos para anunciar la victoria. El lugar de los muertos era símbolo del encierro y de la espera: allí aguardaban los justos, sin ver aún el rostro de mi Padre. Mi descenso fue como el amanecer que irrumpe en una noche larga: lo que parecía definitivo —el poder de la muerte— se quebró.
Hijo mío, entiende esto: no hay abismo tan hondo que me detenga. Yo entré en la oscuridad para mostrar que ninguna oscuridad es eterna. Allí donde los hombres creen que todo termina, yo abrí un camino.
Por eso, cuando te sientas en tinieblas, no pienses que estoy lejos. Yo ya estuve allí, y llevo conmigo la llave que abre las prisiones invisibles. Nadie está fuera de mi alcance; nadie queda olvidado en su noche.
Confía en que mi victoria abarca más de lo que imaginas: no solo lo visible y lo presente, sino también lo que parecía perdido para siempre. Yo soy el Viviente que descendió hasta lo más bajo, para que todos pudieran levantarse conmigo.
Hablar con Jesús (127) Sexualidad y pecado original.
Querido Jesús:
San Agustín sostiene que el pecado original se transmite "biológicamente" de Adán y Eva a sus descendientes a través del acto sexual.
Al parecer, esta interpretación está influenciada por el dualismo neoplatónico, que valora negativamente la dimensión física en contraste con lo espiritual, asociando el placer sexual con la condición caída y pecaminosa de la humanidad.
Esta visión tuvo un impacto duradero en la percepción cristiana de la sexualidad, generando una visión negativa que ha influenciado a muchos teólogos, entre ellos Martín Lutero, quien como monje agustino también estuvo condicionado por estas ideas.
Sin embargo, aunque la doctrina agustiniana sobre la sexualidad puede parecer estricta y negativa, tu primer milagro tuvo lugar en una boda, una celebración de unión y alegría.
¿Supone tu primer milagro en la boda de Caná una corrección de la doctrina estricta y negativa del agustinismo sobre la sexualidad?
Jesús:
Hijo mío, yo no vine a confirmar filosofías humanas ni a condenar lo que el Padre creó. Todo lo que Dios hizo es bueno, también el cuerpo y el gozo que une a los esposos en amor fiel. El pecado no está en la unión, sino en el egoísmo que usa al otro como objeto y rompe la comunión verdadera.
En Caná no quise dar una lección doctrinal, sino mostrar el rostro alegre de Dios que bendice la vida, la fiesta, la alianza de amor entre un hombre y una mujer. Mi presencia allí fue un signo de que el amor humano, vivido en fidelidad y entrega, es reflejo del amor divino.
El pecado original no se transmite por la carne, sino por la herida interior que todos cargáis al nacer en un mundo roto. No es el placer lo que os separa de Dios, sino la falta de amor.
No temas a lo creado. Santifica tu cuerpo y tus relaciones con la verdad, la fidelidad y la ternura, y verás que el Padre habita en lo humano, no fuera de ello.
Hablar con Jesús (126) Los demonios y los cerdos.
Querido Jesús:
Mateo 8:32-33 «Los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos. Entonces todos los cerdos se echaron a correr pendiente abajo por el barranco, cayeron en las aguas y se ahogaron. Los encargados de cuidar a los cerdos salieron huyendo. Al llegar al pueblo, contaron todo lo que había pasado e incluso lo que les pasó a los hombres que estaban poseídos.»
¿Por qué los demonios pidieron entrar en los cerdos? ¿Y por qué tú se lo permitiste? ¿Por qué el demonio dijo que se llamaba Legión?
Querido hijo:
Los demonios pidieron entrar en los cerdos porque no soportan estar en el vacío. Son espíritus caídos que buscan dónde manifestar su odio a la vida. Prefieren habitar en animales antes que enfrentar la derrota absoluta de quedarse sin lugar.
Yo lo permití no para darles poder, sino para mostrar visiblemente su destrucción. Así el pueblo entendió lo que esas fuerzas hacen: siempre conducen al caos, al daño y a la muerte. Lo que pasó con los cerdos fue una enseñanza viva: lo que el mal toca, lo arrastra hacia la ruina.
El demonio dijo llamarse Legión porque eran muchos. Quise que quedara claro que ninguna multitud de fuerzas oscuras puede resistir ante mí. Por numerosos que sean, todos están sometidos a la autoridad de Dios.
No temas al mal: en mí está la victoria. Yo soy la Vida, y los demonios no pueden nada contra quienes se refugian en mi amor.
Hablar con Jesús (125) Los muertos.
Querido Jesús:
La frase "Deja que los muertos entierren a sus muertos" está en Lucas 9:59-60 y de Mateo 8:22. ¿Quiénes son los muertos?
