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Requisitos de hardware estrictos:
Windows 11 exige TPM 2.0, Secure Boot y procesadores relativamente recientes (8ª generación de Intel o equivalente en AMD). Esto deja fuera a muchos PCs funcionales que corren Windows 10 sin problemas, lo que frustra a quienes no quieren o no pueden actualizar su hardware. Está claro que el multimillonario Bill Gates no tiene en cuenta a los usuarios con pocos recursos, que somos millones.
Interfaz polarizante:
El menú de inicio centrado, la barra de tareas menos personalizable y los cambios en la usabilidad (como la eliminación de funciones como arrastrar y soltar en la barra de tareas) han generado rechazo. Algunos encuentran la interfaz menos intuitiva o más orientada a tablets que a escritorios.
Problemas de rendimiento:
En ciertos casos, Windows 11 puede ser más lento que Windows 10, especialmente en hardware no tan nuevo o configuraciones específicas (por ejemplo, con ciertas aplicaciones que no están totalmente optimizadas). Aunque Microsoft ha lanzado parches, la percepción de "pesadez" persiste.
Funciones eliminadas o limitadas:
Algunas características de Windows 10, como la personalización avanzada de la barra de tareas, widgets más flexibles o el soporte completo para aplicaciones antiguas, no están en Windows 11 o han sido restringidas.
Privacidad y telemetría:
Windows 11 tiene una recolección de datos más agresiva por defecto, con configuraciones de privacidad que pueden ser complicadas de ajustar. Esto genera desconfianza en quienes prefieren mayor control sobre sus datos.
Actualizaciones forzadas y menos control:
Microsoft ha sido más insistente con las actualizaciones en Windows 11, y los usuarios sienten que tienen menos libertad para decidir cuándo o cómo actualizar.
Compatibilidad de software:
Aunque la mayoría de las aplicaciones modernas funcionan, algunas herramientas heredadas o software especializado pueden tener problemas de compatibilidad, algo que Windows 10 maneja mejor al ser más maduro.
Sensación de "incompleto":
Windows 11 parece un sistema operativo apresurado en su lanzamiento inicial, con características prometidas (como soporte nativo para apps de Android) que tardaron en llegar o no cumplieron expectativas.
En resumen, deshacerme de Windows 11 me ha resultado más costoso en horas perdidas y más difícil de eliminar que los pocos virus o malware con que he tenido que lidiar desde el limitado, pero entrañable, Windows 3.0.
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