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Bukele no llega al poder como parte de una maquinaria partidista tradicional. Se presenta como un outsider, pero rápidamente demuestra ser un político hábil, consciente del hartazgo de una ciudadanía que exige resultados y no excusas. Su combate frontal contra las maras, aunque controvertido por las implicaciones en derechos humanos y libertades civiles, ha reducido drásticamente los niveles de violencia en El Salvador, ganándole una popularidad inédita. Para muchos salvadoreños, vivir sin miedo por primera vez en décadas pesa más que cualquier objeción teórica desde foros internacionales.
El "sentido común" del que se habla no es una ideología, sino una actitud: tomar decisiones prácticas, visibles, inmediatas, con criterios que el ciudadano medio puede entender. ¿Hay pandillas aterrorizando barrios? Se encierra a los pandilleros.
Sobre las críticas internacionales y los derechos humanos
Una de las controversias más persistentes en torno a su figura ha sido su trato a los derechos humanos de los delincuentes. Organismos internacionales, ONGs y foros de derechos humanos han acusado a su gobierno de detenciones arbitrarias, uso excesivo de la fuerza y condiciones carcelarias inhumanas. Pero Bukele ha respondido con firmeza, casi con desprecio, a estas críticas.
"¿Y los derechos de la gente honrada?" —pregunta retóricamente en muchas de sus intervenciones. "¿Quién se ocupó de ellos durante los años de terror de las pandillas?"
Su mensaje es claro: ante el dilema entre los derechos del agresor y el derecho del ciudadano común a vivir en paz, su gobierno elige proteger a la mayoría. En redes sociales, Bukele ha ridiculizado la hipocresía de algunas organizaciones que durante años guardaron silencio ante la violencia cotidiana, y ahora claman por garantías para quienes sembraron el miedo.
"Los organismos de derechos humanos solo defienden a los delincuentes. Nosotros estamos del lado de las víctimas."
Y remata con frases que han calado en el imaginario popular:
"Preferimos ser criticados por hacer demasiado que por no haber hecho nada."
En efecto, esa es su apuesta: desafiar las formas tradicionales de gobernar, tensionar los límites del marco legal, y asumir las consecuencias internacionales si eso significa cumplir su promesa de devolverle la paz a los salvadoreños.
¿Una revolución o una anomalía?
Sus críticos lo tildan de populista autoritario, incluso de demagogo digital. Pero sus defensores ven en él algo más raro: un líder con eficacia, visión de futuro y una voluntad política que no se paraliza ante la corrección política. Si eso es "sentido común", lo cierto es que no abundaba en América Latina hasta ahora.
Quizás por eso Nayib Bukele despierta tanta admiración y rechazo a la vez. Porque, en última instancia, gobernar con sentido común en un continente acostumbrado a la inercia, la corrupción o la retórica estéril, resulta no solo inusual: resulta revolucionario.
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