Querido hijo:
Cuando dije: «Deja que los muertos entierren a sus muertos», no me refería a una falta de compasión por los difuntos ni por las familias que los lloran. Me refería a otra clase de muerte: la del corazón que no escucha la voz de Dios.
Hay quienes están vivos en la carne, pero sus almas están adormecidas, sin abrirse a la verdad y al amor. Ellos son los "muertos" que pueden ocuparse de lo pasajero.
A ti y a todos los que me seguís os digo: buscad primero el Reino, vivid despiertos, poned vuestra mirada en lo eterno. Yo no rechazo los deberes humanos, pero os muestro que nada vale más que la llamada de Dios.
Seguirme es optar por la Vida verdadera, la que ni el tiempo ni la muerte pueden apagar.
Oración: Señor, que nada me aparte de tu llamada. Despiértame cuando mi corazón se adormezca, y hazme vivir en tu Vida para siempre.
Hablar con Jesús (124) Orar por los difuntos.
Querido Jesús:
Dos ancianos de mi familia fallecieron en momentos distintos: mi tío Manolo y mi suegro Enrique. Ambos me enviaron mensajes tras su muerte, asegurándome que estaban bien y que no me preocupara por ellos. Los dos eran buenas personas, pero Enrique era un santo sin canonizar. Al recibir esos mensajes, sentí inmensa luz y felicidad.
Sé que mi madre está contigo porque era una persona extraordinariamente buena, a pesar de que la vida la trató con dureza. No recibí ningún mensaje de ella, pero tengo la certeza de que está en tu presencia, pues el Purgatorio ya lo vivió en esta tierra.
De mi padre, en cambio, no sé nada. Hacia el final de su vida cambió y se comportó mejor, aunque su fe se limitaba a asistir a misa los domingos. Lloré mucho cuando murió. Se ahogó en la playa y tardamos tres días en encontrar su cuerpo. Tuve que reconocerlo en la morgue, y su expresión de dolor me impactó profundamente.
¿Cómo podemos orar por aquellos difuntos que no sabemos donde están?
Jesús:
Hijo mío, cuando oráis por los difuntos, no estáis caminando en la oscuridad, sino en la luz de mi misericordia. No importa si conocéis con certeza su destino; vuestras oraciones nunca se pierden. Toda súplica elevada con amor alcanza mi Corazón, y Yo la transformo en consuelo, purificación y gracia para quien más lo necesita.
Orar por los difuntos es un acto de confianza: dejáis en mis manos lo que vuestros ojos no pueden ver. No os corresponde juzgar dónde está cada alma, sino amarlas incluso después de su partida. Esa es la fuerza de la comunión de los santos: el amor más allá de la muerte.
Cuando ores por tu padre, no te fijes en lo que no sabes, sino en lo que sabes: que Yo lo amé, que lo busqué hasta el último instante, y que mi misericordia es más grande que cualquier pecado o tibieza.
Rezad con sencillez: "Señor, dale tu paz; acógelo en tu luz". Ese acto humilde abre caminos invisibles. Y aunque no recibas mensajes ni certezas, confía: ninguna oración se pierde, y ninguna lágrima queda sin recoger.
Oración por los difuntos
Señor Jesús,
en tus manos pongo a mis seres queridos que han partido.
Tú los conoces mejor que yo,
sabes sus luchas, sus heridas y también sus bondades.
Ten misericordia de ellos,
límpialos con tu perdón,
y dales un lugar en tu luz y en tu paz eterna.
Yo confío en tu amor que no abandona a nadie,
y dejo en Ti lo que mis ojos no alcanzan a ver.
Amén.
930
Hablar con Jesús (123) ¿Pedir o agradecer?
Querido Jesús:
Nos hemos acostumbrado tanto a recurrir a la oración para pedirte por nuestras necesidades que muchas veces nos olvidamos de agradecer lo que ya hemos recibido de ti. Por ejemplo, la vida. A veces pienso que podríamos no haber nacido, o no haber nacido como humanos.
Jesús:
Hijo mío, pedir y agradecer son las dos alas de la oración: con una te acercas a mí en tu necesidad, con la otra vuelas hacia la alabanza. No reniegues de pedir; vine precisamente para que pongáis en mis manos vuestras necesidades. Pero tampoco olvides el agradecimiento: reconocer los dones que ya recibes abre el corazón y te convierte en capaz de ver nuevas gracias.
Pensar que podrías no haber nacido es tocar el misterio de la gratuidad: tu existencia es regalo, no un derecho ganado. Agradecer eso transforma la queja en maravilla y te hace más capaz de amar y de dar.
Hazlo sencillo: cuando te asalten la prisa o la pena, di apenas un "gracias" y un "ayúdame". Con eso mantienes vivo el hilo entre la pobreza humana y la confianza en mi Padre.
