domingo, 5 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (142) Los que quieren ser ricos.

Querido Jesús:


1 Timoteo 6:7-10 dice: "Porque nada trajimos al mundo y nada podemos sacar, así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto, pues los que quieren ser ricos caen en tentación y trampa y en muchas codicias insensatas y dañinas, las cuales hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos se descarriaron de la fe, y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores". (La Biblia Textual. 3ª edición).

San Pablo no dice "los ricos", sino "los que quieren ser ricos". La diferencia es importante. Por favor, dinos cómo lo interpretas tú. 

Jesús:

Tienes razón al notar esa diferencia, porque no hablo de los ricos en sí mismos, sino de aquellos cuyo corazón está esclavizado por el deseo de serlo. No es la riqueza la que condena, sino la idolatría que nace cuando el alma deja de confiar en Dios y pone su esperanza en los bienes materiales. El peligro no está tanto en lo que se posee, sino en lo que se ama con desorden. Hay quienes tienen mucho y viven con sencillez, sabiendo que todo les ha sido dado para servir; y hay quienes, teniendo poco, viven torturados por la codicia, comparándose siempre, soñando con un poder que los eleve sobre los demás.

El corazón humano es frágil, y el dinero tiene una capacidad singular para ocupar el lugar de Dios. Promete seguridad, placer, reconocimiento, dominio… y, al principio, parece cumplir lo que promete. Pero pronto se vuelve un amo exigente. El que busca ser rico nunca está satisfecho, porque el deseo se multiplica al ser alimentado. Es un fuego que no se apaga. Por eso dije: “No podéis servir a Dios y al dinero.” Uno exige entrega total; el otro también. No pueden coexistir en el mismo altar.

Muchos creen que la riqueza es una garantía de libertad, pero termina siendo una prisión. Las cosas comienzan a poseer al que las posee. El afán de conservar lo ganado, el miedo a perderlo, la comparación constante con otros, todo eso envenena la paz interior. El alma del que busca ser rico se llena de preocupaciones, y su oración se seca. Lo divino se vuelve algo lejano, difuso. Lo eterno ya no interesa, porque el corazón se ha acostumbrado a medirlo todo en cifras.

La pobreza de la que hablo no es miseria ni resignación, sino una libertad interior: la capacidad de no depender de nada que no sea el amor del Padre. Pobre es aquel que puede decir: “Señor, me basta con lo que tengo, y si me lo quitas, seguiré confiando en Ti.” Ese es el verdadero rico, porque nada puede arrebatarle la alegría. El que se conforma con lo necesario no vive en carencia, sino en plenitud. Y a veces doy más a los pobres de corazón que a los poderosos de fortuna, porque los pobres saben recibir.

Cuando Pablo escribió esas palabras, no estaba condenando a los hombres que trabajan y prosperan honestamente, sino advirtiendo del riesgo de perder el alma en el proceso. La riqueza se vuelve peligrosa cuando sustituye al amor, cuando ya no se la usa como medio, sino como fin. Si un hombre tiene bienes y los emplea para aliviar el sufrimiento ajeno, su dinero se convierte en semilla de eternidad. Pero si acumula sin mirar a los demás, su riqueza se corrompe y su corazón también.

Mira a tu alrededor: las sociedades donde más se persigue la riqueza son también las más tristes, las más solas. Se confunde abundancia con bendición, éxito con sentido, comodidad con salvación. Pero el alma no se alimenta de eso. El alma se sacia solo en el amor y en la verdad. Los que quieren ser ricos buscan llenar con oro el vacío que solo el Espíritu puede llenar.

Por eso te digo: no codicies lo que el mundo exalta. Usa lo que tengas con gratitud, comparte lo que puedas, y no te preocupes por lo que te falta. El Padre sabe de qué tienes necesidad, y nada te faltará si confías en Él. Quien guarda su corazón libre del afán de poseer, ya ha encontrado un tesoro que no se corrompe ni puede ser robado.

1 comentario:

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