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Pedro Sánchez ha vuelto a demostrar que, en política, la ambigüedad puede convertirse en herramienta de supervivencia. Lo que para algunos es diplomacia hábil, para otros es una burda manipulación. En la última cumbre de la OTAN, celebrada en La Haya, el presidente del Gobierno firmó con toda claridad una declaración en la que los países miembros se comprometen a alcanzar el 5 % del PIB en gasto defensivo para 2035. Un hecho incuestionable.
Sin embargo, con gesto serio y tono firme, Sánchez negó haber suscrito tal compromiso. Alegó que España mantendrá su senda propia, limitando el esfuerzo al 2,1 % del PIB, porque el Estado del bienestar "no es negociable". Esa frase, cuidadosamente escogida para el consumo interno, encierra una contradicción que no puede pasarse por alto: si el gasto militar del 5 % es tan lesivo para los intereses sociales, ¿por qué lo firmó? Y si no lo firmó realmente, ¿por qué entonces su nombre aparece en el documento junto a los de los otros 31 aliados?
La respuesta está en ese terreno difuso que Sánchez domina con soltura: el compromiso que no compromete, el acuerdo con "flexibilidad", la firma que no obliga. Un intercambio de cartas con el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, habría garantizado una "excepción española", una vía alternativa para cumplir con lo esencial sin abrazar el número maldito del 5. Pero ¿puede una organización basada en la unidad estratégica permitirse ese tipo de excepciones sin resquebrajarse?
Lo cierto es que la estrategia del presidente bordea la doblez. En Bruselas y Washington no ha pasado desapercibido el gesto. Donald Trump, de regreso al centro del debate político estadounidense, ya ha disparado su artillería retórica: acusa a España de aprovecharse de la protección de la Alianza sin pagar su parte. "Pagará el doble", ha dicho. No se trata solo de amenazas vacías: podrían derivarse consecuencias comerciales, diplomáticas o incluso estratégicas.
España necesita aliados, pero también necesita coherencia. Nadie puede cuestionar que un país tenga prioridades sociales. Lo que sí se debe cuestionar es que se juegue al despiste con los compromisos internacionales, sobre todo cuando lo que está en juego es la seguridad común.
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