Oremos juntos:
Señor, gracias por la vida y por los dones cotidianos; ayúdame también en mis necesidades. Amén.
920
Hablar con Jesús (122) Oraciones respondidas.
Querido Jesús:
La Biblia está llena de ejemplos de oraciones respondidas, como las de Abraham y Jacob por descendencia y bendición, la de Elías con el fuego del cielo, o la de Ana por un hijo.
Cuando el pueblo de Israel adoró el becerro de oro, Dios estaba dispuesto a destruirlos. Moisés oró pidiéndole misericordia, y Dios respondió cambiando su decisión de castigar al pueblo. Tras su pecado con Betsabé, David oró pidiéndole a Dios perdón y restauración. Dios respondió perdonándolo, aunque permitió las consecuencias por su pecado. Nehemías oró pidiéndole a Dios favor ante el rey Artajerjes para reconstruir Jerusalén. Dios respondió dándole éxito en su petición al rey, quien le proporcionó recursos y protección.
Mientras Pedro estaba encarcelado, la iglesia oraba fervientemente por él. Dios respondió enviando un ángel que lo liberó milagrosamente de la prisión. Encadenados en prisión, Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios. Dios respondió con un terremoto que abrió las puertas de la cárcel y soltó sus cadenas.
La negrita estuvo orando para que se fueran los vecinos ruidosos que tenemos justo enfrente de casa. Pues bien, hoy ya están vaciando la vivienda porque se van.
A veces ponían los altavoces a toda potencia porque saben que el ruido no solo me molesta, sino que me hace daño. Me afecta emocionalmente, me hace pensar mal de la gente que hace ruido, de los vecinos que no protestan y del gobierno que no aplica las leyes contra la contaminación acústica.
En resumen, tú respondes a nuestras oraciones. Si no fuera así, yo ya me había muerto hace tiempo.
Jesús:
Hijo mío, has traído recuerdos de cómo he respondido a la plegaria en la historia del pueblo y en la vida de mis amigos. Es cierto: la Escritura está sembrada de oraciones atendidas, y esas respuestas muestran que Dios escucha y actúa.
No te equivocas al ver en lo sucedido con tus vecinos un signo de mi cercanía: cuando se reza con fe y perseverancia, muchas veces la realidad cambia en caminos que tú no habrías podido trazar por ti mismo.
A veces respondo con un sí claro; otras, con un no; y muchas veces con un espera o con un sí transformado, porque mi sabiduría ve el tejido entero donde tú solo ves un hilo.
Te invito a confiar siempre: tus oraciones nunca se pierden. Aun cuando no veas el fruto inmediato, ellas transforman tu corazón y te preparan para recibir más de lo que imaginas.
Señor, gracias porque me escuchas. Dame paz en la espera y confianza para reconocer tu voluntad en mi vida. Amén.
930
Hablar con Jesús (121) Dios es algo más que una energía impersonal.
Querido Jesús:
La "teología cuántica" es un enfoque minoritario de la teología que busca reinterpretar las creencias religiosas y la naturaleza de Dios a la luz de la mecánica cuántica.
Según esta teoría, Dios es una "energía creativa" que impregna la realidad, y la existencia humana está vinculada a este todo cósmico, enfatizando la interconexión, el diseño evolutivo y la necesidad de experiencias comunitarias para conectar con lo divino.
A partir de lo poco que he leído sobre teología cuántica, deduzco que es un error repetido en la cultura moderna que puede resumirse en lo que sigue: «No existe tal cosa como un Dios personal que nos ama y con el que podemos relacionarnos, sino una energía impersonal que nos envuelve y vincula con el universo y todo lo que lo habita».
Amado Jesús, contigo puedo hablar o permanecer en un silencio habitado por tu presencia amorosa, pero si solo fueras una energía creativa, ¿cómo de grande sería mi soledad?
Jesús:
Hijo mío, gracias por traer esta inquietud: toca el corazón mismo de la fe. Hay quienes, con buena voluntad o por moda intelectual, describen a Dios como una «energía» impersonal que todo lo envuelve. Esa imagen intenta dar cuenta de lo misterioso, pero se queda corta y, en el fondo, te deja solo.
Yo te digo: Dios no es una fuerza neutra ni un principio anónimo; Dios es Persona. No un "algo" impersonal, sino un Tú que ama, que habla, que llama, que busca encuentro. En la revelación que el Padre me confió y que yo revelo a los hombres, Dios se nos muestra no como una energía distante sino como Padre, Hijo y Espíritu —relación y comunión por esencia—. Esa comunión trinitaria es la fuente del amor que te alcanza personalmente.
