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Frankl vivió el horror de Auschwitz y otros campos, donde la deshumanización, el hambre y la pérdida eran constantes. Sin embargo, en medio de esa brutalidad, observó algo extraordinario: aquellos prisioneros que lograban aferrarse a un propósito —ya fuera el amor por un familiar, la esperanza de volver a ver a sus seres queridos o el deseo de contribuir al mundo— tenían más probabilidades de resistir física y emocionalmente. Para Frankl, el sufrimiento, aunque inevitable, dejaba de ser absurdo cuando se le otorgaba un significado.
El sufrimiento y el sentido
La filosofía de Frankl, conocida como logoterapia, se basa en la idea de que la principal motivación del ser humano no es el placer ni el poder, sino la búsqueda de un propósito. En los campos, él mismo encontró sentido imaginando conferencias futuras sobre sus experiencias, lo que le dio una razón para seguir adelante. Esta perspectiva transformadora no niega el dolor, sino que lo recontextualiza: el sufrimiento puede ser un maestro, una oportunidad para crecer, aprender o ayudar a otros.
Por ejemplo, Frankl relata cómo algunos prisioneros, a pesar de su propio tormento, ofrecían consuelo a sus compañeros. Este acto de altruismo, aunque pequeño, les devolvía un sentido de humanidad y propósito. En palabras de Frankl: "Cuando no podemos cambiar una situación, somos desafiados a cambiarnos a nosotros mismos". Este cambio interno, impulsado por un "para qué", convierte el dolor en un vehículo de transformación.
Aplicaciones en la vida moderna
En un mundo donde el sufrimiento adopta formas más sutiles —crisis existenciales, estrés crónico, pérdida de rumbo—, las ideas de Frankl siguen siendo profundamente relevantes. ¿Cómo encontramos propósito cuando enfrentamos desafíos? La respuesta está en identificar lo que nos motiva más allá de nosotros mismos. Puede ser criar a un hijo, contribuir a la comunidad, perseguir una pasión creativa o simplemente aprender de las dificultades para ser mejores versiones de nosotros mismos.
Por ejemplo, una persona que pierde su empleo puede hallar sentido en usar ese tiempo para desarrollar nuevas habilidades o fortalecer relaciones personales. Alguien que enfrenta una enfermedad podría encontrar propósito en compartir su historia para inspirar a otros. La clave, según Frankl, es la actitud: elegir cómo responder ante lo que no podemos controlar.
La elección del sentido
Frankl no romantiza el sufrimiento; reconoce su crudeza. Sin embargo, insiste en que siempre tenemos una libertad fundamental: la de elegir nuestra actitud frente a las circunstancias. Esta libertad es lo que nos hace humanos. En los campos nazis, donde todo —dignidad, posesiones, futuro— les fue arrebatado, los prisioneros que encontraron un propósito retuvieron algo que nadie podía quitarles: su capacidad de decidir quiénes querían ser en medio del horror.
Hoy, en un mundo lleno de incertidumbre, las lecciones de Frankl resuenan con fuerza. Nos recuerdan que el propósito no es algo que se encuentra solo en momentos de alegría, sino también en la adversidad. Como él escribió: "El sentido de la vida difiere de una persona a otra, de un día a otro, de una hora a otra. Lo que importa, por tanto, no es el sentido de la vida en general, sino el sentido específico de la vida de una persona en un momento dado".
Conclusión
Viktor Frankl nos enseña que el sufrimiento, aunque doloroso, no tiene por qué ser absurdo. Al encontrar un propósito —ayudar a otros, aprender, transformarnos—, podemos convertir incluso las experiencias más difíciles en oportunidades para crecer. Su legado nos invita a mirar nuestras propias vidas y preguntarnos: ¿cuál es mi "para qué"? En la respuesta a esa pregunta reside nuestra capacidad para vivir con significado, sin importar las circunstancias.
Viktor Frankl pensaba en su familia, su esposa, sus padres, sus hermanos. Cuando quedó en libertad tuvo que enfrentar el hecho terrible de que toda su familia había sido asesinada por los nazis.
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