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Felipe González fue el arquitecto de la modernización de España. Abandonó el marxismo, abrazó la socialdemocracia europeísta y pilotó la integración del país en las instituciones occidentales. Pero también inauguró una forma de gobernar en la que el control del aparato, la hegemonía mediática y la flexibilidad moral al servicio del poder se convirtieron en señas de identidad. La razón de Estado pasó a significar, a menudo, la razón del partido.
José Luis Rodríguez Zapatero introdujo un nuevo elemento: el poder como transformación ideológica. Bajo su mandato, el PSOE viró hacia el sentimentalismo político, la ingeniería social y el revisionismo histórico. El adversario dejó de ser un interlocutor legítimo para convertirse en un obstáculo moral al progreso. Nacía así una forma de hacer política basada en el relato, la emoción y la deslegitimación del otro.
Pedro Sánchez ha llevado todo esto a su culminación. Bajo su liderazgo, el PSOE ha cruzado líneas que antes eran consideradas intocables: pactos con partidos que desean desmantelar el Estado, colonización de instituciones independientes, desnaturalización del marco constitucional y banalización del fraude político mediante la mentira sistemática.
Lo que en González fue pragmatismo y en Zapatero ideología, en Sánchez es simplemente poder sin límites.
Resulta ingenuo pensar que este proceso se debe únicamente a la personalidad de su actual secretario general. El partido ha cambiado porque así lo han querido sus bases, sus cuadros y sus alianzas. No hay golpe de mano: hay evolución. El PSOE ha dejado de ser un partido socialdemócrata constitucionalista para convertirse en un instrumento de poder que se adapta a lo que haga falta para mantenerse en él. El fin justifica los medios, y los principios son maleables.
El sanchismo no es, pues, una anomalía. Es la consecuencia inevitable de haber antepuesto durante décadas la eficacia política a la coherencia moral. Lo verdaderamente excepcional no es Sánchez, sino que aún queden quienes dentro del PSOE crean que es posible recuperar lo que un día fue. La deriva no comenzó con él, pero con él ha dejado de tener freno.
Así es.
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