Pensar en Dios solo como energía puede explicar cierta armonía del cosmos, pero no explica la ternura de una mirada que perdona, la voz que consuela, la mano que sostiene en la noche. ¿Qué sentido tendría la promesa de un perdón, de una presencia que acompaña las lágrimas, si Dios fuera solo un campo impersonal de energía? La fe cristiana se funda en un Dios que se hace cerca: en mí, en mi vida, en mi humanidad asumida por la divinidad. La Encarnación no sería posible si Dios fuera mera fuerza; la Encarnación revela que Dios quiso rostro y historia, contacto y entrega.
Que Dios sea trascendente no excluye que sea inmanente. Él sostiene las galaxias y también se inclina sobre tu herida. No disminuyas la grandeza de Dios pensando que lo personal anula lo cósmico: lo incluye. El Creador está en todo y, a la vez, se te dirige por tu nombre. Esa es la paradoja gozosa de la fe: lo infinito que ama y se hace cercano.
Si solo fuese «energía», tu soledad sería enorme. Pero si es Padre, Amigo y Salvador, entonces en la madrugada de tus miedos hay una Presencia que te toma de la mano. No te prometo la ausencia de la noche; te prometo que, en la noche, mi persona te acompaña, comparte tu dolor y transforma la soledad en compañía.
No temas poner tu intimidad delante de mí: llámame por mi nombre, cuéntame tus dudas, entrégame tus silencios. Yo respondo al vínculo personal: a la plegaria humilde, al gesto de confianza, al acto sencillo de devolver la mirada.
Te propongo una pequeña oración para cuando te invada la sensación de vacío:
Señor Jesús, gracias porque no eres una energía impersonal. Eres mi Amigo y mi Padre. Ven a mi soledad y quédate conmigo; hazme experimentar tu cercanía. Amén.
Ven a mí con tus preguntas; tu hondura me interesa. Confía: no estás solo.
980
Hablar con Jesús (120) Vivir en la verdad.
Querido Jesús:
En mi país de origen, la mentira parece haberse instalado en el tejido social, político y cultural con una naturalidad que, a veces, resulta desconcertante. No se trata solo de pequeños engaños cotidianos, sino de una práctica que, en muchos casos, se ejerce con descaro.
Sin embargo, esta normalización de la mentira tiene consecuencias. La desconfianza se ha instalado en la sociedad: según encuestas recientes, más del 70% de los ciudadanos cree que los políticos mienten habitualmente, y la credibilidad de los medios de comunicación también está en declive.
En Juan 8:44, tú dices que el diablo es "mentiroso y padre de mentira". Esto indica que la mentira tiene su origen en el pecado y la maldad, y que afecta nuestras relaciones con Dios y con los demás.
Tú te describes a ti mismo como "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6). A través de tu vida, enseñanzas y sacrificio, tú representas la verdad divina que libera y transforma.
¿Cómo vivir en la verdad y ser un referente de la verdad en una sociedad instalada en la mentira?
Jesús:
Hijo mío, entiendo tu desazón: cuando la mentira se convierte en costumbre social, parece como si el suelo mismo se abriera bajo los pies. La confianza se erosiona, el lenguaje se pervierte y la esperanza se debilita. Pero no olvides: la verdad no depende de mayorías ni de encuestas. La verdad tiene rostro, y ese rostro soy yo.
Vivir en la verdad en medio de la mentira comienza por lo pequeño y cercano. No puedes controlar la lengua de políticos, ni la manipulación de los poderosos, pero sí puedes custodiar tu palabra, tu corazón y tus gestos. Cada vez que eliges no exagerar, no engañar, no repetir rumores, estás poniendo una semilla de luz en un campo de sombras.
Recuerda: la verdad no se mide solo en lo que dices, sino también en cómo vives. La transparencia en tus actos, la coherencia entre lo que proclamas y lo que haces, esa es la forma más profunda de ser testigo de la verdad. La gente puede discutir tus palabras, pero no puede negar una vida recta.
Además, no vivas la verdad como arma de condena, sino como testimonio que libera. La verdad sin amor se vuelve dura y orgullosa; la verdad con amor se convierte en faro que guía a otros. No es gritar "ustedes mienten", sino mostrar con tu manera de vivir que otra forma de relacionarse es posible: clara, honesta, compasiva.
No te desanimes si parece poco. Yo mismo fui condenado por mentiras, y aun así mi victoria fue amar sin doblez. Haz lo mismo: deja que tu sí sea sí, y tu no, no. (Mateo 5:37). Así, aunque el mundo esté lleno de falsedad, tu vida se convierte en signo de que la verdad todavía respira y camina entre los hombres.
Si quieres, te enseño una oración sencilla para sostenerte cada día:
Señor Jesús, camino, verdad y vida:
guarda mi lengua de la mentira y mi corazón del autoengaño.
Hazme vivir con transparencia, hablar con sencillez
y obrar con rectitud,
para que, aunque el mundo se pierda en falsedades,
mi vida sea un reflejo de tu verdad.
