miércoles, 28 de mayo de 2025

La polarización en España: un fenómeno en alza con ejemplos concretos

España vive un proceso de polarización política y social que, lejos de remitir, parece enquistarse y agudizarse. Este fenómeno no es nuevo, pero ha alcanzado en los últimos años una virulencia preocupante que pone en riesgo la convivencia democrática y el diálogo constructivo. El país ha pasado del tradicional bipartidismo imperfecto a un escenario de bloques enfrentados, trincheras ideológicas y desconfianza mutua. Lo más inquietante no es ya la existencia de visiones opuestas, sino la incapacidad —e incluso el rechazo— de escuchar y convivir con el otro.

Podemos y Vox: La fragmentación política que comenzó en 2015 trajo consigo una pluralidad deseable, pero también abrió la puerta a una dinámica parlamentaria mucho más conflictiva. El ascenso de nuevos partidos como Podemos y Vox tensionó el tablero, forzando pactos complejos y fomentando una retórica de bloques. En lugar de enriquecer el debate, esta diversidad ha sido explotada por algunos actores para alimentar la confrontación, a menudo más centrada en deslegitimar al adversario que en resolver los problemas reales de los ciudadanos.

La deriva independentista: Uno de los principales catalizadores de esta polarización ha sido el conflicto catalán. La deriva independentista, con el referéndum ilegal de 2017 como punto álgido, fracturó no solo a la política nacional, sino a la sociedad entera. Desde entonces, la tensión entre centralismo y nacionalismo se ha convertido en un campo de batalla permanente, y todo intento de diálogo se ve rápidamente empañado por acusaciones de traición o autoritarismo.

Twitter: Los medios de comunicación y las redes sociales han amplificado el fenómeno. Algunos medios operan ya como brazos mediáticos de partidos concretos, contribuyendo a la radicalización de sus audiencias. En Twitter, por ejemplo, el debate público se ha convertido en una sucesión de insultos, etiquetas simplificadoras y linchamientos virtuales. El espacio para el matiz y la complejidad se ha visto arrasado por el afán de reafirmación identitaria.

Ley de Memoria Democrática: La Ley de Memoria Democrática, lejos de servir para cerrar heridas del pasado, ha reabierto el conflicto sobre el relato histórico del franquismo y la transición. Las posturas enfrentadas entre quienes defienden una reparación moral y quienes denuncian una "relectura ideológica" del pasado reflejan un país aún preso de sus fantasmas.

La ley del "solo sí es sí": La nueva ley suprimió la diferenciación entre abuso y agresión sexual, creando un único delito de agresión sexual, lo que ha permitido que los tribunales, al aplicar la ley más favorable, rebajen las condenas en casos donde la pena original era superior al mínimo de la nueva escala, lo que ha creado nuevos e innecesarios enfrentamientos.

El Congreso convertido en un ring: El Congreso de los Diputados parece cada vez menos una cámara de representación democrática y más un ring de boxeo. En lugar de deliberar, se combate. En vez de persuadir, se golpea. La política española ha entrado en una fase donde el objetivo no es convencer al contrario, sino aniquilarlo simbólicamente. Y lo peor es que esta lógica empieza a impregnar también a la sociedad.

El bloqueo del CGPJ: El bloqueo en la renovación del Consejo General del Poder Judicial constituye otro síntoma de este deterioro. Los partidos mayoritarios, incapaces de llegar a un acuerdo durante más de cinco años, han sometido al poder judicial a un pulso político que mina su independencia y credibilidad ante los ciudadanos. No es una disputa técnica, sino una batalla ideológica en toda regla.

La ley de amnistía: Quizá el episodio más revelador sea la ley de amnistía pactada en 2023 entre el PSOE y los partidos independentistas catalanes. Para unos, se trató de un paso pragmático hacia la reconciliación; para otros, una cesión inadmisible a quienes quebrantaron el orden constitucional. Las manifestaciones frente a sedes del PSOE, los ataques a periodistas y el tono incendiario de los discursos ilustraron un clima de tensión que desborda los cauces institucionales.

Bloqueo institucional y fractura social: La consecuencia de esta deriva es doble: por un lado, el bloqueo institucional que impide abordar reformas necesarias; por otro, la fractura social que convierte al "otro" no en un adversario legítimo, sino en un enemigo moral. Este clima se traduce en desconfianza, en pérdida de fe en la política y en el auge de discursos extremos que simplifican el mundo en blanco y negro.

España necesita recuperar una cultura del acuerdo, del disenso respetuoso y de la política como gestión de la pluralidad, no como campo de batalla. La democracia no consiste en aplastar al contrario, sino en convivir con él. La polarización es rentable a corto plazo para algunos, pero tóxica a largo plazo para todos.

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