domingo, 12 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (152) Cómo juzgar sin condenar.

Querido Jesús:


A veces siento la necesidad de advertir sobre el error, de alzar la voz cuando veo la mentira vestida de verdad. Pero en ese impulso se esconde también el peligro del orgullo: el deseo de tener razón, de sentirme más lúcido que los demás. Entonces me descubro juzgando, y el juicio se vuelve condena, aunque mis palabras hablen de misericordia.

¿Cómo juzgar sin condenar, cómo advertir sin sentirse superior? Enséñame a mirar el mal sin despreciar al que cae en él; a hablar con firmeza, pero sin soberbia; a corregir desde el amor, no desde la herida del ego. Que toda mi lucidez esté templada por tu compasión, y que mi verdad no hiera, sino que ilumine.

Jesús:

Hijo mío, el juicio humano nace con frecuencia del miedo y del orgullo. Quien juzga desde la altura se distancia del otro y olvida que ambos respiran el mismo aire de fragilidad. Yo no te pido que calles ante el error, pero sí que hables desde el amor. No vine al mundo para condenar, sino para salvar. Y quien me sigue debe aprender a discernir sin levantar piedras.

El mal necesita ser nombrado, pero sin odio. La mentira debe ser desenmascarada, pero sin humillar al mentiroso. Cuando corrijas, hazlo como quien tiende una mano, no como quien alza una vara. Si tus palabras no dejan abierta una puerta al perdón, entonces no son mías, aunque hablen de verdad. Porque mi verdad no destruye: libera.

Recuerda cómo traté a los pecadores: no negué su falta, pero los miré con ternura. Zaqueo era avaro, y sin embargo lo invité a mi mesa. La adúltera había quebrado la ley, y aun así la defendí de los que querían lapidarla. No les dije que su pecado era bueno, pero les ofrecí una posibilidad de cambio. La justicia del Reino no consiste en señalar, sino en sanar.

Cuando sientas el impulso de juzgar, detente y mira dentro de ti. Pregúntate si tu palabra nace del amor o del resentimiento, si busca edificar o simplemente tener razón. El orgullo se disfraza de celo por la verdad, pero su voz es áspera, impaciente, ruidosa. La voz del amor, en cambio, corrige con mansedumbre, y aun cuando hiere, lo hace como el cirujano que corta para curar.

No confundas compasión con debilidad. Amar no significa callar ante el mal, sino enfrentarlo sin odio. El corazón que ama con pureza puede decir la verdad más dura sin ofender, porque su intención no es vencer, sino salvar. Esa es la mirada que transforma: la que ve en el pecador no un enemigo, sino un hermano herido que podría haber sido uno mismo.

Hijo mío, si quieres juzgar sin condenar, aprende primero a llorar por aquello que juzgas. Quien no ha llorado por el pecado del otro no está listo para corregirlo. Deja que tu corazón se ablande antes de hablar, y que tus palabras nazcan del silencio donde yo habito. Allí entenderás que la verdadera autoridad no proviene del saber, sino del amor.

Solo el que ama de verdad puede advertir sin sentirse superior, porque sabe que todo lo bueno en él es gracia, no mérito. Juzga, entonces, pero con lágrimas; corrige, pero con ternura; habla, pero con humildad. Así, tus palabras no serán dardos, sino luz.

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