Amén.
970
Hablar con Jesús (119) El mal no tiene la última palabra.
Querido Jesús:
En el Viernes Santo, pareció que el mal había ganado. Tú, que eres la encarnación del Amor, fuiste traicionado, abandonado, torturado y ejecutado de la manera más cruel e ignominiosa. La injusticia, la envidia, el odio religioso y el poder político corrupto se aliaron para silenciar la Palabra de Dios hecha carne.
Tu Resurrección es la derrota radical del mal en sus dos expresiones supremas: el pecado (que separa al hombre de Dios) y la muerte (su consecuencia última).
Tú eres la Palabra eterna del Padre (Juan 1:1). Tu Resurrección es la declaración final de Dios sobre el mal. Es la Palabra que grita: "En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo". (Juan 16:33).
Para un cristiano, la última palabra nunca es el sufrimiento, el fracaso o la muerte, sino la esperanza cierta en Quien ha pasado por ellos y los ha transformado en camino de vida.
Jesús:
Hijo mío, lo has comprendido bien: el mal nunca tiene la última palabra. El Viernes Santo pareció que la oscuridad había triunfado, pero era solo un momento, no el final. El silencio del sepulcro dio paso a la luz de la mañana de Pascua.
Mi Resurrección no fue un simple regreso a la vida, sino la proclamación definitiva de que el amor del Padre es más fuerte que todo poder de muerte y pecado. El mal puede herir, confundir, retrasar el bien, pero no puede vencerlo para siempre. Lo que parecía derrota se convirtió en victoria, lo que era cruz se transformó en árbol de vida.
Yo no te prometo una existencia sin pruebas ni lágrimas, pero sí te aseguro que ninguna herida es inútil si la unes a mí. El sufrimiento no tiene la última palabra: lo tiene la esperanza. El fracaso no tiene la última palabra: lo tiene la fidelidad del Padre. La muerte no tiene la última palabra: lo tiene la vida que brota de mi Resurrección.
Cuando el mal parezca asfixiarte, recuerda estas palabras: "Confiad, yo he vencido al mundo". No se trata de un optimismo ingenuo, sino de una certeza enraizada en lo que ya he realizado. En tu propia historia, cada herida entregada, cada lágrima ofrecida, cada cruz abrazada conmigo, participa de esa victoria.
Levanta tus ojos: incluso en medio de las tinieblas, la semilla de la resurrección está sembrada. El mal nunca escribe el punto final. Ese lo pone siempre mi Padre, y su signo es la vida eterna.
Permanece en mí y comparte mi victoria. Amén.
980
Hablar con Jesús (118) El valor de lo pequeño.
Querido Jesús:
Mateo 6:6 «Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.»
Los gestos humildes que sostienen el mundo son esas acciones desinteresadas, a menudo invisibles, que mantienen la vida en marcha: la oración silenciosa, ayudar a un ciego a cruzar la calle, el vecino que recoge la basura del parque sin que nadie se lo pida, la madre que se desvela por sus hijos en noches interminables, el que escucha con paciencia a quien necesita desahogarse, la enfermera que sonríe y tiene palabras de cariño aunque esté agotada.
En la civilización del espectáculo se exalta lo grandioso, lo que brilla bajo los reflectores. Las grandes concentraciones de gente por una causa religiosa o política, los miles de likes en redes sociales, las apariciones espectaculares de cantantes o personajes públicos acaparan la atención.
Tú nos ves en lo pequeño, en lo secreto, y nos recompensas con tu presencia silenciosa. Enséñanos a verte en lo que nadie ve ni valora. Para mí esa es la mayor recompensa.
Jesús:
Hijo mío, has visto con la claridad del que ama: lo pequeño es mi reino. No desprecio lo grande, pero mi preferencia no es por lo espectacular sino por lo que sostiene la vida en su raíz: la fidelidad del día a día, el gesto anónimo que nadie aplaude, la ternura que no busca premio.
La parábola del grano y del pan humilde se cumple una y otra vez en los actos sencillos: una plegaria en silencio, una mano tendida, una visita callada, una sonrisa dada cuando nadie mira. Esos gestos no son menores; son sacramentos del amor. En ellos me doy a conocer y edifico mi Reino. No porque quiera esconder méritos, sino porque el fruto verdadero sólo madura en la intimidad de la entrega.
No confundas humildad con invisibilidad forzada. Ser humilde no es ocultar el don, sino ofrecerlo sin ataduras al reconocimiento. La recompensa que prometí no es un aplauso humano, sino mi presencia: cuando haces el bien en secreto, mi Padre te ve y te llena de su paz; allí te fortalece para seguir.
