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Una crisis demográfica silenciosa
El epicentro del budismo contemporáneo está en Asia: países como Japón, Corea del Sur, Tailandia, Vietnam, Birmania o Sri Lanka. Muchos de ellos están entre los que registran las tasas de natalidad más bajas del mundo. Japón y Corea, por ejemplo, no alcanzan el reemplazo generacional. Esto significa que, aunque los fieles actuales sigan considerando al budismo como parte de su identidad cultural, simplemente hay cada vez menos jóvenes que hereden esa pertenencia religiosa.
El problema no es solo cuantitativo. A este panorama demográfico se suma un envejecimiento progresivo de los creyentes y una desafección creciente entre los jóvenes, que viven en sociedades más urbanizadas, tecnológicas y seculares.
La secularización en Asia oriental
En los países budistas más desarrollados económicamente, como Japón o Corea del Sur, la religión ha sido desplazada a un segundo plano. Ya no cumple la función social que tuvo durante siglos. Muchos ciudadanos se identifican como budistas por razones culturales o familiares, pero no participan en la práctica religiosa activa. En algunos casos, el budismo se ha convertido en una suerte de ceremonial de despedida: presente en funerales, pero ausente del día a día.
En Tailandia, donde el budismo sigue siendo dominante, también se detecta una falta de vocaciones monásticas entre las nuevas generaciones, y una vida religiosa que en ciertos sectores se ve debilitada por escándalos o por la creciente influencia del consumismo.
Occidente: simpatía sin conversión
En Europa y América del Norte, el budismo ha gozado de un prestigio cultural considerable desde el siglo XX. Intelectuales, psicólogos y buscadores espirituales encontraron en él una alternativa al teísmo tradicional. Sin embargo, esta simpatía no se tradujo en conversiones masivas ni en comunidades budistas vigorosas.
Muchas de las enseñanzas budistas fueron absorbidas por la cultura secular en forma de prácticas de meditación, mindfulness o desarrollo personal. Pero la mayoría de quienes practican estas técnicas no se consideran budistas, ni adhieren a su cosmovisión. El resultado es un budismo más difuso, más "ligero", y por tanto menos cohesionado como religión institucional.
Una religión no misionera
A diferencia del cristianismo o del islam, el budismo no se caracteriza por un impulso proselitista fuerte. Históricamente, su expansión se dio por transmisión cultural y adopción voluntaria, no por conquista ni por evangelización activa. Esta característica, que le ha valido el respeto de muchos, también lo deja en desventaja en un mundo donde la dinámica religiosa está cada vez más marcada por el crecimiento demográfico y la competencia simbólica.
¿Hacia un budismo residual o transformado?
El futuro del budismo no está escrito. Podría seguir el camino de muchas religiones ancestrales: pasar a ocupar un lugar menor, residual, más cultural que espiritual. O bien, podría reinventarse y encontrar nuevas formas de resonar en el siglo XXI. Algunos movimientos contemporáneos, como el llamado budismo secular o el budismo comprometido, buscan justamente eso: adaptar la tradición a los valores éticos y científicos del mundo moderno.
El declive del budismo no es resultado de críticas teológicas ni persecuciones masivas, sino de un desequilibrio demográfico estructural. Sin renovación generacional o aumento de la natalidad, seguirá siendo la única gran religión con disminución real de fieles.
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