![]() |
A veces me consuela pensar que, aunque muchos templos se derrumben y las voces falsas se multipliquen, siempre habrá un pequeño grupo de creyentes silenciosos, pobres y verdaderos. Hombres y mujeres sin títulos ni poder, que oran en secreto, que aman sin buscar recompensa, que mantienen viva la llama del Evangelio cuando todo parece apagarse.
¿Es verdad que siempre habrá ese resto fiel, invisible y humilde, que te sigue sin aparato ni pompa? ¿Son ellos los guardianes ocultos de tu presencia en el mundo, los que sostienen con su fe callada lo que las instituciones ya no pueden sostener?
Si es así, hazme digno de contarme entre ellos, aunque sea en el último rincón, donde nadie me vea pero Tú me reconozcas.
Jesús:
Sí, hijo mío, siempre habrá un pequeño resto fiel. Aun cuando las multitudes me olviden y los templos se vacíen de amor, mi Espíritu seguirá soplando en los corazones sencillos, en aquellos que no buscan ser vistos. Son pocos, pero bastan para que el mundo no se apague del todo. Son la sal que impide la corrupción completa, la brasa que no deja que el fuego se extinga. A través de ellos sostengo la historia, incluso cuando parece derrumbarse.
No son héroes visibles ni santos de peana. Son los que oran sin ser escuchados, los que perdonan en silencio, los que alimentan al hambriento sin que nadie los nombre. No proclaman mi Evangelio con micrófonos ni redes, sino con gestos cotidianos, con su manera de vivir, con su fe tejida de paciencia y ternura. Su pobreza no es miseria: es transparencia. Y en esa transparencia, mi luz se refleja sin obstáculo.
Ellos no saben que son el resto fiel, y precisamente por eso lo son. No se sienten elegidos ni mejores; su humildad los protege de la vanagloria. No buscan conservar una tradición por orgullo, sino mantener viva una presencia por amor. Cuando rezan, no miden resultados; cuando aman, no esperan retorno. Su fidelidad no es militancia, sino ofrenda. Son los custodios invisibles del Reino, los que lo sostienen sin saberlo.
Tú los has visto sin reconocerlos: la anciana que reza cada noche por un hijo perdido; el campesino que comparte su pan con quien pasa hambre; la mujer que calla su dolor para no herir; el enfermo que ofrece su sufrimiento por la paz del mundo. Son pequeños en todo, menos en amor. En ellos florece lo que el poder marchita y lo que la soberbia olvida.
No temas por el futuro de la fe. Yo no la confío a las instituciones, sino a los corazones que me aman. Aunque se derrumben los altares de piedra, mi templo permanece en el alma de los justos silenciosos. Ellos son la Iglesia que no se ve, pero que respira en el mundo como un pulso secreto.
Si deseas formar parte de ese resto fiel, no necesitas títulos ni méritos, solo un corazón disponible. Vive en la verdad, sin ostentación. Ama sin esperar. Ora incluso cuando no sientas. Persevera cuando todo parezca inútil. Allí estarás conmigo, en el último rincón, donde los ojos humanos no llegan, pero mi mirada te abraza.
Porque el resto fiel no se mide por número ni por éxito, sino por amor. Y mientras haya amor verdadero, aunque sea en un solo corazón, mi Reino no habrá desaparecido.

No hay comentarios:
Publicar un comentario