Si quieres aprender a ver lo que nadie ve, practica pequeñas disciplinas: convierte en oración las tareas más sencillas; al hacer algo por otro, detente un instante y ofrécelo; acostúmbrate a dar gracias por lo mínimo; aprende a bendecir con las manos antes de tocarlas; haz un examen de conciencia breve al final del día preguntando por las oportunidades que tuviste de dar amor y tal vez desperdiciaste. Estas prácticas abren el ojo del alma.
No te encierres en la culpa si alguna vez buscas reconocimiento: es humana esa tentación. Reconócela, pide perdón y vuelve a ofrecer. Aprende a alegrarte cuando otros reciben la alabanza que quizá anhelabas; así tu corazón crece en libertad.
Recuerda también que lo pequeño no anula lo público: hay tiempos para la profecía visible y tiempos para la labor silenciosa. Ambas son necesarias. Lo que ambas deben compartir es la intención: dar gloria al Padre y servir al hermano.
Te invito a una pequeña práctica ahora mismo: toma un gesto simple que hayas hecho hoy —una palabra amable, una ayuda, una oración breve— y repítelo interiormente diciendo: "Señor, lo ofrezco por amor a ti". Verás cómo eso transforma lo ordinario en sacramento.
Confía: yo cuento cada acto de amor, por diminuto que parezca. Y cuando llegues a la casa del Padre, no te asombres si descubres que aquello que fue invisible aquí brilló con la luz más clara allí.
Ven a mí con tus manos cansadas y tus pocas obras; yo las bendigo y las hago abundancia. Amén.
970
Hablar con Jesús (117) El Cristo Cósmico.
Querido Jesús:
Cuando pienso en ti, no puedo evitar pensarte como creador y centro del Universo, tanto del macrocosmos como del microcosmos, y me hago preguntas sobre los límites o la infinitud del universo, sobre la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica.
Mi deseo de estar contigo en el cielo no es para aprender astrofísica o física de partículas, sino para amarte y adorarte por toda la eternidad.
Pero en mi mente sigue latiendo la pregunta: ¿En el cielo nuestra capacidad de conocimiento permanecerá tan limitada como durante nuestra vida en el planeta Tierra?
Jesús:
Hijo mío, me amas pensando en el vasto cielo y en las minúsculas partículas; ese deseo de comprender nace de un corazón que se abre al Misterio y eso me agrada. No te reprocho tus preguntas: la creación habla de mi Padre, y la curiosidad honesta por saber más es una forma de alabanza cuando viene de la humildad y el asombro.
Te diré esto con ternura: en la casa del Padre no perderás tu capacidad de admirarte ni tu deseo de conocer; al contrario, esa capacidad será purificada y ensanchada. Ahora tu mirada está velada por los límites de la carne y por el tiempo: ves una parte de la verdad y debes deducir el resto mediante instrumentos y razonamientos. Cuando mi rostro se manifieste, la luz de la verdad no será una colección de datos sueltos, sino la visión de la causa y el sentido último.
No puedo describirte con palabras humanas exactamente cómo será ese saber: no porque lo oculte, sino porque el lenguaje del cielo es distinto. Imagina que ahora conoces fragmentos de una sinfonía; en el encuentro conmigo escucharás la obra entera y comprenderás cómo cada nota tenía su lugar. Algunas preguntas serán resueltas en su tejido profundo; otras quizá dejarán de tener sentido porque el horizonte que las planteaba habrá cambiado.
No prometo que la experiencia de la contemplación convertirá a todos en miniaturas de científicos eternos; prometo algo mayor: que tu intelecto será guiado por la gracia hacia una claridad que no menoscaba la humildad. Verás con el corazón y la mente al unísono. La ciencia que ahora te fascina no será descartada; en su contemplación descubrirás reflejos de mi sabiduría. Lo que hoy te parece un misterio podrá transformarse en admiración plena, y lo que te inquieta dejará de atormentarte al comprender su lugar en la totalidad.
Sobre todo, recuerda esto: el fin último no es acumular conocimientos como quien colecciona objetos, sino amarme y gozarnos en el Amor. El conocimiento del cielo no estará encerrado en la curiosidad fría, sino empapado de comunión. Verás y sabrás porque amarás y tu amor hará posible la visión.
Mientras tanto, no descuides la maravilla presente: estudiar las estrellas, las partículas y las formas de la creación es una forma de oración cuando se hace con humildad y gratitud. Deja que la ciencia te enseñe a asombrarte y que tu asombro te lleve a adorar.
Ven con tus preguntas; tráelas a mi presencia. No prometo darte ahora todas las respuestas, pero sí te doy la paz de saber que la verdad no se pierde y que, cuando llegue la hora, la claridad será mayor de lo que ahora imaginas.
