![]() |
Bettino Craxi hundió el Partido Socialista Italiano |
En la política, como en la tragedia clásica, los errores de juicio suelen ser más letales que los enemigos. Pedro Sánchez, actual presidente del Gobierno de España, parece repetir, con matices propios del siglo XXI, los pasos de Bettino Craxi, el histórico líder del socialismo italiano que acabó por descomponer a su propio partido y hundir la confianza de una generación entera en la izquierda reformista.
Bettino Craxi gobernó Italia como presidente del Consejo de Ministros entre 1983 y 1987. Fue un político hábil, moderno y ambicioso, que consolidó la presencia del Partido Socialista Italiano (PSI) en el poder tras décadas de hegemonía democristiana. Pero su afán de protagonismo, su estilo personalista y sus pactos con las élites económicas y políticas acabaron por desdibujar el alma socialista de su proyecto. Su final fue amargo: acorralado por los escándalos de corrupción del proceso Mani Pulite, terminó exiliado en Túnez, y el PSI desapareció del mapa político italiano.
Pedro Sánchez, aunque en circunstancias muy distintas, recorre un sendero inquietantemente similar. Tras una carrera política marcada por caídas y resurrecciones, logró llegar a La Moncloa primero por una moción de censura y después por elecciones. Sin embargo, su gestión ha estado plagada de decisiones que, si bien tácticamente brillantes, han alimentado la sensación de que el socialismo español ha dejado de ser reconocible.
El caso más evidente es su alianza con fuerzas independentistas y antisistema para sostener una frágil mayoría parlamentaria. Pactos que han requerido concesiones impensables en otro tiempo —como la amnistía a implicados en el 'procés' catalán—, y que han generado una profunda fractura entre el PSOE y buena parte de su electorado tradicional. A ello se suma la creciente concentración de poder en su persona y la instrumentalización de las instituciones del Estado para fines partidistas. Todo ello recuerda al "sistema Craxi": gobernar desde la aritmética y la supervivencia, más que desde la coherencia ideológica.
A diferencia de Craxi, Sánchez no enfrenta hoy una macrocausa judicial por corrupción. Pero el caso que afecta a su esposa, Begoña Gómez, ha dañado seriamente su imagen. Lo más grave, sin embargo, no es el escándalo en sí, sino la reacción del presidente: una carta a la ciudadanía cargada de victimismo, cinco días de "reflexión" y la promesa de una regeneración ética que nunca se materializó. En política, la teatralización de la moral suele tener efectos devastadores.
El paralelismo con Craxi no debe entenderse como una equivalencia exacta. Italia en los años 80 y España en los 2020 son mundos diferentes. Pero hay un patrón que se repite: cuando un partido socialista convierte el poder en un fin en sí mismo, pierde el norte ideológico y la confianza popular. Craxi diluyó al PSI en una sopa de pactos que acabó engulléndolo. Sánchez, con su pragmatismo implacable, corre el riesgo de convertir al PSOE en un cascarón vacío, dependiente de alianzas que lo desfiguran y de un liderazgo que lo asfixia.
En última instancia, el peligro no es solo electoral. Es moral, histórico, casi civilizacional. El socialismo democrático fue, durante décadas, una esperanza para millones de personas que creyeron en la justicia social, en la dignidad del trabajo y en la ética del servicio público. Sánchez, como Craxi, puede pasar a la historia no por sus logros, sino por haber vaciado esa esperanza desde dentro.
La historia rara vez se repite, pero a menudo rima. Y en la rima entre Craxi y Sánchez resuena la advertencia de que ningún proyecto político puede sobrevivir mucho tiempo cuando traiciona sus valores fundacionales y es incapaz de atajar la corrupción interna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario