sábado, 21 de octubre de 2023

I have a dream, el discurso más importante de Martin Luther King

Martin Luther King, Jr. dando el discurso en
la Marcha en Washington por los Derechos Civiles.

Cientos de miles de personas acudieron al Lincoln Memorial de Washington D.C. el 28 de agosto de 1963. Fue desde las escaleras del monumento desde donde King pronunció su famoso discurso Tengo un sueño. Los numerosos discursos y acciones no violentas de King fueron decisivos para dar forma a la visión de la nación sobre la igualdad.

El discurso "I Have a Dream" (Yo tengo un sueño) es uno de los discursos más icónicos e influyentes de la historia de Estados Unidos, pronunciado por el líder de los derechos civiles, Martin Luther King Jr., el 28 de agosto de 1963, durante la histórica Marcha en Washington por el trabajo y la libertad en Washington, D.C. El discurso tuvo un impacto significativo en la lucha por la igualdad de derechos para los afroamericanos y en la promoción de la justicia social en Estados Unidos. El contenido del discurso se centra en varios temas clave:

Desafío a la discriminación racial: Martin Luther King Jr. denuncia la discriminación racial y la injusticia que los afroamericanos enfrentaban en Estados Unidos en ese momento. Llama la atención sobre la segregación racial, la brutalidad policial y la negación de derechos civiles básicos.

Sueño de igualdad: El discurso es conocido por su visión de un futuro en el que las personas sean juzgadas por su carácter en lugar de por el color de su piel. King expresa su sueño de que un día los afroamericanos y los blancos puedan vivir juntos en armonía y disfrutar de los mismos derechos y oportunidades.

Referencias históricas y literarias: King hace referencias a la historia de Estados Unidos y la promesa de igualdad contenida en la Declaración de Independencia y la Constitución. También utiliza metáforas y referencias bíblicas para enfatizar la urgencia y la justicia de su causa.

No violencia: King subraya el compromiso de su movimiento con la no violencia como un medio para lograr el cambio social y la justicia. Insta a sus seguidores a resistir la opresión de manera pacífica y a no caer en provocaciones violentas.

Llamado a la acción: King no solo expone las injusticias, sino que también insta a la acción. Animó a la multitud a continuar luchando por la igualdad de derechos y a no descansar hasta que se hiciera realidad su sueño.

El discurso "I Have a Dream" se ha convertido en un símbolo de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y ha inspirado a generaciones posteriores a luchar por la igualdad y la justicia. Su legado perdura como un recordatorio de la importancia de la no violencia y la perseverancia en la búsqueda de un mundo más justo.

El discurso completo:

Tengo un sueño

ESTOY ORGULLOSO DE reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país.

Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclamación de emancipación. Este trascendental decreto fue como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.

Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de «fondos insuficientes». Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.

También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Éste no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.

Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.

1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse para sentirse contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inherentemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.

Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles: «¿Cuándo quedarán satisfechos?».

Nunca podremos quedar satisfechos mientras que las personas negras sean víctimas de horrores indescriptibles de la brutalidad de la policía, mientras que nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un barrio pequeño a un barrio más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipi no pueda votar y un negro de nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que «la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente».

Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de celdas angostas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.

Regresen a Misisipi, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Luisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.

Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento: yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño «americano».

Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: «Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales».

Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.

Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.

Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.

Ésta es nuestra esperanza. Ésta es la fe con la cual regreso al sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.

Ése será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, «Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a ti te canto. Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad». Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.

Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de nueva Hampshire! ¡Qué repique la libertad desde las poderosas montañas de nueva York! ¡Qué repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pennsylvania! ¡Qué repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Qué repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ¡Qué resuene la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Qué resuene la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Qué resuene la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Mississipi! «De cada costado de la montaña, que resuene la libertad».

Cuando resuene la libertad y la dejemos resonar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día en que todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: «¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!».

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