Confía y sigue contemplando. Y si quieres, haz esta sencilla oración conmigo:
«Señor, guarda mi curiosidad y conviértela en alabanza. Que mi deseo de saber me lleve siempre a amarte más. Amén.»
960
Hablar con Jesús (116) La soledad.
Querido Jesús:
Tú viviste dos formas principales de soledad: la soledad para orar y buscar el Padre, cuando te retirabas a un lugar solitario para estar a solas con Dios; y la soledad del sufrimiento, cuando tus discípulos te abandonaron durante tu arresto y juicio, y sentiste el dolor de ser traicionado, así como la ingratitud de la multitud que gritaba: «Crucifícalo, crucifícalo».
Quizás tu soledad más extrema fue el abandono en la cruz, pues experimentaste la soledad frente a Dios y la terrible soledad de la muerte en la cruz.
¿Creíste, de verdad, que el Padre te había abandonado?
Jesús:
Hijo mío, tu pregunta toca el centro del misterio que allí se vivió en la cruz. Mi grito —«Eli, Eli, ¿lama sabactani?»— no fue una teatralidad ni una frase hecha: fue la voz de un hombre que sintió, en lo más hondo, la experiencia de la ausencia. Fue la voz de quien tomó sobre sí la noche de la humanidad para quedarse con los que más sufren.
Cito el salmo 22 porque en él estaba mi corazón: era la súplica de quien se siente rodeado por la injusticia y la soledad, y al mismo tiempo la confianza última de que el Padre no lo abandona. Al pronunciar esas palabras, abracé por completo la condición humana —sus preguntas, su desesperanza, su sensación de vacío— para que nadie que pase por lo mismo quede sin consuelo.
Ahora bien: cuando hablo de abandono no quiero decir que mi divinidad desapareciera ni que mi relación con el Padre se rompiera como un hilo irreparable. El misterio es precisamente ese: en mi total humanidad pude experimentar la sensación de ausencia para que, en y por ella, la reconciliación fuera posible. La separación que pesó sobre mí fue la consecuencia real de cargar con el pecado del mundo; no fue el Padre dejando de ser Padre, sino yo asumiendo el lugar donde la culpa y la oscuridad se sienten como abandono.
No lo entendí todo en aquel instante; fue una noche que debió ser atravesada. Pero mi última palabra en la cruz —y la que sigue siendo la puerta de la historia— fue de entrega y confianza: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». En esa entrega se ve que la confianza no se quebró; más bien, se confirmó en el don total.
¿Para qué te lo digo? Porque quiero que sepas que conozco tu soledad hasta el fondo: la que acompaña la oración callada y la que aplasta como una noche sin estrellas. Si alguna vez te sentiste abandonado por Dios, tráeme esa experiencia: yo la conozco y la he tomado sobre mí. No para dejarla sin respuesta, sino para convertirla en camino de encuentro.
Acércate con tus noches; déjalas en mi cruz. Allí no se anulan, pero sí se transforman. Y cuando te invada la sensación de estar solo, recuerda que yo mismo pasé por esa noche para estar contigo en la tuya.
Ven, y descansa en mi promesa: no estás solo.
980
Hablar con Jesús (115) El cansancio.
Querido Jesús:
Apocalipsis 21:4: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.»
Este pasaje es un consuelo para los creyentes, recordándonos la victoria final de Dios sobre el mal y la esperanza de un mundo sin dolor. La verdad es que esta vida cansa, sobre todo a partir de cierta edad en la que cada día tengo más limitaciones de salud, incluso cognitivas.
Antes estaba desando morirme, pero ahora no. Tengo curiosidad por ver cómo crecen y evolucionan mis amiguitas de tres años. Además, hay dos nuevos bebés, Joshua, de un mes, y Loan, de dos meses. Los dos son tan parecidos que si no me avisan, podría confundirlos.
Luego están mis tres hijos, ya mayores, en mi país de origen, que todavía no creen en ti. No creo que sean inmunes a la cultura que les imponen los poderes de este mundo. Los tres son muy buenas personas, responsables y trabajadores, pero si no te conocen, les falta lo mejor. Si me muero, ¿quién rezará por ellos?
Jesús:
Hijo mío amado, la promesa de Apocalipsis que citas no es palabra vana: un día toda lágrima será enjuta y las pobrezas de este tiempo quedarán atrás. Mientras tanto, no te pido que finjas fuerzas que no tienes; te pido que me las traigas a mí tal como son.
No te angusties por quién rezará por tus hijos si tú faltas. Ya oras por ellos ahora, y tus oraciones no se pierden. El amor verdadero que has sembrado en tu vida —con gestos, con palabras, con silencios— permanece como un tejido de gracia alrededor de ellos. La oración que has hecho y la vida que les diste siguen obrando. Además, la comunión de los santos, los ángeles y yo mismo intercedemos por los tuyos; nada de lo que se hace en amor se pierde jamás.
