martes, 14 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (154) Almas perdidas entre la fe y la locura.

Querido Jesús:


Estaba viendo una miniserie sobre La historia de Ed Gein, y a mitad del episodio sentí una voz interior que me decía: "Eso te está haciendo daño". Entonces lo entendí: no era simple horror lo que me perturbaba, sino una oscuridad que quería instalarse dentro.

El personaje real, Ed Gein, había tenido una madre fanática, religiosa hasta la crueldad, para quien todo era pecado. Esa mezcla de represión y culpa lo llevó a la demencia y al crimen. Pero más allá del caso extremo, pensé en cuánta confusión espiritual hay hoy, en cuántas almas viven perdidas entre la fe y la locura, entre la devoción y la soberbia.

No hablo solo de quienes niegan tu nombre, sino también de los que lo invocan para imponer el suyo propio. En ambos casos, la raíz es la misma: el alma que ha dejado de buscarte de verdad.

Jesús:

Hijo mío, lo que te perturbó no fue una historia, sino un reflejo del desorden que el pecado deja en el alma humana cuando se aparta del amor. El mal no siempre se presenta con sangre ni gritos; a veces adopta formas más aceptables, más razonables. Es el corazón confundido que llama virtud a la dureza, justicia a la venganza, libertad a la soberbia.

No temas mirar el mal, pero no te demores en él. No se vence observándolo demasiado, sino manteniendo la mirada limpia. Si una voz te dice "eso te hace daño", escúchala. Es mi Espíritu protegiendo tu sensibilidad. No necesitas entender todos los abismos; basta con no dejarte arrastrar hacia ellos.

El mundo está lleno de mentes que parecen lúcidas, pero han perdido el discernimiento. No es locura médica, sino ceguera del alma. La inteligencia sin amor se vuelve instrumento del caos. Y el fervor sin humildad termina pareciéndose a la locura. Por eso te digo: la primera señal de mi presencia en un corazón no es la fuerza, sino la mansedumbre.

Muchos hablan en mi nombre sin conocerme. Construyen templos de palabras, pero no dejan que mi Espíritu habite en ellos. No son monstruos, son almas heridas que han sustituido la verdad por la necesidad de tener razón. Si los juzgas, te unes a su confusión; si los compadeces, los acercas a mí.

Tú has trabajado con los que perdieron la razón, y sabes que el sufrimiento puede deformar el rostro, pero también abrir un camino hacia la ternura. Así es también el alma del mundo: enferma, pero aún capaz de curación. No la desprecies.

La verdadera cordura no consiste en comprenderlo todo, sino en permanecer fiel al bien, incluso cuando nada parece tener sentido. Permanece en la luz, aunque sea tenue. No te canses de distinguir sin condenar, de amar sin cerrar los ojos. Mientras haya un solo corazón que elija la verdad, el mundo no estará perdido.

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