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El siglo XIX
En el siglo XIX, España enfrentó una crisis de identidad tras la pérdida de su imperio. La independencia de las colonias americanas (1810-1820) y, sobre todo, el "Desastre del 98" —la derrota frente a Estados Unidos que culminó con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas— sumieron al país en un ejercicio de introspección. Intelectuales como Joaquín Costa y los escritores de la Generación del 98, como Miguel de Unamuno o Pío Baroja, diagnosticaron los males de España: un sistema político corrupto, caciquismo y una sociedad desinformada.
Costa, líder del regeneracionismo, clamaba por la educación como antídoto contra la "ignorancia" que perpetuaba la parálisis del país. En este contexto, la frase podría interpretarse como una crítica a una ciudadanía que, por falta de formación o interés, permitía la perpetuación de un sistema ineficaz. No eran solo los "malos" —las élites corruptas— los responsables, sino también los "tontos", aquellos que, por omisión o conformismo, no exigían un cambio.
La Guerra Civil y el franquismo
El siglo XX trajo consigo la tragedia de la Guerra Civil (1936-1939) y los 40 años de dictadura franquista. La polarización previa al conflicto, alimentada por desigualdades sociales y falta de diálogo, mostró cómo la desinformación y el fanatismo podían ser más devastadores que las intenciones de cualquier bando. Durante el franquismo, la censura y el control de la educación limitaron el acceso a ideas críticas, creando una sociedad en la que el conformismo o la ignorancia eran, para muchos, una forma de supervivencia.
José Ortega y Gasset, en su España invertebrada (1921), ya había advertido sobre la falta de cohesión y liderazgo crítico en el país. Bajo el franquismo, la frase podría aplicarse a una población que, en parte, aceptó el statu quo por desconocimiento o miedo. No eran solo los "malos" del régimen los que perpetuaban el sistema, sino también la pasividad de quienes no podían o no querían cuestionarlo.
La Transición
La muerte de Franco en 1975 abrió la puerta a la Transición democrática, un proceso admirado por su éxito en establecer una democracia estable, pero también criticado por sus compromisos. La Ley de Amnistía de 1977, por ejemplo, priorizó la reconciliación sobre la justicia para las víctimas de la dictadura, dejando heridas que aún persisten. La frase podría reflejar la percepción de que no fueron solo los "malos" —los restos del régimen o los oportunistas— quienes moldearon este período, sino también una sociedad que, por inexperiencia o deseo de estabilidad, aceptó decisiones con consecuencias a largo plazo.
El siglo XXI
En las últimas décadas, España ha enfrentado nuevos retos: la crisis económica de 2008, el auge del independentismo catalán tras el referéndum de 2017 y una polarización política exacerbada por las redes sociales. La desinformación, las noticias falsas y la falta de pensamiento crítico han sido señaladas como problemas clave. En este contexto, la frase adquiere un matiz contemporáneo: no son solo los líderes corruptos o ineptos los que dañan al país, sino también una ciudadanía que, en ocasiones, se deja llevar por narrativas simplistas o no exige rendición de cuentas.
Por ejemplo, el manejo de la crisis catalana mostró cómo la falta de diálogo y la manipulación mediática agravaron un conflicto que requería soluciones complejas. Del mismo modo, la polarización actual, alimentada por discursos que apelan a emociones más que a hechos, refleja la vigencia de la idea de que la "tontería" —entendida como falta de discernimiento— puede ser más peligrosa que la maldad.
La ignorancia, una constante histórica
Desde el regeneracionismo del siglo XIX hasta los debates actuales, la historia española está marcada por el lamento de que la ignorancia, la apatía o la falta de educación cívica han frenado el progreso tanto como la corrupción o la maldad. Intelectuales, escritores y ciudadanos han señalado, una y otra vez, la necesidad de una sociedad informada y crítica como base para superar las crisis.
Los desafíos de España no se deben solo a líderes corruptos, ineptos o polarizantes, sino también a una sociedad que, en ocasiones, carece de las herramientas o la voluntad para exigir mejores estándares. La crisis de 2008 mostró la necesidad de una educación financiera y cívica más sólida; el conflicto catalán destacó los peligros de la desinformación y las narrativas emocionales; y la polarización actual subraya la urgencia de fomentar el pensamiento crítico en la era digital.
La idea de que "el problema son los tontos" apunta a una ciudadanía vulnerable a la manipulación y a la falta de pensamiento crítico. En un entorno donde la información es abundante, pero a menudo sesgada, muchos ciudadanos consumen contenido que refuerza sus prejuicios, sin verificar fuentes o cuestionar narrativas. Los "malos" —políticos que polarizan intencionadamente o medios que priorizan el sensacionalismo— prosperan porque una parte de la sociedad no exige rigor ni responsabilidad.
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