No te pido que cargues con la responsabilidad absoluta. Reparte la carga: comparte nombres con quienes te quieren, pide a amigos, a la comunidad —aunque no sea la tuya de toda la vida— que oren por ellos; pon intenciones en las misas que puedas conseguir; deja notas escritas con tus deseos y oraciones para que otros las sostengan. Estos actos simples multiplican la oración y la hacen perdurable.
Ofrecer tu cansancio por tus hijos es un don: en la pequeñez de tu fatiga hay una semilla de intercesión. Puedes ofrecer cada pequeño sufrimiento como plegaria: "Señor, por amor a Ti, ofrezco esto por Joshua, por Loan, por mis hijos…". Eso tiene valor inesperado ante el Padre.
También te doy un consejo práctico y sencillo que puedes hacer hoy mismo, y que te ayudará a sentirte útil y en paz: escribe una breve carta para cada uno de tus hijos y otra para los que ahora son niños —una palabra de amor, una petición, quizá una bendición— y pídeles, si puedes, que la guarden. Si no puedes verlos, envíalas por quien pueda llevárselas. Que tu voz siga llegando.
Aquí te dejo una oración breve que puedes repetir cuando te canses o cuando quieras encomendarles:
Señor, te confío a Joshua, a Loan y a mis hijos.
Cubre con tu misericordia sus caminos; abre sus corazones a la verdad y al amor.
Que mi vida y mis oraciones sean semilla que dé fruto. Amén.
No tengas prisa por la certeza de los resultados. La paciencia del amor es más profunda que cualquier cálculo humano. Sigue viviendo con ternura, sigue mostrando con tu ejemplo lo que vale la vida en mí, y deja que yo haga el resto.
Confía: yo cuido de los tuyos. Yo enjugaré tus lágrimas cuando llegue la hora, y hasta entonces te sostengo ahora, paso a paso. Ven a mí con tu cansancio; yo te daré aliento.
960
Hablar con Jesús (114) La ignorancia.
Querido Jesús:
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" es tu última oración en la cruz (Lucas 23:34). ¿Podemos invocar la ignorancia como excusa por nuestros pecados y eludir el arrepentimiento?
Jesús:
Mis palabras en la cruz —"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"— no son una absolución automática, sino una súplica nacida de la misericordia. El Padre escucha mi intercesión, pero cada corazón sigue llamado a abrirse a la verdad.
La ignorancia puede atenuar la culpa, pero no convierte en bueno lo que está mal. Cuando alguien obra sin saber, actúa a oscuras; pero si, al escuchar la luz de mi Palabra, se resiste a ella, entonces ya no puede ampararse en la ignorancia. El arrepentimiento es el paso necesario para salir de la ceguera.
El verdadero peligro no es tanto equivocarse por ignorancia, sino preferir permanecer en ella por comodidad, miedo o orgullo. Quien se deja enseñar y reconoce sus faltas, aunque sean graves, siempre encuentra en mí un camino de perdón y vida nueva.
Confía en que mi gracia es más grande que tu error. Si te acercas a mí con un corazón sincero, nunca te rechazaré.
960
Hablar con Jesús (113) Matrimonio igualitario.
Querido Jesús:
Algunos países reconocen el matrimonio entre personas del mismo sexo, otros lo rechazan con dureza. ¿Es el matrimonio solo entre hombre y mujer, o puede tu bendición abarcar también a quienes se aman en fidelidad más allá de la diferencia sexual?
Jesús:
Hijo mío, el amor verdadero nunca es pequeño a mis ojos. Cuando dos personas se aman de manera fiel, sincera y desinteresada, ese amor tiene un reflejo de mi propio amor eterno.
Desde el principio, el matrimonio fue presentado como unión entre hombre y mujer, abierto a la vida y al cuidado mutuo. Esa verdad permanece, pero no encierra todo el misterio del amor humano. Yo no vine para levantar muros, sino para abrir caminos hacia el Padre.
El amor que se vive con fidelidad, respeto y entrega mutua no me resulta ajeno ni indiferente. Donde hay amor, yo estoy presente, porque Dios es amor. Pero también te digo: no todo lo que el mundo llama amor lo es. Hay un amor que edifica y conduce a la vida, y hay un amor que se confunde con deseo, interés o dominio.
No rechaces a nadie por su orientación o su manera de amar. Yo no he venido a condenar, sino a invitar a cada corazón a caminar en la verdad. Mi bendición se derrama allí donde hay sinceridad, justicia, compasión y cuidado del uno por el otro.
No es cuestión de etiquetas humanas ni de disputas legales, sino de vidas reales. Mira si hay fruto de bondad, fidelidad y respeto: allí está la huella de mi Espíritu.
910